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Sábado, 1 de marzo de 2003

NOVEDADES EN CIENCIA

Novedades en ciencia

Los carnivoros de madagascar
Hay ciertos lugares especiales en la Tierra que, ya sea por razones geológicas, climatológicas o simplemente por la confluencia de diversos factores, se convirtieron con el tiempo en santuarios naturales. Uno de los más destacados es el archipiélago de las islas Galápagos; el otro es Madagascar, la isla de unos 580 mil kilómetros cuadrados, ubicada al sudeste de Africa. La riqueza biológica de esta nación-oasis (que junto a Brasil, Colombia, México, Zaire, Australia e Indonesia forman el grupo de las 7 naciones biológicamente más ricas del planeta) es extraordinaria: por ejemplo, de las 987 especies de vertebrados que hay en la isla, 771 son únicas en el mundo. Es más: hay casi 40 especies de lemures y 50 de camaleones. Casi un mundo aparte, único no sólo por los animales que tiene sino también por los que no tiene: no hay elefantes, ni camellos, ni jirafas, ni leones originarios.
La historia de la isla comenzó hace unos 160 millones de años cuando lo que hoy se conoce como Madagascar se separó del gigantesco continente llamado Gondwana (formado por Africa y Australia), y desde entonces casi toda su fauna y flora evolucionaron aisladas del resto del mundo. Casi toda, pues según un estudio realizado por un equipo de biólogos de la Universidad de Yale (Estados Unidos), un grupo de mamíferos (los carnívoros) no habría evolucionado a la par del resto de los animales.
Luego de secuenciar y comparar el ADN de diversas especies locales (como la fossa, depredador similar al gato, y la civeta hormiguera, carnívoro de hocico alargado), con el de otros animales de Africa y de la India, los científicos llegaron a la conclusión de que todos los carnívoros de la isla, a pesar de no parecerse mucho entre sí, descenderían de un animalito similar a la mangosta (un carnívoro de unos 15 centímetros de largo, famoso por su astucia en las fábulas de Esopo y en los cuentos de Kipling) que se habría colado en la isla (desde el continente) hace unos 20 millones de años, 140 millones de años después de que la isla se separara. Aunque cómo lo hizo, nadie lo sabe.
Según cree la bióloga Anne Yoder, un grupo de estos feroces animales habría logrado sobrevivir en un tronco (o algún que otro material que le sirvió como flotador) los 500 kilómetros de agua que separan Madagascar del continente africano. Una odisea tras la cual los carnívoros ingresaron al paraíso en que se había convertido, por entonces, Madagascar.

Los primeros australianos
Oceanía fue el penúltimo continente al que arribó el Homo sapiens luego de su largo éxodo desde Africa (el último fue América). Y eso habría ocurrido hace unos 40 mil años. El dato proviene de una nueva y más precisa datación de un fósil humano descubierto en 1974 por el paleoantropólogo Jim Bowler (Universidad de Melbourne), junto al lago Mungo, al sudeste de Australia. Poco más tarde, Bowler y su colega Alan Thorne estimaron que el “Hombre de Mungo” tenía cerca de 30 mil años. Pero en 1999, Thorne y su equipo de la Universidad Nacional de Australia, en Canberra, realizaron otro estudio que elevó la antigüedad del esqueleto a 62 mil años. El problema es que esta última datación no encajaba con los modelos de expansión humana derivados de la famosa teoría “Fuera de Africa”, que dice que el Homo sapiens salió de aquel continente hace unos 100 mil años. Un arribo a Australia hace 62 mil años parecía demasiado rápido. Por lo tanto, la datación de 1999 fortalecía a la teoría rival (“multirregional”), que postula un desarrollo progresivo de nuestra especie en varios puntos del planeta a la vez, y no su origen exclusivamente africano.
La cuestión es que ahora, y tal como cuenta la revista Nature, cuatro laboratorios –incluyendo al del propio Bowler– han examinado nuevamente al famoso fósil. Y también a varias muestras de arena del lugar en el que fue hallado, e incluso algunas herramientas de piedra. Y concluyeron que aquel australiano pionero vivió hace unos 40 mil años. Las piezas vuelven a encajar.

Sexo hasta en la médula
Se ha dicho infinidad de veces: el cerebro es el principal órgano sexual. Sin embargo, un flamante estudio realizado con ratones revela que la espina dorsal juega un papel clave en esta historia: un grupo de neurocientíficos encabezados por Lique Coleen (Universidad de Cincinatti) han ubicado el circuito neuronal que dispara la eyaculación en la parte más baja de la columna vertebral. Estos científicos les inyectaron toxinas a unos ratones machos para desactivar las neuronas ubicadas en el último cuarto de su espinazo. Y luego los colocaron en unas jaulas junto a varias hembras. Los ratones se comportaron normalmente, salvo que a la hora de la cópula ninguno de ellos llegó a eyacular. “Esta acción no está controlada desde el cerebro, sino desde la parte inferior del espinazo –dice Coleen– y se trata de un simple reflejo.” De todos modos, aclara el experto, la eyaculación es un proceso muy complejo, en el que ciertas células y neurotransmisores actúan como puente entre el cerebro y los órganos reproductivos. Ahora, Coleen y los suyos siguen estudiando los fantásticos mecanismos del sexo con la esperanza de tratar las disfunciones eyaculatorias que en algún momento de la vida afectan a uno de cada tres hombres.

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