futuro

Sábado, 1 de noviembre de 2003

BIOLOGIA: ¿SE PODRA VIVIR PARA SIEMPRE?

De aquí a la eternidad

“Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.”
El inmortal, Jorge Luis Borges

Por Federico Kukso

Que el hombre suele desear todo aquello que no tiene, ya es casi una figurita repetida en la historia humana. Conquistas, anexiones de territorios y usurpaciones de recursos naturales y bienes culturales, bien lo prueban. Pero también hay anhelos un poco menos truculentos, que (en ciertos casos) no llevan aparejados muchos baños de sangre y que, desde tiempos inmemoriales, revolotean en el pensamiento de varios hombres (y mujeres): vivir para siempre. Los casos, en la vida real y plasmados en libros, son muy elocuentes: el explorador español Juan Ponce de León (1460-1521) buscó sin mucho éxito la Fuente de la Eterna Juventud en algún lugar de Florida (hoy Estados Unidos); Oscar Wilde rondó el tema en El retrato de Dorian Gray y Mary Shelley dijo lo suyo en su célebre Frankenstein. Lo mismo ocurre con las religiones, que para asegurar el cumplimiento de ciertas normas y deberes, prometen la inmortalidad (del alma), aunque en sus textos de cabecera recurran a personajes que parecen no morirse nunca. En la Biblia, para no ir muy lejos, el patriarca más joven, Enoch, murió a la módica edad de 365 años; y el más viejo, Matusalén, a los 969 años.
En el fondo, hay una persistente intención de dilatar lo más posible la estadía del hombre en la Tierra y, sobre todo, traspasar esa barrera por ahora infranqueable llamada muerte. Pero por el momento los límites están ahí, aunque biólogos, genetistas y otros científicos los tantean constantemente y a veces los extiendan. El rango máximo que puede alcanzar la vida de un ser humano –concuerdan– es de 120 años y nadie (pero nadie) puede vivir más. Así es desde hace miles de años. Lo que sí cambió es la expectativa de vida, que va en continuo aumento. Por ejemplo, una persona cualquiera en Grecia o en Roma podía esperar vivir algo así como 20 años. De ahí al siglo XX, la esperanza de vida en el mundo industrializado aumentó drásticamente: de vivir hasta casi los 50 años se pasó a vivir alrededor de 80 (promedio). Todo gracias a las mejoras en la alimentación, la higiene y la medicina. Actualmente, el título de máxima longevidad lo ostentan las mujeres japonesas, con una esperanza de vida de 83 años (aunque el ser humano que más tiempo vivió –y quedó documentado– fue la francesa Jeanne Louise Calment, que murió a los 122 años).
James Vaupel, del Instituto Max Planck de Investigación Demográfica en Alemania, sostiene que el crecimiento de la esperanza de vida se ha sostenido desde 1840 y que para 2150 el promedio será de 122,5 años, por lo que los “cientocincuentagenarios” serán de lo más comunes.

Gusanos de larga vida
Pero si hay que buscar en algún lado, el secreto de la inmortalidad podría estar en los genes. De hecho, un grupo de investigadores de la Universidad de California (Estados Unidos) consiguió la mayor extensión de expectativa de vida en un organismo al aumentar seis veces el tiempo habitual de vida del gusano Caenorhabditis elegans. Gracias al tratamiento (que consistió en inhibir una hormona metabólica y remover sus órganos reproductores), algunos de los nematodos de muestra llegaron a vivir 144 días, cuando viven usualmente sólo 20 días. En los seres humanos,equivaldría a 500 años. Pero a no alegrarse: pese a que el nematodo del experimento comparte muchas características genéticas con el ser humano, sigue siendo un organismo bastante simple y nada complejo como el hombre.
Además, el hecho de traspasar la supuesta fecha de expiración de los 120 años, no significa que valga la pena vivir tanto: muchos científicos son escépticos sobre la posibilidad de superar tal edad simplemente porque el cuerpo humano no estaría “diseñado” para superar las 12 décadas. Es que con el paso del tiempo prácticamente todos los sistemas pierden lenta y progresivamente sus funciones: piel, huesos, músculos, riñones, corazón, vasos sanguíneos, hígado. Lo que también se descubrió últimamente es que a medida que nos vamos poniendo viejos, los extremos de los cromosomas de las células (telómeros) se achican. Algún día, tal vez, se pueda revertir este proceso y detener el reloj.

Elíxires tecnológicos
Los más optimistas auguran que es muy posible que la generación de niños que hoy nacen sea la última que conozca la muerte. Es mucho decir; se trata de una afirmación quizás un poquito ostentosa, pero con cierta base. Al fin y al cabo, la medicina regenerativa, la investigación genética, la biotecnología y la nanotecnología avanzan a pasos gigantescos cada día, y lo que hasta ahora era mera fantasía, hoy es carne de debate.
El Proyecto Genoma Humano está recogiendo sus frutos. Y a la par se desarrolla el “Proyecto Fausto”, dirigido por el Premio Nobel Renato Dulbecco, con un claro objetivo: duplicar el tiempo humano de vida.
Del lado de la nanotecnología, Robert Freitas, científico del Institute for Molecular Manufacturing (California, Estados Unidos), considera que no se está tan lejos de insertar en el torrente sanguíneo “respirocitos”, esto es, glóbulos rojos artificiales (nanomáquinas) con la misión de reparar in situ cuanta avería se presente en el cuerpo. Si no funciona, queda el dudoso e ineficaz recurso de la criogenia (congelamiento del cuerpo en nitrógeno líquido después de la muerte para una posible reanimación).
Como es de imaginar (en esto la imaginación es una herramienta casi obligatoria), si se consigue por uno u otro camino ganar más años de vida, habrá que repensar lo que se conoce hoy como sociedad. Igualmente, en comparación con los tiempos de los que rigen en el cosmos, la vida humana es mucho menos que el aleteo de una mosca (el universo tiene unos 13.700 millones de años, el sol, 4500 millones; la Tierra, 4,5 millones; y la Vía Láctea da una vuelta completa cada 200 millones). Tal vez con eso, vivir años más o años menos, no haga mucha diferencia. Siempre y cuando sean buenos.

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