futuro

Sábado, 9 de abril de 2011

ENTREVISTA AL FISICO DANIEL BARRACO, INVESTIGADOR DEL CONICET Y DECANO DE FAMAF

Matemática y física a hombros de gigantes

Desde la Universidad Nacional de Córdoba se exhibe al país un prototipo de gestión innovador: sobre sus sólidos pilares en ciencias básicas, experimenta la transferencia a la sociedad de conocimiento, convirtiendo las ideas originales en proyectos, y los proyectos en empresas locales de alta tecnología.

 Por Ignacio Jawtuschenko

Desde Cordoba

Puede decirse que la Facultad de Matemática, Astronomía y Física (Famaf) de la Universidad Nacional de Córdoba es un centro de primerísimo orden, a la par de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires...

–Llegamos adonde estamos después de un largo y difícil camino porque, en particular en la Argentina, uno va en contra del segundo principio de la termodinámica, tiene que evitar que el desorden y el caos entren en este sistema.

–Ciertamente una tarea inútil. Usted sabe que una forma de enunciar el segundo principio es: no poder ganar, no poder empatar, no poder abandonar el juego...

–Lo que dice el segundo principio claramente es que el Universo se entropiza; pero si podemos poner energía de afuera, podemos ordenar un poco el sistema. Lo que hemos estado haciendo es exactamente poner mucha energía de afuera, mucha mística de trabajo. Eso nos ha permitido ordenar la casa, crecer, volvernos académicamente competitivos y mantenernos en la primera línea. Hacemos tanto porque estamos parados sobre hombros de gigantes, no hemos tenido cualquier maestro acá, aquí han estado Enrique Gaviola, Guido Beck, Alberto Maiztegui. Todo eso permite que Famaf sea una institución formadora de científicos que creció durante más de 50 años en forma sostenida.

–Similar al Instituto Balseiro, en Bariloche...

–La diferencia con nuestros primos hermanos del Balseiro es que siempre han tenido el cordón umbilical de la CNEA y una política sistemática, privilegio que nosotros no hemos tenido. Tuvimos que sobrevivir a todos los vaivenes de la historia argentina. Y hoy en Córdoba tenemos grupos como el de Relatividad, que son reconocidos en todo el mundo y son los más importantes del continente, al sur del río Bravo. Tenemos la mejor escuela de matemática del país, y probablemente una de las mejores de Latinoamérica.

–Y dígame por qué es importante la ciencia dura que ustedes cultivan.

–Mire, yo creo que hay que renovar ciertos esquemas de pensamiento. La ciencia y la tecnología nunca existen en el vacío: se desenvuelven e interaccionan con un contexto político, social, cultural, histórico definido. Históricamente la Argentina fue un país con bajo nivel de inversión en ciencia y tecnología, escasos recursos humanos y un sistema nacional de innovación débil y poco articulado. A pesar de estas condiciones de contexto, logró ser el único país latinoamericano con tres premios Nobel, que domina y exporta desde hace décadas la estratégica tecnología nuclear, y desarrolla satélites juntamente con la NASA, por citar algunas actividades significativas.

–Las duras ciencias físicas, matemáticas, ¿cuál es el rol que juegan?

–Desde fines del siglo XVII hasta comienzos de los años ’70 había una ciencia estrella, líder: la física. Quizás antes, en la Antigüedad, se puede pensar que fue la astronomía o la matemática. Lo que hemos visto en las últimas décadas, a partir de los ’70, es la aparición de nuevas disciplinas que han pasado a ser estrella: la genética, las neurociencias, la nanotecnología, la informática y la bioinformática están tomando papeles que antes tenía la física.

–¿Y esto se ve en la matrícula?

–Los números en la Argentina son de llorar a gritos. Si miramos la torta total de estudiantes en los años ‘70, el 30 por ciento de esa torta eran estudiantes de ciencias básicas o duras, y ciencias tecnológicas. Hoy en día es sólo el 10 por ciento, o sea un tercio de lo que era en la década del ’70. La principal causa de este desinterés reside en que los propios estudiantes se consideran incompetentes en materias como matemática y les despreocupan las ciencias básicas. Paradójicamente, este desinterés está enfrentado con la percepción positiva que la mayoría de la sociedad tiene de la ciencia y la tecnología. El único camino que nos queda frente a esta realidad es el siguiente: o la revertimos, o nos quedamos afuera de la sociedad del conocimiento. Un país que se precie de querer tener soberanía nacional, de que crea que va a poder generar su propia tecnología, tiene que revertir esto urgentemente.

–Pero no se revierte.

–Los chicos no saben matemática ni pasan por la puerta de esta facultad, ni se les ocurre estudiar una carrera dura. Yo diría que es un problema cultural. Los problemas culturales se afrontan desde todos los lados, desde la escuela formal, no formal, desde los medios masivos de comunicación, todo lo que moviliza la cultura. Y la buena divulgación científica puede hacer mucho para limar algunos mitos y tabúes. Por el lado de los más jóvenes, se vive una crisis severa de vocaciones científicas. Resulta crítico comunicar más y mejor la ciencia, que los chicos se amiguen con la matemática, porque sin matemática no existimos. Los chinos, coreanos y finlandeses no han llegado adonde están por jactarse, como algunos acá, de que “no saben”: al revés. Debemos apuntar a que los ciudadanos puedan ser parte de las decisiones de los proyectos científicos y tecnológicos; ante esto surge la necesidad de incrementar la cultura científica de la sociedad e incluir a más sectores en los debates científicos críticos. Es un tema serio que tenemos en la Argentina, que lo tiene también todo Occidente. Pero hay que ver en China cómo fue creciendo, están inundando el mundo de científicos y matemáticos. No es por hacer una defensa a ultranza de las ciencias duras, todas las ciencias son importantes, el problema también lo tenemos con las ciencias sociales, donde hay que investigar y desarrollar, pero si queremos avanzar en el área técnica necesitamos de alguna manera recuperar el tren.

–¿Qué están haciendo desde Famaf para recuperar el tren?

–Justo es reconocer los cambios de contexto favorables a la actividad científica en los últimos años en el país. Así y todo, tenemos todavía un gran desafío: articular el sistema científico tecnológico con el desarrollo industrial y con el bienestar de nuestros conciudadanos. Se debe incentivar el emprendedorismo en los miembros de la comunidad científica, tanto graduados como estudiantes, e igualmente aumentar el apoyo de las empresas privadas a los investigadores que deseen hacer innovación tecnológica. Nuestro país tiene muy poca inversión privada en investigación aplicada. En este sentido, en Famaf convertimos las ideas originales en proyectos, y los proyectos en empresas de alta tecnología. Por eso, apoyando la materia gris de nuestros investigadores, hemos comenzado a incubar un puñado de empresas de base tecnológica. Algunas de ellas ya han crecido y funcionan solas, tanto en el área de la física como de la computación. Y no es abstracto: brindan respuestas concretas a problemas planteados en distintos sectores de la sociedad, y hasta exportan sus servicios a otros mercados. Aportan al desarrollo del país y son una alternativa genuina respecto de las grandes empresas internacionales instaladas aquí. También incrementamos la vinculación entre investigación y empresas de base tecnológica, que son las de más alto valor agregado. Aparte de la transferencia a través de estas empresas spin off y las incubadas, hemos desarrollado innovadoras herramientas tecnológicas en la facultad. Hemos hecho mucho, incluso equipamos un centro de metrológica al servicio de las industrias.

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