El muerto se agita en su tumba y de pronto resucita. El vivo permanece inmóvil durante meses (o años), como si hubiera muerto, mientras el cortejo se encamina al cementerio. La joven doncella golpea (desde adentro) el ataúd, rogando que la saquen antes de que se le acabe el aire. Sigilosamente, la catalepsia (esa especie de muerte clase B) opera en esa delgada línea roja que separa el ser del no ser, la existencia de la nada y, naturalmente, fluctúa suavemente entre el terror, la literatura y el vértigo.