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Sábado, 15 de febrero de 2003

Vida interior

Los microorganismos están en (y entre) nosotros. Bacterias, hongos y microbios habitan en todas partes del cuerpo. Es que, desde su nacimiento, el ser humano convive con estos casi invisibles, imperceptibles y diminutos seres vivos en un estado de armonía y mutuo beneficio. Hasta que el equilibrio (o pacto de no agresión) se rompe y lo que era una pacífica colonización se vuelve infección y el individuo enferma. En la entrega mensual de Futuro dedicada a la salud, un paseo por el interior del cuerpo humano en donde la flora bacteriana germina.

Por Agustín Biasotti

No estamos solos. Nunca estamos solos. Aunque decidamos viajar a una isla desierta, cuya falta de atractivo la vuelva inhabitable, aun así no podremos proclamarnos su único habitante; por más que nos encerremos en lo alto de una torre (hoy podríamos decir: un rascacielos) y cerremos con siete llaves la puerta que nos separa del resto de la humanidad, tampoco sabremos lo que es la verdadera soledad.
Sin tomar conciencia de ello, al menos durante la mayor parte del tiempo, los seres humanos llevamos con nosotros a una multitud de seres vivos que tienen en su más alta estima nuestra compañía. En el mejor de los casos, nuestros perpetuos compañeros de ruta quizá decidan mudar de socio y, como una persona que baja de un colectivo para subir a otro, se vayan con alguna de nuestras transitorias compañías humanas.
Son millones, cientos de millones, pero la mayor parte del tiempo tienen la deferencia de no hacerse notar. Nada, nada de nada: son inquilinos perfectos, silencian sus pasos al llegar y cierran la puerta con cuidado cuando se marchan.
Todo es armonía hasta que esa idílica convivencia vuela por los aires. Ahí sí, deseamos no haberlos cruzado jamás en nuestro camino y no dudamos en desearles la muerte. Y echamos mano a cuanto haya a nuestra disposición para desembarazarnos de aquellos que han traicionado “nuestra confianza”. A veces logramos librarnos de ellos, y con el tiempo olvidamos y aceptamos nuevas compañías.
Otras veces somos nosotros los que llevamos las de perder a la hora del desalojo. Pero ésa es una historia que no habremos de contar nosotros.

Volvere y sere millones
(de bacterias)
Desde el momento mismo del nacimiento, los seres humanos convivimos con millones de microorganismos que viven sobre y dentro de nuestro cuerpo en un equilibrio perfecto. Estos diminutos seres vivos –preferentemente bacterias y hongos– se las arreglan para llevar adelante sus tareas cotidianas sin hacernos ningún daño, alimentándose de detritus celulares (mayormente provenientes de nuestro propio organismo). Son imperceptibles, aun a pesar de que son muchos, muchísimos.
“En las manos, por ejemplo, la cantidad de microorganismos oscila entre 50 mil y 4 millones de unidades formadoras de colonias, entendiendo por unidad de colonia a aquel ejemplar que puesto en un medio de cultivo es capaz de dar lugar a una colonia”, afirma el doctor Víctor Rosenthal, médico infectólogo, investigador asociado de la Universidad de Wisconsin y redactor de las Normas de Control de Infecciones del Ministerio de Salud de la Nación.
Los habitantes típicos, dentro del mundo de las bacterias, son los apodados “gram positivo”, más precisamente ciertos grupos de estafilococos y de estreptococos. Y así como buena parte de nuestra flora bacteriana y micótica lleva adelante su vida sobre nuestra piel, otros microorganismos prefieren morar en aquellas aberturas que llevan al interior del cuerpo humano. “Todo aquel orificio que está abierto al exterior está colonizado”, confirma el especialista consultado.
En la nariz y la boca es posible encontrar colonias de diversos tipos. Desde allí, una carretera de microorganismos va por la faringe a la tráquea y los bronquios; claro que esa vía está plagada de trampas: microscópicas cilias empujan una pegajosa mucosa que barre a su paso a losgérmenes. Otra carretera sigue el camino de los alimentos y conduce al esófago. Un paso más allá y el viaje llegará a su fin: el ácido clorhídrico del estómago constituye una barrera infranqueable a los seres vivos que pretenden transitar el resto del tracto digestivo.
Pero para los microorganismos que gustan del clima y del paisaje que ofrece el sistema digestivo existe otro camino alternativo. “La otra entrada al tracto digestivo es la vía anal; entre el ano y el colon es frecuente hallar bacterias gram negativo o anaerobias –señala el doctor Rosenthal–. Vale decir que casi el 80 por ciento de la materia fecal está conformado por bacterias colonizadoras del tracto digestivo.”
Otro sitio frecuentado tanto por bacterias gram positivo como por las gram negativo es la vagina. “Los microorganismos que habitan la vagina tienen una barrera en su camino al útero: el tapón mucoso –explica–. Este tapón que se encuentra en el cuello del útero es el encargado de proteger al bebé en gestación de los microorganismos durante el embarazo.” La caída del tapón mucoso es uno de los signos característicos de que el bebé está por nacer, pues al salir allana el paso al canal de parto.

La microflora intestinal
Pero los microorganismos que nos habitan no sólo están ahí, haciendo su vida, despreocupados por nuestra suerte. En otras palabras, su presencia no nos es indiferente; por el contrario, el citado equilibrio entre humanos y bacterias resulta extremadamente benéfico para aquellos que juegan el rol de huéspedes. Un buen ejemplo de ello lo constituye la llamada microflora intestinal que habita, como su nombre lo indica, nuestro tracto intestinal.
“Este posee diferentes funciones; además de absorber los nutrientes y de realizar la digestión es también el órgano más extenso de defensa del organismo. La mucosa intestinal posee una función de barrera, a la que se suma su ecosistema microbiano –explica un interesante artículo publicado en el European Journal of Nutrition, cuyo autor principal es A. Ouwehand—. Los microbios y su actividad tienen un impacto muy importante en el desarrollo y el funcionamiento del sistema inmunológico intestinal (y viceversa).”
Se estima que el intestino de un individuo adulto contiene de uno a dos kilos de microflora bacteriana, en su mayor parte integrada por bacterias anaerobias. Como señala el citado artículo, “esta influencia mutua también afecta al huésped más allá de su intestino. La colonización intestinal con una microflora balanceada es de vital importancia para el correcto desarrollo del sistema inmunológico. Enfermedades como la atopía (es decir, la enfermedad que es condición previa a la aparición de alergias, como el asma o la rinitis) están asociadas con las alteraciones de la flora intestinal”.
Cómo afecta a nuestra salud cualquier alteración presente en nuestra microflora también se ilustra con el envejecimiento: “Estudios recientes sugieren que la edad afecta a la microflora intestinal, con una reducción de las poblaciones de bacterias anaerobias y bifidobacterias, y como contrapartida un incremento de las enterobacterias. La reducida inmunidad intestinal resultante en las personas más añosas favorece las infecciones gastrointestinales que son tan frecuentes en la vejez”, afirma un estudio de X. Hebuterne, publicado en la revista especializada Current Opinion in Clinical Nutrional and Metabolic Care.
Pensar en la posibilidad de restituir la microflora bacteriana dañada por el paso de los años, el uso indiscriminado de antibióticos y otras múltiples razones, recurriendo para ello a alimentos que contengan microorganismos vivos, es la idea madre de los llamados “probióticos”. Los alimentos probióticos no son otra cosa que una suerte de marcha atrás a los procedimientos de pasteurizado: en vez de retirar microorganismos de los alimentos, la meta es lograr procedimientos de elaboración industrialque aseguren que ciertas bacterias (presentes en la materia prima o agregadas artificialmente) llegarán sanas y salvas hasta el tracto digestivo.
“Los probióticos podrían tener un profundo efecto positivo en la función intestinal, y la eficacia del tratamiento en las diarreas ya ha sido bien establecida en un reciente metaanálisis”, afirma el citado estudio. Un buen ejemplo local de alimentos probióticos son los yogures adicionados con ciertos bacilos lácticos desarrollados en el Centro de Referencia de Lactobacilos (Cerela), en Tucumán, que han demostrado ser tremendamente efectivos para el tratamiento de bebés y niños con diarrea estival.

Superbacterias
Desafortunadamente, son muchas las ocasiones en las que se altera ese delicado equilibrio que fomenta una saludable paz entre humanos y microorganismos. Cualquier alteración en alguna de las tantas barreras de defensa que nos separan de ellos puede dar lugar a lo peor: pasar de la colonización a la infección. Un ejemplo más que básico de esto es cualquier herida en nuestra piel, que abre una fisura en la muralla más perfecta que se pueda concebir, y que deja nuestra suerte librada a la capacidad de nuestras defensas de repeler el ataque.
Existen varios factores que pueden disminuir la capacidad de nuestro organismo de mantener a raya a los microorganismos. “Las enfermedades que se caracterizan por un compromiso inmunológico como el sida y el cáncer, junto con el uso de quimioterapia alteran el sistema inmunológico humano –dice el doctor Rosenthal, profesor de control de infecciones de la Universidad Valparaíso, de Chile, y del Colegio Médico de la Provincia de Buenos Aires–. Y cuando una persona tiene sus mecanismos de defensa reducidos, puede ser atacada incluso por aquellos microorganismos que normalmente no la atacarían.”
Claro que a veces son los microorganismos –generalmente con un poco de nuestra ayuda– los que se vuelven contra quien les brinda techo y comida. “Cuando se somete a estos habitantes naturales de nuestro organismo a una presión de selección darwiniana se rompe el equilibrio –afirma Rosenthal–. Esto es lo que sucede cuando se emplean en forma indiscriminada e inadecuada los antibióticos, que matan a las bacterias más débiles; las que sobreviven no sólo tienden (la mayor de las veces) a ser más virulentas, sino que además no responden a los antibióticos convencionales.”
Es más, a esta altura del partido existe más de un germen que literalmente no se muere con nada: “Hay varias bacterias multirresistentes, resistentes a una amplia gama de antibióticos, que no responden a ningún antibiótico conocido”, confirma el especialista. Estas superbacterias suelen habitar los hospitales –preferentemente en sus salas de terapia intensiva– ya que allí tienen la oportunidad de estar en contacto con antibióticos de todo tipo (que fomentan la aparición de resistencia) y con otras bacterias, con las que intercambian como si fueran figuritas aquellos genes que las vuelven resistentes.
¿Algunos ejemplos locales? “En la Argentina hay algunos sanatorios y hospitales en los cuales entre el 10 y el 20 por ciento de sus seudomonas son resistentes a todos los antibióticos conocidos: te infectás y te morís –responde, drástico, Rosenthal–. Algo similar sucede, pero en una proporción menor, con las poblaciones de acinetobacter de los centros de salud argentinos: un 10 por ciento de ellas no responde a ningún antibiótico.”
Al menos en lo que refiere al sistema de salud, la posibilidad de llevar adelante políticas de prácticas que preserven el equilibrio entre microorganismos y seres humanos es una esperanza aún latente, aunque poco tomada en cuenta en el nivel local. Proveer a los hospitales de infraestructura básica que permita a médicos y enfermeras lavarse lasmanos entre paciente y paciente, para evitar transferir los gérmenes de uno al otro, es una de las medidas básicas que suele ser desatendida en la mayoría de los casos.
Después está el tema de los antibióticos, y de su uso inadecuado (desde la automedicación hasta el uso de microbicidas humanos para el engorde de animales de granja). Pero eso es un tema demasiado grande como abordarlo en el poco espacio que le queda a esta nota. Pensemos en todo caso que todo lo que hagamos para preservar inalterado el hábitat de nuestros microscópicos compañeros es bueno no sólo para ellos, sino también para nuestra salud.

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