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Viernes, 14 de enero de 2005

ENTREVISTA

Juana y sus caminos

Sobre el filo de 2004 llegó como un eco un poco deformado hasta nuestro país la noticia de que el último disco de Juana Molina –Tres cosas– había sido elegido entre los diez mejores del año (y del mundo) en Estados Unidos. Fue una tímida revancha para esta mujer que supo despreciar el éxito de la televisión en pleno apogeo para transformar su vida en eso que había soñado cuando era adolescente. Retrato de una chica testaruda que ama a los árboles y sabe encontrar valores donde otros ven nada.

 Por Marta Dillon

El camino que elijo puede parecer arduo para algunos. Porque es más largo, porque tuve que subir y bajar, dar rodeos, buscar la coartada, esquivar la montaña. Pero te puedo decir una cosa: veo unos paisajes que cuando vas por la autopista te los perdés. Yo elijo el camino por sobre el punto de llegada y si un lugar me gusta, me quedo unos días. Y eso es muy agradable.” Juana Molina no está haciendo una descripción de un viaje real, está hablando de una manera de relacionarse con lo que hace y lo que hizo, un modo que dejó a más de uno con la boca abierta porque no es fácil encontrarse con alguien que se bajó de la montaña rusa del éxito justo cuando estaba a punto de hacer un loop para dejarse caer hasta tan abajo que todavía se pone colorada cuando recuerda alguno de sus grandes fracasos. Pero éste es el tiempo de la cosecha. Es verano, de hecho, y en su casa de Pacheco se puede ver a pájaros de tamaño insólito para quienes estamos habituados a las palomas de Plaza de Mayo que se posan en las ciruelas maduras o provocan escándalos en el ambiente umbroso de un tilo bajo el cual se podría vivir perfectamente. Pero, además, está disfrutando de esa sorpresa que causó por estas pampas que su último disco haya sido elegido entre los diez mejores del año por la revista del New York Times, junto a producciones de próceres indiscutidos como U2 o Björk. Sobre todo porque nadie apostaba ni una monedita de diez cuando esta chica lánguida y un poco desgreñada le dio vuelta la cara a la tele y se dedicó a la música. Más aun porque sus tres discos tuvieron que dar la vuelta al mundo antes de que sean considerados aquí como las perlas hipnóticas que son, capaces de acunar o de llevar de viaje a quien los escucha por esos caminos encrespados y laberínticos como los que ella describe para contar los últimos años de su vida.
–Es como una revancha, es cierto –dice, después de que la señora que le sirvió el desayuno en una mesita de frente a una casuarina de proporciones de rascacielos le diga que la llamaron de dos revistas en la misma mañana– pero más que todo es como una tranquilidad, como sentir que ya no voy a tener que dar más explicaciones por las decisiones que tomé y que nadie se atreve ahora a decirme que deje la guitarrita porque soy tan buena actriz...
¿Y es que nadie se lo había dicho antes? ¿No hubo quién la alentara a seguir haciendo lo que le gustaba en lugar de poner la cabeza en la guillotina de la televisión para acumular el tan necesario dinero?
–Yo sé que la música que hago no es exactamente pegadiza, puede ser por eso. O tal vez porque tengo un pequeño problemita: al principio me costaba mucho, pero mucho, tocar en público. Es como que sentía que me iba a desintegrar. De hecho hubo una vez en que terminé echando al público porque todo me estaba saliendo mal.
–¿Cómo que lo echaste?
–En serio, puse un disco y les pedí que se fueran. Fue en Notorious, un lugar que yo tenía idealizado porque creía que la gente que iba ahí tenía muchas ganas de escuchar música. Pero resulta que estaban ahí tomando algo, charlando, mientras yo hacía la prueba de sonido. Prueba durante la cual me la pasé puteando porque todo estaba mal, los elementos estaban mal y mi experiencia era poca. Pero cuando vi que los mismos que me habían visto de ese modo, cargada de odio, eran los que iban a escuchar el recital me enfurecí. ¿Para qué iba a hacer todo de vuelta si ya habían escuchado todo? Puse el disco, los despedí y cuando me iba a retirar (lo que quería era desaparecer) ¡me di cuenta de que no tenía por dónde irme! Entonces me paré en un rincón, como una niña enfurruñada, y esperé a que todo el mundo se fuera. Fue horrible, autodestructivo, una locura.
–Será por cosas así que tenés cierta fama de loca.
–No, no tengo fama de loca, de histérica creo, pero eso es porque cuando hacía tele y me ponían una luz que me dibujaba tres narices, en lugar de pedir como una señorita si la pueden cambiar les decía “Che, ¿por qué no me sacás esa luz de mierda?”
Y eso, se sabe, puede ser carácter en un hombre, pero mera conchudez en una dama.

¿Y ella? ¿Ella siempre confió en que estaba transitando el camino correcto? ¿No hubo vueltas en ese andar intrincado que la hayan hecho dudar de que era mejor volver atrás antes que seguir arañándose las piernas entre las espinas de los atajos?
–Qué sé yo. No sé si alguna vez tuve fe ciega en que mi música iba a funcionar. Lo que sí puedo decir es que nunca, pero nunca, dejé en una canción media nota, medio rulo, un tranco de melodía más allá de lo que yo quería para que entre en algún molde. Eso no lo hice ni lo haría nunca, porque si de verdad dejé esa carrera impresionante, tan guau, tan que me iba a llenar de guita por algo que me gustaba de verdad no iba a transar después. Hubiera sido ridículo, además de pasarla realmente mal, ya me da bastante vergüenza cantar como para exponerme a cantar algo de lo que no estoy segura. Y terminaría haciéndolo a medias, no podría entregarme.
Detrás de esa galería donde Juana unta galletitas con una porción ínfima de manteca y un poco más de un dulce casero de esos casi adictivos está el estudio en el que ella parió sus discos. Tres discos como hijos, que crecieron y salieron a buscar el mundo, porque es así como ella se los imagina. Mochileros que a su vez dejan su simiente en el camino para que mucho más tarde alguien más note la huella de su paso. Así como fue pasando con Rara, el primero, Segundo, el segundo y Tres cosas, el benjamín y ahora coronado por la prensa internacional. Cada uno con su arte particular, amorosamente ideado por Alejandro Ros (de hecho fue sencillamente la tapa de Segundo lo que llamó la atención de David Byrne lo suficiente como para comprarlo, escucharlo y finalmente convocar a Juana como telonera de su gira europea, el año pasado). En cada uno se puede adivinar a la artista que les sopló su vida particular, aunque nunca se la ve, más que en alguna postal de la infancia en el primero, despreciando lo que podría haber proveído aquella fama descollante que alguna vez le dieron sus personajes de televisión. Personajes que habitan en ella, los mismos y otros, porque ese poder de observación que una vez le permitió hacer aguafuertes de los habitantes de Buenos Aires no se diluyó fuera de la pantalla y ahora la obliga a cambiar la voz cada vez que el relato incluye a alguien más, seres vivos con voz propia que pueden asustar o hacer reír. Así aparece un hombre que la insulta con modos de macho cabrío cuando ella intentó detener la poda de un olmo, desesperada frente al desprecio por esos habitantes de su cuadra que alguna vez fue de tierra y ahora está alisada por flamante hormigón armado. O la señora que trabaja en su casa y que sin saber leer ni escribir atiende llamados desdeLondres, hablando en provinciano fuerte y claro como si así la pudiera entender quien no habla una palabra de español.
–¿Fue difícil tomar la decisión
de dejar la tele?
–Tomar la decisión fue facilísimo. La verdad es que estaba harta, sobre todo porque en el último período tenía un productor que era un sorete. Pero además porque yo sentía que había perdido el alma de mis personajes, más allá de que la gente se diera cuenta o no de eso. Era yo que me sentía horrible, como si me estuviera imitando a mí misma haciendo personajes. Entonces me quedé embarazada y me dijeron que tenía que hacer reposo total durante dos meses.
–Y fue una oportunidad única para que nadie cuestionara tu decisión.
–Sí, pero además, en ese tiempo agarré de nuevo la guitarra, me empecé a acordar de qué era lo que verdaderamente me hacía feliz. Saqué casetes que tenía grabados de antes, con una portaestudio de cuatro canales, muy mal grabados, pero que igual sirvieron para darme cuenta de que tenía que hacer lo que quería. ¡Tenía que volver a dedicarme a la música antes de morirme!
–¿Algo de lo que escuchaste en esos casetes te sirvió después?
–Todo. Esos demos mal grabados fueron escuchados en Londres, los había llevado Gustavo Santaolalla a MCA entre otros muchos demos para que eligieran a quienes iban a producir. Y el relato de él es que ya habían escuchado como 35 autores, estaban todos hablando y de pronto empieza a sonar Rara, que para mí es una de las mejores canciones que escribí, y alguien dijo. “A ver, poné eso de nuevo” y así fue que quedé incluida en el plan del año.
–Pero muy bien no te fue con ese disco, a pesar de que fue uno de los hijos más protegidos, un sello internacional y un productor de éxitos.
–Y bueno, ya ves lo que puede hacer la sobreprotección con los hijos. Cuando estuvo listo y lo escucharon acá, lo único que dijeron es que era imposible de pasar por la radio. Y no me dejaron a la deriva, me dejaron mucho peor, encerrada en un sótano bajo miles de candados, porque no les interesó distribuirlo y mucho menos difundirlo.


En ese comienzo un poco accidentado, tan raro como el nombre de su primer disco, Juana se enojó mucho. Se enojaba cada vez que en un show alguien entre el público le pedía que hiciera “la coreana” mientras ella exponía su alma, la de Juana y nada más, en el escenario. Entonces decidió partir, con su hija y su marido, hacia otros rumbos. Un segundo exilio que esta vez huía del primer desengaño musical. “Y de los prejuicios, que me habían dejado sepultada bajo mis personajes.”
–La primera vez que me fui del país fue por necesidad de mi madre. Nos fuimos a París, aunque la idea era volver en cuanto empezaran de nuevo las clases, a vivir con papá, pero vos viste, la madre es más fuerte. Después volví solita, primero que nadie, a vivir con mis abuelos. Los franceses me tenían harta, son muy fríos, al menos mi círculo de amigos y un novio que me hizo sufrir demasiado. Se ve que tenía cierta vocación masoquista.
–¿De la que ya no quedan rastros?
–No sé, lo de ese show en Notorious fue bastante masoquista. Pero la verdad es que algo aprendí. Cuando era chica creía que el valor más importante en un hombre era su inteligencia, su brillo intelectual. Después me di cuenta de que existía la bondad, y la inteligencia bajó un montón de escalones.
No es que esa frase tenga algo que ver con una evaluación sobre la inteligencia de su marido, no hay por qué confundir. De hecho ella confía en él más que en ninguna otra persona y jura que se aburre lejos de su compañía. El es quien pone el cuerpo cuando ella salta “como leche hervida” frente a diferentes cosas, quien marca la distancia necesaria frente a cualquier negociación. Y fue él, por ejemplo, quien escuchó cómosu primer disco descendía a las catacumbas del depósito del sello musical de donde lo rescataron antes de ir a vivir a Los Angeles.
–A mí me costó bastante volver a retomar la música después del desprecio de la compañía. Más que desvalorizada me sentía un sorete. Se deshicieron de mí como si fuera algo molesto. Me vendieron mis propios discos a un precio exorbitante –9 dólares cada uno– pero por suerte en LA había una radio universitaria, pública, en donde Santaolalla había dejado un disco y donde me pasaban todo el tiempo. Y lo cierto es que allá pude hacer shows y vendía mi disco bastante caro al final. Eso nos permitió vivir bastante tranquilos. Aunque ahora, la verdad, no podría vivir en ningún otro lado que no fuera esta casa.
Esta casa es un lugar que siempre estuvo para ella. Cada árbol en este terreno de verdes distintos fue plantado por su abuela como una apuesta para ganar la sombra que ahora se derrocha. Ahí, seguramente, sucedió buena parte de esas interpretaciones entre primos con tanta facilidad para la actuación como ella, de las que Juana habla cuando recuerda su entrenamiento como actriz. Aunque, curiosamente, en esos primeros pasos nunca menciona a su madre.
–Es que mi vieja no hacía esas cosas, qué vamos a hacer, por eso no la nombro. Mi vieja (Chunchuna Villafañe) para mí es una artista plástica increíble, de una magnitud gigante que lamentablemente no se dedicó pero que tiene una sensibilidad y una plasticidad poco común. Desde lo más mínimo, cómo ordena una mesa, cómo pone la flor, todo es de una belleza increíble. Es una maestra. Me acuerdo de un vestuario que hizo para un grupo que terminó siendo muy desgraciado de gente que la maltrató mucho y no entendieron nada, estaban en el Teatro de la Campana que estaba en ruinas y todo el vestuario, toda la vida del teatro estaba en un sótano en un 70 por ciento podrido... entonces ella con un chico que también actuaba cortaron por lo sano toda la ropa, cada prenda por lo sano. Y con eso hicieron el vestuario de Ricardo III. Entonces quedaba una manga de terciopelo y del otro lado otra cosa. Había hecho que la familia de Lady Anne llevara cosida a la ropa su colección entera de caracoles de toda la vida, cuando entraban al escenario llegaban con un ruido de caracoles como cascabeles.... Y el juez tenía un manto con sellos de madera que compró en un mercado de pulgas. ¿Esto fue en el ‘85, ‘86? Era muy impactante, yo estaba híper orgullosa de lo que ella había hecho. Es de verdad una artista. A ella no le va a gustar esto, porque ella desprecia esta cualidad.
–¿Y en tu hija reconocés el linaje de tu familia?
–En mi hija reconozco a la abuela, tiene mucho de la manualidad, me encanta porque me parece que se acerca a los oficios, a poder resolver algo con sus manos. Porque para mí el principio de la decadencia tiene que ver con que se hayan perdido los oficios, creo que porque no se valora lo necesario, lo que se hace con las manos. Y a mí me parece que los oficios son la base de la sociedad.
–¿Por qué?
–Porque así tenés siempre una red de gente que sabe cosas que les sirven a otros, que brindan servicio útil, noble, un oficio cualquiera es valioso por lo que tiene de transformador, porque puede arreglar lo que está en uso.
–Fugazmente se revalorizaron después de 2001.
–Es así, en la Argentina las cosas pasan rápido como si fueran modas. Lo bueno, lo malo, aunque lo malo siempre sobrevive un poco más. Nosotros somos una familia realmente anticonsumo: yo no me compro ropa, Federico (Mayol, su marido) no se compra nada, mi hija no tiene cosas nuevas. Primero porque me parece innecesario y después porque me da odio tener que ir a comprar cosas nuevas todo el tiempo, y me parecen feas. En general yo compro ropa en negocios de segunda mano porque encontrás otras telas, cosas que no hay en otros lados. Encontrás perlas que no se ven a no serque el negocio sea carísimo y entonces tienen unos géneros impresionantes.
–¿Eso aprendiste de tu madre?
–Aprendí de mi vieja y mi abuela, que tenía boutique, el placer por las telas y esto de rescatar lo bello en lo viejo, porque una madera que estuvo expuesta al sol y a la cera y al paso del tiempo durante 40 años, indudablemente va a ser más linda que una madera nueva.
–Tiene una historia.
–Pero además un brillo, un lustre, una forma particular que sólo se la da el tiempo. Por eso me deprime cuando demuelen las casas viejas porque no hay... no nos enseñaron el valor de nuestra herencia. Yo me acuerdo cuando mi mamá se mudó a Villa Urquiza, su casa era la única que quedaba en pie, la gente había cambiado las fachadas, como si le diera vergüenza de no poder estar actualizada, no sé cuál es el problema, no sé si será un complejo de pobre. Igual que cuando podan un árbol por temor a que se caiga en lugar de apuntalarlo.


Un jilguerito la distrae un instante, ella lo reconoce entre otros pájaros, igual que es capaz de nombrar cada especie vegetal de las que habitan en su casa. Esa guarida en donde la música que ella es capaz de ver como dibujos en el aire nació y se desplegó. Es raro, por lo menos, que esos discos paridos casi en el campo hayan cruzado más de un océano y hayan encontrado oyentes fanáticos en lugares tan distantes como Japón. De ese país que podría resultar incomprensible desde este sur sus “hijos mochileros”, como ella imagina a sus discos, dieron la vuelta al mundo. Fue como tirar una botella al mar, al principio. Alguien le dio el nombre de una persona en Japón que compraba música latinoamericana, le mandó un disco, a la vuelta de correo le pidieron 25, después mil, después muchos más. Así, sin que ella pudiera controlar su destino, su música llegó a Europa y desde allí más de una propuesta, que atravesaron el filtro de la señora iletrada y amorosa que atiende el teléfono y que siempre deja la duda de que, a lo mejor, alguna otra propuesta quedó en el camino. Qué importa si después de sucesivos maltratos con diferentes sellos más o menos alternativos por fin dio con quien “se llena la boca” hablando de su música, que es lo único necesario para que ésta encuentre su propio camino. Ahora pertenece a Domino Records, un sello prestigioso al que Juana y su marido entregaron el control “de un país, Estados Unidos”, como si desde su rancho en Pacheco estuvieran jugando un TEG cuyo final se parece demasiado a sus sueños de niña:
–Yo tenía una fantasía recurrente cuando estaba tirada en la cama y era poco menos que una adolescente. Soñaba que estaba en el mismo lugar que Los Beatles y cantaba. Paul me escuchaba y me preguntaba “¿Vos estás cantando eso?”, Sí, contestaba yo, medio desinteresada y Paul llamaba a George para que escuchara y George a John. Entonces me convocaban para que yo hiciera arreglos a sus canciones. Mi carrera empezaba cantando con Los Beatles.
–A quienes en tu fantasía tuteabas como a iguales.
–Claro, tenía en mi cuarto la foto de cada uno. La de Ringo, que era el que le gustaba a mi hermana ya no tenía boca de los besos que ella le daba. Yo era menos pasional, yo los trataba como músicos iguales que yo.
–Iguales que vos ahora, que superaste el pánico escénico con la música.
–No fue fácil, pero tuve ayuda. Yo tengo mi marido musical, Alejandro Franov, un tipo que vino una vez a un show y estuvo todo el tiempo bailando. Tanto bailaba que mientras tocaba me imaginaba que era un loco que se había escapado del Borda, hasta que me tenté. Cuando terminó el show veo que el loco se me acerca, con esa barba gigante, y me dice que le encantó, que tiene canciones para mostrarme. Vino a mi casa un día y se quedó tres meses.
–¿El resto de tu familia no se sintió un poco invadida?
–No, Federico a veces se despertaba a las cinco de la mañana, miraba por la ventana y nos veía saltando como monigotes, haciendo música y no lo podía creer, pero le gustaba que llegara a la cama agotada y feliz.
–¿Y él te enseñó a ser menos vulnerable frente a la música?
–El me planteó un problema y yo lo resolví. ¡Bah! me plantó en un show y en una gira y ahí me di cuenta que tenía que poder bancarme sola, hacer algo por mis propios medios, que no podía depender de los demás. Y lo conseguí, ahora sé que puedo transmitir lo que sucede en los discos con mi guitarra y un teclado. En Londres les encantó, prefieren que toque sola.
–De cada dificultad un aprendizaje.
–Y sí. A fuerza de golpes me fui haciendo dura. Ya me queda muy poco de vulnerable.

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