futuro

Sábado, 26 de julio de 2003

Siameses

Por Agustin Biasotti

Algunos podrán tomarlo como un chiste de mal gusto, otros seguramente hablarán de una suerte de victoria póstuma. Pero lo cierto es que hace dos semanas, los cuerpos de Ladan y Laleh Bijani, las gemelas siamesas iraníes unidas por sus cabezas que murieron tras ser separadas quirúrgicamente en el Hospital Raffles de Singapur, fueron enterrados en ataúdes separados en Lohrasb, su ciudad natal.
Las preliminares de la complejísima intervención quirúrgica –que se extendió por más de 48 horas y de la que participó un equipo médico integrado por 25 especialistas y 100 auxiliares– y su trágico desenlace –para muchos, una muerte anunciada– formaron parte durante días de la vida cotidiana de buena parte del planeta que siguió la historia novelada por la televisión, la radio, la prensa escrita e Internet.
Súbitamente (y como era de esperar), los medios se poblaron de casos similares: en Egipto nació un bebé con dos cabezas, en la India dos hermanas de 34 años unidas por la cintura y las piernas decidieron dar marcha atrás a su deseo de llevar vidas separadas, mientras que los argentinos asistimos al triste destino de las “gemelas sanjuaninas” que murieron aún antes de que se intentara siquiera separarlas.
Es que, como se verá más adelante, los gemelos recíprocamente unidos, más conocidos como gemelos siameses, atraen y han atraído la atención de las personas a través de los siglos. Más allá del profundo drama humano que plantean estos binomios de individualidades que comparten la imposibilidad de alcanzar alguna forma de independencia, existe una atracción por toda aquella forma de vida que se muestra contraria a lo normal.
En su Manual de zoología fantástica, Jorge Luis Borges menciona el interés que despierta descubrir formas inimaginadas: “A un chico lo llevan por primera vez al jardín zoológico. Ese chico será cualquiera de nosotros o, inversamente, nosotros hemos sido ese chico y lo hemos olvidado. En ese jardín, en ese terrible jardín, el chico ve animales vivientes que nunca ha visto (...). Ve por primera vez la desatinada variedad del reino animal, y ese espectáculo, que podría alarmarlo y horrorizarlo, le gusta”.

Las gemelas de Biddenden
Algunos historiadores de la medicina, como Laura Beardsley, quien en 1995 montó en el Mütter Museum de Filadelfia, Estados Unidos, una exhibición sobre los gemelos siameses, se han dedicado a rastrear el interés que estos “fenómenos” de la naturaleza han despertado en las distintas épocas en que les tocó vivir. Beardsley, por ejemplo, halla en las dos caras del dios grecorromano Jano cierto aire a siamés cefalopago (ver recuadro), así como un dejo a parapago en los centauros que mixturaban lo humano con lo equino.
Sin embargo, las siamesas más antiguas que aún hoy son recordadas como tales nacieron en el año 1100, en Biddenden, condado de Kent, Inglaterra. Mary y Eliza Chulkhurst, que pasarían a la historia como las Biddenden Maids, aparecen unidas por sus caderas y sus hombros en representaciones pictóricas de la época, lo que hace suponer que eran siamesas pigopagas. Ante la muerte de una de ellas, los médicos lanzaron la aventurada idea de separarlas para salvar la vida de la sobreviviente.
“Así como llegamos juntas, nos iremos juntas”, cuenta la leyenda que dijo esta última, que por aquel entonces tenía 34 años. Su muerte ocurriría en cuestión de horas, pero ambas fueron recordadas hasta el día de hoy gracias a 20 acres de tierra donados por ellas a la iglesia local que, en reconocimiento a su generosidad, hornea pequeñas tortas y galletitas con la imagen de las gemelas para dar a los pobres todos los domingos. En aquellos años, el nacimiento de gemelos siameses solía ser atribuido a, entre otras cosas, la ira de Dios, la influencia del demonio o a cierta cosa que la mujer hubiera visto durante el embarazo. Ya en el siglo XVI, el cirujano francés Ambroise Paré decidió hallar la causa científica de este fenómeno al que consideraba “contrario a la ley y al orden de la naturaleza”.
Claro que Paré no se alejó mucho de las supersticiones habituales de la época, y atribuyó la gestación de gemelos siameses a que las mujeres llevasen ropas muy ceñidas, a que tuvieran demasiado ajustadas las ropas que cubrían su vientre, e incluso a la forma de sentarse...

Chang y Eng, los primeros siameses
El apodo “siamés” para nombrar a un gemelo unido recíprocamente a su hermano nace de Chang y Eng, los que pueden ser considerados los gemelos siameses más famosos de toda la historia, y que nacieron (como su apodo lo señala) en Siam (hoy Tailandia). A los 18 años, en 1829, los mencionados hermanos unidos por el tórax decidieron aceptar la propuesta del capitán Abel Coffin de viajar a los Estados Unidos, a cambio de una modesta suma de dinero que permitiría a su madre sobrellevar la ausencia.
Con el capitán Coffin como representante artístico, Chang y Eng comenzaron en Boston lo que sería una gira circense que recorrió ese país anunciando la llegada de “Los dobles muchachos siameses” (The Siamese Double Boys). La gira luego prosiguió por Inglaterra, en donde el binomio no dejó lugar sin presentarse, y hasta llegó a hacerse un lugar en los divertimentos de la familia real. Pero en Francia no pudieron ingresar; los detuvo el temor a que las embarazadas que asistieran al espectáculo tuvieran hijos “siameses”.
Finalmente, Chang y Eng decidieron regresar a Estados Unidos, romper contrato con su representante y sentar cabeza(s). En un pequeño pueblo de Carolina del Norte, ya con 40 años y tras haber adoptado el apellido Bunker, los siameses contrajeron matrimonio con Adelaide Yates y Sarah Anne... Yates, su hermana. Los años por venir traerían un total de 21 hijos y, para mantener esa familia tan numerosa, los hermanos debieron volver a salir de gira, una gira que habría de llevarlos de nuevo al viejo continente.
A mediados de enero de 1874, más precisamente el 17 y ya de vuelta en Carolina del Norte, algo despertó a Eng en mitad de la noche: su hermano Chang había muerto. A las pocas horas, Eng corrió la misma suerte. El cuerpo de los “gemelos siameses” fue llevado al Colegio de Médicos de Filadelfia, y luego al Mütter Museum, donde los doctores Harrison Allen y William H. Pancoast efectuaron la autopsia que determinó que Chang murió de un accidente cerebrovascular, pero que nada dijo de cierto con respecto al deceso de su hermano.
Para la estudiosa del tema Laura Beardsley, “Chang y Eng no sólo introdujeron el término siamés en nuestro lenguaje, sino que también cambiaron la forma en que la sociedad veía a los gemelos unidos recíprocamente y a todos aquellos con diferencias físicas profundas. Ellos probaron que aquellos que eran diferentes podían llevar vidas normales: trabajos, esposas y una familia saludable”.

Una nueva atraccion en el circo mediatico
Lo que no queda claro es si ser el número vivo de un circo, en razón de esas “diferencias físicas profundas”, puede ser considerado llevar una vida normal.
La observación no es menor, en especial cuando las imágenes de la tragedia de Ladan y Laleh, las gemelas iraníes recientemente fallecidas, dejan la sensación de un tratamiento en gran medida sensacionalista por parte de los medios, que lejos de interesarse por los rasgos humanos de la historia se esforzaron en mostrar con el mayor detalle posible lo extraño, lo deforme, lo monstruoso. Se podría pensar que sólo es cuestión de forma lo que separa a la gira circense de Chang y Eng de la televisación de la tragedia de Ladan y Laleh. En todo caso, la pregunta que queda por hacer es qué tanto influyó en este caso (y qué tanto influirá en los venideros) la exposición pública de las gemelas a la hora en que el comité de ética de un hospital debe sopesar los posibles riesgos y beneficios que pueden derivarse de una separación quirúrgica como la que se efectuó en el Hospital Raffles de Singapur.

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