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Viernes, 22 de julio de 2005

LIBROS

Figuritas difíciles

Como esas imágenes inhallables que impedían completar los álbumes infantiles de figuritas, las mujeres de la historia argentina comenzaron a intercalarse ahora entre tantos ilustres nombres masculinos a través de numerosas biografías escritas, cruzando la historia y la ficción. Pero este modesto negocio editorial no ha logrado darles a estas mujeres más relieve que un troquelado de revista.

Por Liliana Viola


La esencia de una Nación es que todos los individuos tengan muchas cosas en común, pero también que todos hayan olvidado las mismas cosas, decía Ernest Renan. En este sentido, los errores históricos, incluida la omisión de ciertos actores, son un factor crucial en la génesis de la Nación. Siempre hay una violencia en el origen. Al rastrear el lugar de la mujer en el relato de la patria, la omisión es lo primero que irrumpe, no sólo por los nombres tachados sino por el modo en que el escueto elenco femenino hace su aparición: la marginal compañera, la alegórica cautiva, la esposa garantía del linaje, bastión de la genealogía nacional, la abnegada, la ingeniosa, la loca. De este laberinto construido hace dos siglos, y perfeccionado por la enseñanza escolar, no se sale por arriba. Al menos, no sin la elasticidad de la que es capaz, por ejemplo, la literatura. Mientras tanto, el salto que pegan las numerosas y recientes novelas históricas sobre vidas de señoras olvidadas, apenas logra que las siluetas asomen un instante por encima de las murallas y luego vuelvan a caer. Porque también es cierto que no toda la buena memoria depende de la materia gris, ni de la cantidad de hierro con que se la aliente.

La memoria está sujeta al plan, al conjunto de ideales y de imágenes que las sociedades comparten con naturalidad, como si fuera su aire. Así es que, para tantas generaciones de argentinos, la mujer en la historia es una figurita troquelada con trazos de ilustrador infantil: Mariquita Sánchez de Thompson paradita al lado del piano dispuesta a tocar el Himno Nacional; Remeditos de Escalada, “esposa y amiga” estática bajo su lápida; Merceditas y Manuelita, las hijas que fueron lo que debieron ser; las damas mendocinas siempre bordando la bandera; la Difunta Correa siempre amamantando a su bebé y convirtiendo en milagro la impiedad de la Conquista. Fuera de elenco, Eva Perón que al principio estaba demasiado próxima como para ser troquelada por la historia oficial y luego, demasiado lejos, patrimonio mitológico, inspiración de Madonna, Santa Evita.

Operación rescate

Aparentemente a contrapelo de este sino, hace más de diez años las editoriales apuestan y aciertan a una serie de libros –el lector ávido encuentra al menos dos novedades por mes– que entornan la puerta del tocador de alguna dama argentina. A la urgencia por descorrer el velo de los orígenes y de las mentiras alevosas de años de represión, se ha respondido en muchos casos con apuro y superficialidad. Biografías, novelas, novelones, memorias noveladas. Como si alguien estuviera consultando la agenda de un dandy inmortal, van respondiendo a la cita los nombres más conocidos –Alfonsina, Lola Mora, Camila, Macacha Güemes– y los recónditos nombres que ni las calles de Puerto Madero se acordaron de homenajear. Esta “operación rescate” ha sacado a relucir la intimidad deSalvadora Botana, “la dueña de Crítica”, la voz de Regina Paccini, la tragedia de Delfina Cambaceres, Damasita Boedo, Aurelia Vélez, las amantes de Yrigoyen, Delfina Bunge, Trinidad Guevara, entre otras. Los autores, que en la mayoría de los casos empuñan las armas de la literatura por necesidad o por defensa propia, provienen de diversos ámbitos. No parecen tener intención más poderosa que la de ayudar a sus biografiadas a dar el salto que les otorgue “visibilidad”. Pero muy otra cosa es aventurarse con ellas en la falta de fuentes, la tentación del estereotipo, los prejuicios, la propia imaginación, la biblioteca que precede a toda escritura. Actualmente, en la mesa de novedades figuran biografías, ficciones y ensayos que rondan el asunto: Juana de Pacho O’Donnell es la versión aumentada de la biografía que el psicoanalista hizo hace 12 años; Indias blancas, de Florencia Bonelli, una novela de ambientación histórica donde el personaje femenino se enamora de un indio ranquel con las injusticias y desencuentros que ello implica; Mujeres a contracorriente, ensayo de Clara Obligado que denuncia a la historia por recordar a las prostitutas y olvidar a las intelectuales, y recupera los laureles de pioneras en el arte, la ciencia y la política como Ada Byron, precursora de la informática; Rosalind Franklind, que estableció las bases de la estructura del ADN; o Federica Montseny, la primera ministra europea. Los títulos de esta temática son numerosos y de calidad despareja. Gran parte de las obras que aparecieron en este largo boom de la novela histórica han pedido prestado algo de la ficción, algo de la historia, de la psicología, del periodismo, del arte de la divulgación y del chisme. No todas lo han devuelto.

Retrocediendo hasta la década del ‘80, Juana Manuela, mucha mujer de Martha Mercader puede considerarse una pionera que aventaja no sólo en años y en éxito a las que vinieron luego. A mediados de los ‘90, la biografía de Mariquita Sánchez que escribió María Sáenz Quesada consiguió dejar en evidencia, a través de su lectura de documentos y epistolarios cruzados, el peso político de una mujer nada decorativa. Lucía Gálvez ha optado por agrupar, bajo diversas temáticas, mujeres con destinos similares: las de la patria, las del tango, las enamoradas. Pero más allá de pocas excepciones, este género amplio que mezcla verdad y apariencia en graduaciones varias, parece definirse por una sola cosa: ahora hablamos de mujeres. Llegó la hora de las primeras damas, las escritoras, las científicas, las deportistas, las que batieron un record o las que hicieron feliz a un gran hombre. Habrá que recordar entonces que mucho antes de todo esto, a fines de la década del ‘60, ya se había dado un efectivo y poético intento de rescate. Félix Luna y Ariel Ramírez consiguieron que sus folklóricas y populares Mujeres argentinas ingresaran al discurso cantado de las escuelas. Detenidas cada una en la acción que al historiador le pareció más bella y representativa –la ronda de delantales de Rosarito, el lamento de Dorotea que no es huinca, Capitán–, lograron entrar en la memoria y convertirse en himnos cotidianos.

Por eso Alfonsina tendrá para siempre una nodriza que le baje la lámpara y un hombre desamorado que no la llama, por más que sus datos biográficos consignen que se arrojó de una escollera de Mar del Plata con el objetivo de librarse de los dolores de un cáncer irreversible. Al nombrar a Juana Azurduy, flor del Alto Perú, es imposible desprenderse de las notas que Ariel Ramírez eligió para empezar su canción.

La mujer en su laberinto

Años después, el avance de la historiografía, sumado a la asignatura pendiente de quitarles el bronce a los próceres, promovió una nueva mirada. Pero aquí las mujeres aparecieron como prueba de la debilidad de los grandes hombres y, aun con buenas intenciones, mantienen los vicios de la historia que se intenta contestar. Es llamativo que, más allá de laépoca en la que se desarrolle la acción, todas estas heroínas pasan por el mismo periplo: víctima de su propio desequilibrio y arrebato, de una familia opresora, de espíritu rebelde, con un fogoso amor que en definitiva es lo que la impulsa a la acción por la que se convierte en destacable. Inteligente, pero sobre todo sensible, su mérito es ostentar mayor valor que el de su hombre. ¿Cuál es el objetivo de recuperar nombres sin reparar la densidad que les quitó el olvido? Cuando Esteban Echeverría escribía La cautiva, el relato fundante de nuestra literatura nacional, elegía una mujer blanca, María, pura y poderosa. Una mujer heroica que lucha con mayor fuerza que su hombre y prefiere la muerte, a imagen y semejanza de los ideales de la generación del ochenta. No era una elección ingenua; la heroína tenía el mandato de marcar a fuego en los lectores, el limite entre civilización y barbarie. ¿Cuál es el mandato de cada una de las biografiadas de la novela histórica que abunda hoy? Los espectros que deambulan en estas revisiones parecen responder sumisas a la demanda de un supuesto lector que devora datos.

El éxito comercial que obtienen, las avala. Mientras tanto, queda pendiente la felicidad de perderse en sus historias, recuperarlas en un texto que provoque alguna complicidad con el lector. Y por sobre todas las cosas, la posibilidad de imaginarlas.

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A la urgencia por descorrer el velo de los orígenes y de las mentiras alevosas de años de represión, se ha respondido en muchos casos con apuro y superficialidad. Como si alguien estuviera consultando la agenda de un dandy inmortal, van respondiendo a la cita los nombres más conocidos Alfonsina, Lola Mora, Camila...
 
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