futuro

Sábado, 19 de julio de 2003

HISTORIA DE LA CIENCIA: GEOLOGíA

Recuerdos del Diluvio Universal


“El nivel de las aguas subió más de siete metros por encima de las montañas. Entonces perecieron todos los seres que
se movían sobre la tierra: los pájaros, el ganado, las fieras, todos los animales que se arrastran por el suelo, y también
los hombres.”
Génesis, 7, 20-21

Por Leonardo Moledo

Una buena parte de los norteamericanos, adeptos a la lectura literal de la Biblia y poco inclinados a la lectura de libros de ciencia, cree persistentemente en la historia del diluvio universal y el Arca de Noé que cada tanto una expedición intenta buscar. Pero, en realidad, la historia del diluvio es un invento nacido en el país que los norteamericanos invadieron y hoy ocupan; entre el Eufrates y el Tigris, un país entre ríos que alguna vez habrá soportado una crecida suficientemente grande y catastrófica como para quedar grabada en la mitología; de allí pasó a la Biblia (que en cierta medida también es una creación mesopotámica) y consecuentemente al Occidente cristiano. Y aunque ahora nadie cree que haya habido alguna vez un diluvio universal, la palabra “antediluviano” ha quedado en el lenguaje, esa gran máquina de la memoria, para recordarnos lo que alguna vez fue el mito central sobre nuestro origen.
Lo cierto es que los científicos del siglo XVIII, aquellos grandes hacedores de mundos que llevaron a cabo la revolución científica, inventaron la ciencia moderna, modificaron los cielos y la tierra y empezaron a separar lentamente el estudio de lo natural de la versión literal de la Biblia, ajustándose a los marcos racionalistas, llegaron a la conclusión de que el diluvio había sido imposible; el Diluvio Universal empezó a flaquear y adoptó la forma más sensata de una tenue garúa religiosa.
El reverendo Thomas Burnett (1635-1715), un teólogo muy fiel a la Biblia aunque no a su interpretación ultraliteral, mostró mediante una sencilla cuenta que el agua que podía haber llovido en cuarenta días y cuarenta noches era insignificante (en realidad, sabemos hoy, toda el agua existente en el planeta apenas alcanzaría para cubrir la Tierra con una capa de tres centímetros de espesor). Pero Burnett quiso salvar al diluvio y concluyó entonces que el agua había venido de abajo, según la convicción muy arraigada entonces de que existían grandes depósitos de agua subterránea. En el momento de la Creación, según Burnett, la Tierra era una esfera perfecta cubierta por una especie de caparazón sólida también perfecta, que se partió, colapsando en fragmentos que se hundieron en el agua. Es decir, transformaba el diluvio en una especie de inmersión.
Después del desastre, los pedazos irregulares de la caparazón original constituyeron el relieve de la Tierra que observamos hoy (es decir, en la época de Burnett); sólo las feas ruinas de la perfección pasada (hay que aclarar que aún no se había constituido la imagen de la Naturaleza como algo bello, mucho más tardía, y se la percibía como horrible y amenazadora). La explicación de Burnett, aunque atrajo el interés y en cierto modo el entusiasmo de Newton, era aún prácticamente bíblica, con su esfera perfecta recién creada, y el paraíso terrenal apoyado en ella. En realidad, era de la misma estirpe que la fecha que el obispo Ussher había dado por entonces para el inicio del mundo: el año 4004 a.C. a las 6 de la tarde.
Pero por la misma época, Robert Hooke (¡cuándo no!) adelantaba la idea de una corteza terrestre sujeta a continuas transformaciones a lo largo del tiempo, y el filósofo y científico alemán Leibniz (1646-1716), propuso una teoría según la cual el planeta entero había estado cubierto, en sus orígenes, por una enorme capa de agua, que se había ido retirando lentamente y dejando en descubierto la tierra firme. Leibniz respetaba, sin embargo, la cronología bíblica (y expuso su teoría en Protogea, publicada póstumamente en 1749).
Pero el que expuso una teoría aún más radical fue el escritor francés Benoit de Maillet (1656-1738) quien, en un libro que circuló clandestinamente para evitar la censura de la Iglesia, la presentó como obra de un filósofo oriental llamado Telliamed (descubra el lector el secreto del seudónimo). La teoría no hacía referencia alguna a ningún diluvio reciente; por el contrario suponía que la Tierra era inmensamente antigua. Telliamed argüía que los registros de las crecidas del Nilo eran muy viejos y detallados y que hablaban más bien de un descenso persistente de las aguas en los tiempos históricos. Como haría Hubble doscientos años más tarde con la fuga de las galaxias, Teillamed rebobinaba el fenómeno hacia atrás en el tiempo, hasta llegar al momento en que las aguas estaban tan altas que el planeta entero había estado cubierto. Cuando el descenso del agua expuso la primera tierra firme, comenzó la erosión y los procesos de sedimentación en los flancos de las montañas todavía submarinas, que serían expuestas a medida que las aguas se retiraban.
El libro recién se publicó en 1748, pero las ideas de De Maillet fueron tomadas por el naturalista francés G. L. Buffon (1707-1788), el primero que rompió abierta y científicamente con la cronología bíblica y calculó la edad de la Tierra en 70 mil años (cifra fantástica para ese entonces). En realidad, lo que ocurría es que el mito del diluvio, científicamente imposible, se resistía a morir, y luchaba por su existencia. Y así, pasando por los mares bíblicos de Leibniz y las aguas originarias y prehistóricas de De Maillet, se transformaba en la bellísima teoría del océano en retirada. (Continuará...)

Compartir: 

Twitter

 
FUTURO
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.