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Miércoles, 19 de octubre de 2005

TELEVISION › OPINION

Homero ya no dice “Ouch”

 Por Mariano Blejman

Los Simpson de esta última temporada bajaron unos cuantos escalones en el ranking de placer. Y no es precisamente por sus guiones sino acaso por sus interpretaciones. Tardamos quince temporadas en aprendernos los giros idiomáticos de Humberto Vélez, la voz de Homero Simpson hasta el año pasado. Tres lustros en descubrir sus citas ocultas, en disfrutar de la cadencia que obtenía Homero cuando le pedía ayuda a March, o cuando le blasfemaba “¡Pequeño demonio!” a Bart y lo agarraba del cuello, estirándolo como sólo los 130 dibujantes coreanos de la Fox pueden hacerlo. Para nosotros, Homero era Humberto Vélez, desde 1988. Su inicio en esto fue azaroso: andaba por los pasillos del estudio de doblaje, cuando el propio Matt Groening apareció en busca de voces que perdurarían en el tiempo. Vélez le hizo un favor al dueño del estudio, porque el gringo no daba con lo que estaba buscando. “Quédate un segundo con éste, que voy a ver si consigo a alguien”, le dijo el dueño. Vélez estaba fastidiado por el pedido, y así le salió su voz. Rezongona, de puro fastidio. Y quedó.
Poco a poco, nos acostumbramos a este Homero (también a las dos mujeres que hacían de Bart, al doble de Lisa, Maggie y la carraspera de March). Su “Ouch” arrastraba la baba de cerveza hasta el bar de Moe, gritándole a Flanders detrás de la reja que jamás le devolvería su podadora y roncando rutinariamente en cada sermón de Monseñor Alegría. De pronto, la serie cambia de rumbo de manera virulenta, a causa de un conflicto sindical: las voces de Los Simpson querían una mejora en sus contratos (como sus primos norteamericanos). Entonces la empresa pone voces nuevas que apenas saben carraspear como es debido. ¿Qué derecho tiene el dueño de una licencia de espaldas mojadas, ganador de una franquicia entre tacos y tamales, a cambiarle la voz a Homero? Estos magnates de una voz que ya no les pertenece, pretenden arreglarlo todo como si fuera un trabajo de tuercas y tornillos. Como si poner y sacar voces fuera apenas una cuestión de roles. Como si imaginaran que no nos íbamos a dar cuenta y que seguiríamos consumiendo los muñequitos amarillos sin preguntarnos nada. Manga de farabutes. Devuélvannos lo que es nuestro.

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