Sábado, 14 de enero de 2012 | Hoy
NUEVAS ESTRATEGIAS CONTRA LA GRIPE
Por Jorge Forno
La gripe es una enfermedad a veces banalizada y otras temida. Simpáticas publicidades de medicamentos –siempre paliativos– suelen alternar con rimbombantes mensajes mediáticos que presentan a algunas variantes del virus en cuestión como firmes candidatas a acabar con casi toda la humanidad. Sin dudas que el agente de la influenza acumula pergaminos para ser considerado una amenaza permanente. Una formidable capacidad de adaptación le permite esquivar los mecanismos de defensa más efectivos del sistema inmunológico y convertir en inútiles las más refinadas vacunas de una temporada a la otra. En EE.UU. y Europa, la finalización de 2011 tuvo como protagonista al problema de la gripe, con la realización de dos congresos internacionales pensados para discutir una amplia galería de asuntos, que abarcan los negocios de los laboratorios, las políticas públicas y la logística mundial en casos de emergencias globales. También, claro, queda un espacio reservado para las cuestiones científicas que rodean a tan esquivo e indeseado huésped viral.
El de la gripe es un agente infeccioso extremadamente simple, del grupo de los virus ARN. Conocidos desde que en 1935 Wendell Stanley logró cristalizar el Virus del Mosaico del Tabaco, estos tipos de virus están constituidos tan solo por un material genético de ácido ribonucleico (ARN) empaquetado en una cobertura proteica. En el caso del virus de la influenza, dos proteínas de aquella cobertura se combinan con hidratos de carbono para constituir unas estructuras que sobresalen de su superficie, la Hemaglutinina y la Neuraminidasa. De sus iniciales –H y N– provienen las cíclicamente famosas clasificaciones de los tipos de influenza, y junto con otras proteínas asociadas a la estructura de las membranas y al material genético son los blancos favoritos del sistema de defensa del huésped.
No es novedad decir que el virus de la gripe posee una increíble capacidad de adaptación. La variabilidad –que hace obsoletas a las vacunas de un año a otro y obliga a encarar campañas de inmunización anuales– se adquiere por mutaciones o combinaciones del material genético que son posibles incluso entre virus patógenos en distintas especies. Cuando dos variantes del virus infectan a una misma célula, puede producirse una explosiva mezcla de ARN que se transmite a la siguiente generación de virus modificando sus proteínas antigénicas. Esta modificación les hace adquirir una notable capacidad ofensiva frente a los desprevenidos sistemas inmunológicos. Como si todo esto fuera poco existen, tres tipos de influenzavirus según la variación de sus proteínas de membrana. El tipo A es el más peligroso, ya que se hospeda en una gran cantidad de especies y se distingue por su agresividad, mientras que los tipos B y C son menos comunes y también menos violentos.
A lo largo de la historia, la influenza ha dado muestras de su agresividad. Sin ir muy lejos en el tiempo, todavía estremece el recuerdo de la Gripe Española, que entre 1918 y 1919 se expandió por todo el mundo –aunque con mayor virulencia en el Hemisferio Norte– dejando según algunas estimaciones más de cien millones de muertos. El número de víctimas nunca fue completamente precisado ya que la información cayó en las garras de la censura imperante por el clima bélico que reinaba en Europa. China fue el país más afectado, pero esta pandemia quedó asociada para siempre a España, por ser éste uno de los pocos países occidentales que publicitaban –aunque recortadamente– las cifras de muertos.
En la primera década del siglo XXI, los muy fundados temores a las pandemias gripales de gran magnitud se reavivaron. En 2005 se encontraron en Turquía y Rumania aves infectadas por una forma de virus de gripe aviar, la H5N1, que había afectado a decenas de millones de aves en Asia desde 2003, con una altísima tasa de mortandad. En los mercados asiáticos estas aves estaban en permanente contacto con otros animales de granja y el virus de la gripe aviar tenía las puertas abiertas para hacer gala de su portentosa capacidad de adaptación y saltar la barrera entre especies. En general no es fácil que un agente infeccioso pase de una especie a otra, pero cuando este pasaje ocurre suele estar acompañado de una alta tasa de contagio para los desafortunados nuevos huéspedes. Ni que hablar de los estragos que pueden causar estos agentes infecciosos de probada tasa de mortalidad.
Las luces de alerta se encendieron frente a la posibilidad de que el virus aviario adquiriera la capacidad de infectar a los seres humanos. Así salieron a la luz desde una controvertida vacuna vietnamita –anunciada con bombos y platillos, pero que no respetaba los protocolos de investigación aceptados por la comunidad científica– hasta planes de emergencia y medidas de acción que afortunadamente no fueron necesarias frente a la evolución de los hechos. La cuestión puso sobre el tapete la debilidad que frente a la urgencia por enfrentar una epidemia implica estar atado a los más lentos y biológicos tiempos requeridos para el desarrollo de una vacuna efectiva. Y también la necesidad de contar con un rápido y masivo acceso a la medicación disponible.
La alarma de 2005 permitió a la comunidad internacional estar preparada para afrontar con mejores herramientas la pandemia de 2009/2010 en la que el protagonista fue otro tipo de virus de la gripe. Una variante del virus H1N1 –bautizado en principio y discutiblemente como virus de la gripe Porcina y luego como gripe A– se vistió con el traje de Jinete del Apocalipsis, propagándose rápidamente y manteniendo al mundo en vilo durante meses. La gripe A obligó a activar algunos de los planes de alerta y de las acciones que habían sido pensados a partir del riesgo de propagación de la gripe aviar. Ya sea por las medidas preventivas y paliativas tomadas o porque al fin y al cabo la agresividad del virus fue menor que la temida en un principio, la prueba fue superada con bastante efectividad.
Aquella pandemia del virus H1N1 dejó mucha tela para cortar a los científicos. A partir del relevamiento de la población afectada se encontraron individuos que poseían una ventajosa particularidad. Su sistema inmunológico parecía entrenado para resistir con éxito cualquier ataque proveniente del influenzavirus A, sin importar a qué subtipo pertenezca. Esta memoria inmunológica –que no aparece luego de las gripes estacionales comunes y silvestres– llamó la atención a un grupo de investigadores estadounidenses, que se refirieron a ella en un artículo publicado en enero de 2010. Luego, en agosto de 2011, un grupo de científicos suizos publicó en la revista Science un artículo que detalla avances en esa línea de trabajo. En esa publicación describieron un anticuerpo que contaría con la capacidad de atacar a los 16 subtipos conocidos de la influenza A, el F16. El nombre tiene una explicación científica, ya que proviene de combinar el término flu –gripe en inglés–- y la cantidad de subtipos que ataca. Pero también evoca a un avión de combate surgido en los momentos más calientes de la llamada Guerra Fría. Nada es casual, porque el F16 es un firme candidato a convertirse en una letal arma en la guerra contra el versátil virus de la influenza. Las técnicas de producción de anticuerpos monoclonales permitirán fabricar anticuerpos F16 de extremada pureza que servirán como una portentosa herramienta para actuar rápidamente en casos de pandemias. Y en un futuro no muy lejano abrir el abanico de herramientas para enfrentar al virus de la gripe y lograr la fabricación de la tan deseada vacuna polivalente, que permita sortear la formidable variabilidad estacional del virus. La clave parece estar en una zona de la proteína Hemaglutinina, que no variaría entre los subtipos de la influenza.
La industria farmacéutica también tiene algo que decir por estos días. En un congreso realizado en EE.UU., un laboratorio inglés anunció una serie de avances en los ensayos clínicos de una vacuna que protegería contra todos los tipos de gripe de las cepas A y B. La nueva vacuna se basaría en unas proteínas que se encuentran no ya en la superficie sino en el interior del virus de la influenza. Las proteínas en cuestión serían vitales para todos los tipos de virus y por eso no podrían mutar sin perder su crucial funcionalidad. Una vacuna de este tipo podría producirse por síntesis química eliminando los hasta hoy usuales mecanismos de cultivo en embriones de pollo y otros procedimientos que pueden dar lugar a episodios alérgicos en las personas vacunadas, y según afirman los voceros del laboratorio, una o dos dosis alcanzarían para obtener una inmunización de por vida frente a los ataques del virus. El hallazgo ya ha sido patentado por el laboratorio, lo que de comprobarse su efectividad les permitirá a sus accionistas suculentas ganancias y reabrirá una vez más la controversia sobre la propiedad pública o privada del conocimiento.
La epidemia de gripe A también había dejado huellas en este sentido con la discusión que se planteó en torno del abastecimiento y producción del oseltamivir, el hasta hoy único medicamento efectivo frente a la infección viral. En caso de una nueva pandemia, los gobiernos deberán decidir si adhieren a la lógica del mercado y dejan en manos de una empresa el monopolio de la producción de la vacuna, o toman las riendas del asunto para que llegue a la mayor cantidad de gente posible y a costos razonables para las economías nacionales.
Los tratados internacionales autorizan a los países a otorgar licencias obligatorias en casos de emergencias sanitarias o asuntos considerados de interés público. La esperanza de que la tan deseada vacuna esté disponible deberá ir de la mano con acciones que permitan su aplicación masiva, frente a un virus que no respeta fronteras ni reconoce las diferencias sociales.
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