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Viernes, 6 de agosto de 2004

RESISTENCIAS

Ciudad Oculta, revelada

Gracias a una iniciativa de quienes manejaban uno de los comedores comunitarios, funciona en Ciudad Oculta un taller de fotografía para adolescentes y jóvenes del barrio. La producción que ahora exhiben en el Teatro de la Ribera da cuenta de una villa que deja de ser miseria a través de sus ojos y se revela tan bella como puede serlo un hogar propio.

Por marie Katharina wagner

Al principio se quedan callados, 15 pares de ojos miran con interés pero también con desconfianza, o más bien timidez. Están en un cuarto de la guardería La Buena Voluntad en la villa 15, conocida como Ciudad Oculta, cerca de la autopista que va a Ezeiza.
Tienen entre 13 y 23 años y participan del taller de fotografía Contraluz. Sus fotos ya se exhibieron en varias muestras en el país, y en septiembre se las podrá ver por primera vez en Europa: la galería Faits et Causes en París mostrará una serie llamada “Movimiento Perpetuo”.
En Buenos Aires, el Teatro de la Ribera exhibe fotos de Contraluz bajo el título “Después de la Bruma” hasta el 30 de septiembre, en el marco del Festival de la Luz.
El día en que están reunidos en el taller, los chicos piden que no haya clase. Les gusta hablar, pero no sin conocer con quien lo hacen. Dolores de Torres, que junto con Ricardo Spinetti da clases de fotografía en Ciudad Oculta todos los sábados desde hace dos años, explica: “Los chicos son muy abiertos después de que uno los conoce o después de que ellos te conocen. Ahora tenemos una relación muy afectuosa, y sin embargo no me cuentan siempre todo. Pero te tiran muchos datos a través de la fotografía. Una vez hicimos una serie de retratos, y una chica me dijo que quería sacarle una foto a su sobrino sosteniendo la foto de su papá que murió. Entonces le digo: ¿hace poco que murió?, porque encima era muy joven. Y ahí me contó que unos días atrás lo habían matado a tiros”.
Las fotos no sólo impresionan por el entorno que muestran, aunque la perspectiva íntima y casi cariñosa que tienen con respecto a su barrio es muy especial y logra convertir lugares supuestamente feos en imágenes bellas. Es que uno no ve fotos así, sacadas desde adentro, donde la villa no es “la miseria” sino simplemente un hogar: “Un fotógrafo no puede venir y meterse acá y sacar las mismas fotos que sacamos nosotros que tenemos un vínculo tan cercano con la gente. En un encuentro con fotógrafos ellos nos marcaban mucho eso, que ellos para conseguir una foto así tenían que vivir mucho tiempo en ese lugar”, dice la más grande de los Contraluz, Jessica Chaile.
Pero más allá del contexto que los rodea, hay algo en todas las tomas que es más llamativo aún –porque no tiene que ver con un determinado lugar o tipo de gente– y es la naturalidad con la que fotografían, por la cual ellos siempre parecen ser parte de sus tomas y no sólo observadores. “Los chicos tienen una capacidad increíble de desaparecer detrás de la cámara, de hundirse en cualquier lugar. En una muestra que hicimos en el Centro Cultural Borges venía Ibarra y yo los veía saltar adelante, como si hubieran tenido la cámara toda la vida, le sacaban, bailaban, jugaban, saltaban. Y María le tomó una foto de lo más informal a Ibarra, creo que le sacó la lengua o algo así; es que en la medida que estén jugando es difícil que la gente no se prenda en este juego.”
La fotografía es un juego para ellos, pero también un lugar donde sentirse cómodos y seguros. ¿Qué es lo que les gusta de sacar fotos? “Está bueno, es divertido, me gusta”, dicen, pero es obvio que se trata de algo más que entretenimiento. Una de las más chiquitas insiste: “Me gusta sacar fotos porque me gusta guardar imágenes para después, cuando las vea, me acuerde de lo que pasó en ese momento”. Y en un texto escrito para acompañar la muestra de París, Jessica expresa lo que en la charla nadie quiso decir: “Muchas veces pienso que la gente que nos ayuda no sabe la satisfacción y la alegría que sentimos al ver reflejado en un papel la imagen producida por nosotros mismos; el sentimiento y la emoción es inexplicable, al igual que lo que nos pasa con cada muestra”.
Hace poco que empezaron a ilustrar cuentos de Cortázar con la cámara estenopeica. Casi siempre al armar una escena, recurren a juguetes para contarla. Dolores piensa que esto representa lo que los chicos buscan y encuentran en la fotografía: “Un lugar donde la infancia está a salvo, donde la inocencia está asegurada”.
Se ponen en juego muchas emociones, algo que se refleja también en sus reacciones al mirar las fotos de otros: “Conectan muchísimo con las fotos en donde hay un vínculo afectivo, les llama mucho la atención, por ejemplo, una foto en donde aparece una madre llorando porque le sacan a un chico, o un chico llorando porque mataron a la madre, o una hermana que está cuidando a un bebé. Esas fotos les quedan en la cabeza pero muchísimo, y les llama más la atención que todo lo que es fotografía callejera. Y si hay un retrato de una persona les llama la atención los ojos. Y dicen, por ejemplo: me gustan los ojos porque están como muy mojados y parece que van a llorar”.
La mayoría de la gente en Ciudad Oculta apoya el proyecto que inició Cielo Chaile, la fundadora de la guardería La Buena Voluntad. Un grupo de madres hace los portanegativos a mano, otras venden ropa arreglada y con lo recaudado compran papel fotográfico y materiales necesarios para el taller. Por el momento los quince comparten cuatro cámaras, y todas las semanas vienen más chicos que quieren participar. Que se contagie el entusiasmo en todo el barrio para Dolores ya es una batalla ganada, porque “cualquier crecimiento cultural va en contra de la violencia; si uno ve acá, en este país, cómo se genera la violencia es a través de la frustración, la imposibilidad de ser otra persona, porque vivís en la villa, porque está señalado que la violencia surge de los barrios bajos, y es como paralizarlos en una situación, no darles la oportunidad. Y cuando te das cuenta del talento que tienen, decís: qué terrible sería no poder expresarlo, cuánto perderíamos nosotros también”.
Al final de la charla en la guardería, los chicos han aceptado a esta cronista. Sacan fotos, quieren mostrar su laboratorio en construcción que pronto podrán usar, y cuentan la historia del “hospitalito”, el icono del barrio que aparece en muchas de sus fotos. Residuo de otra época (en su momento iba a ser el hospital más grande del país), la ruina vigila como un esqueleto enorme las casas chiquitas de Ciudad Oculta. Hay gente viviendo adentro y a los chicos les encanta entrar a pesar del peligro: “Sacamos muchísimas fotos pero teníamos que andar con cuidado porque hay partes en donde falta el piso y está lleno de escombros porque voltearon todas las paredes y sólo queda la estructura”.
En muchas fotos está la sombra oscura y amenazante del “hospitalito” en el fondo, y adelante salta un gato o sonríe un niño. La alegría que la fotografía les da a los chicos, ellos se la devuelven a través de sus imágenes, y así exhiben la estética de su mundo.

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