futuro

Sábado, 19 de febrero de 2005

NOVEDADES EN CIENCIA

El olfato de una abeja

Son tan chiquitas, inquietas y movedizas que cualquiera las podría confundir con zombis o, a lo sumo, con máquinas perfectamente diseñadas para trabajar. Pero no. Con el tiempo, las abejas están empezando a dejar caer sus secretos ante los equipos científicos del mundo que las estudian con gran afición para comprender cómo seres vivos del tamaño de estos insectos voladores (parientes lejanos de las hormigas y las avispas) pueden ser tan eficientes y capaces de formar sociedades enteras llamadas colmenas. Uno de estos grupos de investigación es el dirigido por el argentino Martín Giurfa (Universidad Paul Sabatier, en Toulouse, Francia), quien en el 2001 descubrió que las abejas más comunes (Apis mellifica) tienen funciones cognitivas con las que son capaces de distinguir señales y avisar a sus compañeras dónde está su comida preferida.

Al parecer, estos insectos –que gozan de cerebros de apenas 960 mil neuronas y su volumen alcanza solamente 1 mm3– también poseen un potente sentido del olfato cuyos centros cerebrales son similares en estructura y funcionamiento a los de los vertebrados, incluido el hombre (por lo que cualquier información nueva permitiría desarrollar aplicaciones en medicina para solucionar problemas relacionados con los sentidos en general). Así lo demostró otro argentino del grupo, el biólogo Fernando Guerrieri, junto a un científico alemán y otro francés, quienes definieron por primera vez el llamado “espacio perceptual olfativo de la abeja”, es decir, las dimensiones perceptuales mediante las cuales los olores son evaluados y clasificados por el animal. Los resultados de este importante aporte en el ámbito de la cognición animal serán publicados en la revista Public Library of Science Biology (www.plosbiology.org).

Usualmente, las abejas identifican en su contexto natural muchos olores con bastante precisión pues su fuente de alimento son las flores, de las que obtienen el néctar (básicamente, una solución de agua con azúcar). De modo que las abejas recolectan néctar de las flores, lo llevan a la colmena y ahí lo concentran para producir la miel, que constituye su reserva alimentaria. “Las abejas tienen lo que se llama ‘constancia floral’ –explicó Guerrieri–. Esto quiere decir que una vez que la abeja reconoce un tipo de flor determinado como fuente de néctar, siempre buscará flores del mismo tipo, por ejemplo una rosa roja de 5 cm de diámetro. Pero la probabilidad de encontrar varias flores prácticamente iguales son bajas y lo que terminan las abejas de reconocer son rosas; este proceso cognitivo se llama generalización.”

Lo que hicieron Guerrieri y sus compañeros fue entrenar a las abejas para que asociaran un olor determinado a una recompensa (agua con azúcar, por ejemplo). Luego les presentaron otros olores y vieron si el animal respondía o no. Así pudieron establecer qué olores eran percibidos como “más parecidos entre sí” (alcoholes) por las abejas y cuáles como “más diferentes”. En pocas palabras, una forma ingeniosa de mantenerse bien alejadas de sitios nauseabundos.

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