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Sábado, 31 de mayo de 2014

Identikit del súper anticiclón de Júpiter

Meteorológicamente hablando, la “Gran Mancha Roja” de Júpiter es colosal anticiclón. Es decir, una estructura gaseosa de alta presión, cuyo sentido de giro es contrario a la agujas del reloj. Esta súper tormenta de tamaño y color variable (ver nota principal) se extiende varios kilómetros por encima de capas nubosas más altas del planeta. Y si bien no es la única, es, por lejos, la más grande, duradera y compleja de la –a su vez– complejísima atmósfera joviana. Un manto de miles de kilómetros de espesor, que envuelve las estructuras más internas y densas de este monumental planeta (143.000 kilómetros de diámetro). Un mundo que, en pocas palabras, podemos definir como una “bola de gas, con un pequeño núcleo sólido”. Gas que es, casi todo, hidrógeno y helio.

A la largo de su historia conocida, la “Gran Mancha Roja” se ha mantenido siempre en torno de los 22º de latitud Sur de Júpiter, apenas por “debajo” de su famoso “Cinturón Ecuatorial Sur”, una de sus franjas nubosas más emblemáticas e impresionantes. Sin embargo, va derivando lentamente en longitud. Del mismo modo, también ha ido variando de tamaño, forma y velocidad de giro (ver nota principal): actualmente, mide unos 16 mil kilómetros de diámetro ecuatorial, por unos 13 mil de diámetro polar. Y los vientos que la contornean soplan a más de 500 km/hora, haciéndola dar un giro completo sobre sí misma cada 4 días (al parecer, el “motor” de esos vientos, y de los demás vientos jovianos, podrían ser las fuertes corrientes de convección verticales, generadas por el gran calor interno del planeta). Al parecer, su extrema longevidad (se la conoce, como mínimo, desde 1830) es resultado, justamente, de su enorme tamaño.

¿Y qué podemos decir de su emblemático color rojizo? Por empezar, hay que aclarar que ese color no siempre fue el mismo. Sí fue el color predominante desde, al menos, fines del siglo XIX hasta hace unos pocos años. Pero hay registros aislados que sugieren que algunas veces fue grisácea, y hasta casi blanca, lo que, lógicamente, la hizo muy difícil de observar con telescopios, dado su bajo contraste con respecto al fondo de la atmósfera joviana. En cuanto al emblemático y duradero color rojizo que le da nombre, hay ciertas dudas, pero en base a diferentes modelos, e incluso experimentos de laboratorio, es probable que esté asociado a complejas moléculas orgánicas, a compuestos de fósforo y/o azufre, o todo eso junto, materiales que podrían provenir de zonas más internas de Júpiter, y reaccionar fotoquímicamente en la atmósfera externa del planeta. En suma, todo un prodigio astrometeorológico que, después de tanto tiempo, nos sigue maravillando. Y que ahora vuelve a ser noticia.

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