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Sábado, 5 de agosto de 2006

ETICA BIOMEDICA: HISTORIA DE LA EXPERIMENTACION CON HUMANOS

En nombre de la ciencia

Por Raul A. Alzogaray

En los campos de concentración de la Alemania nazi se hicieron todo tipo de experimentos con seres humanos. Los prisioneros eran sometidos a congelamientos, asfixias, ayunos, esterilizaciones, amputaciones, trasplantes y envenenamientos. O eran infectados con los microbios que producen la malaria, el tifus, la fiebre amarilla, el cólera y otras enfermedades. Después de la Segunda Guerra se redactó el Código de Nuremberg, diez reglas éticas acerca de la experimentación médica. El documento establece que para realizar cualquier tipo de experimento con humanos se debe contar con la expresa aceptación de los voluntarios. Además, los participantes tienen que estar al tanto de todos los detalles del experimento y los posibles riesgos para su salud.

La revelación de los experimentos nazis produjo una fuerte impresión en todo el mundo, pero ni eso ni el Código de Nuremberg sirvieron para detener los experimentos ilegales que ya estaban en marcha. Tampoco evitaron la realización de nuevos experimentos, en algunos casos supervisados por instituciones oficiales de países que se autoproclaman campeones de la democracia y de los derechos humanos.

En 1932, el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos identificó a unos cuatrocientos enfermos de sífilis. Todos eran hombres, afroamericanos, pobres y analfabetos. Se les dijo que tenían “la sangre mala”, pero nunca se les reveló cuál era la enfermedad que padecían. Se les ofreció tratamiento gratuito, pero sólo se los sometía a revisaciones y biopsias para estudiar el avance de la enfermedad. El experimento fue interrumpido recién en 1972, cuando un médico lo denunció públicamente. Para ese entonces, 28 de los enfermos habían muerto de sífilis y 100 de complicaciones relacionadas; se habían contagiado 40 esposas y cerca de 20 hijos habían contraído la enfermedad durante la gestación.

EL ESLABON MAS DEBIL

En la década del ’50, las autoridades de la base militar inglesa de Porton Down convocaron a sus soldados para participar en la prueba de una nueva droga contra el resfrío. Pero, en vez de recibir la supuesta droga, los voluntarios fueron expuestos a gases de guerra para estudiar sus efectos en las personas. Uno de los soldados murió a causa de la exposición, pero el experimento no fue interrumpido.

Durante y después de la Segunda Guerra, algunos de los investigadores que participaron en la fabricación de la bomba atómica supervisaron la inyección de material radiactivo en pacientes de hospitales estadounidenses. En otro experimento, a más de 800 mujeres embarazadas se les dio de beber un “complejo vitamínico” que contenía una sustancia radiactiva. Se quería estudiar el paso de la sustancia a través de la placenta.

Para sortear las estrictas leyes de sus países de origen, algunas instituciones realizan experimentos en países que carecen de una legislación apropiada. A mediados de la década del ’80, el instituto estadounidense Wistar probó en las vacas de un campo argentino una nueva vacuna que contenía parte del virus de la rabia. Se quería estudiar la eficacia de la vacuna y si el virus se podía transmitir de las vacas a los humanos. No se pidió autorización, ni se informó a las autoridades oficiales, pero se contó con la colaboración del Centro Panamericano de Zoonosis de Argentina. El experimento fue descubierto en forma casual y denunciado por un argentino que trabajaba en Wistar (lo despidieron de inmediato). Se inició una investigación local, pero el caso terminó archivado y sin resolver.

LEGAL, PERO CUESTIONABLE

La experimentación con humanos es frecuente en el área de la farmacología. Cuando un nuevo medicamento ya ha sido estudiado en animales de laboratorio, no queda más remedio que probarlo en los humanos. Es la única manera de evaluar con total certeza su eficacia y sus eventuales efectos colaterales, que no siempre son iguales en los animales y en los humanos. La aspirina, por ejemplo, es muy tóxica para los conejos. Si no la hubieran probado en los seres humanos, jamás habría llegado a ser comercializada.

La psicología tiene una larga tradición en experimentación humana pero, aun cuando se respetan los límites impuestos por las leyes, la ética de algunos estudios es, como mínimo, discutible.

En 1961, en la Universidad de Yale se realizó un experimento de “obediencia debida”. La consigna que recibieron los voluntarios era obedecer las órdenes de un supervisor. Las órdenes consistían en aplicar dosis crecientes de electricidad a un tercero. Los voluntarios ignoraban que las descargas eléctricas no eran reales y que el tercero era un actor que fingía recibirlas. Algunos voluntarios se negaron a aplicar más de 135 voltios, pero más del 60 por ciento llegó a aplicar la dosis máxima (450), a pesar de los gritos y espasmos del actor.

Hoy existen muchos documentos nacionales e internacionales que plantean las bases éticas de la experimentación con humanos, entre ellos la Declaración de Helsinki (Finlandia, 1964) y el Informe Belmont (Estados Unidos, 1979). Estos documentos representan un gran avance en el área de la ética biomédica, pero su valor es escaso si no se los acompaña de una adecuada educación de las personas. La comunidad profesional debería regularse a sí misma y habría que implementar rigurosos y eficientes mecanismos de control.

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