las12

Viernes, 9 de agosto de 2002

CINE

Qué 8

François Ozon tuvo
una idea lujosa y se dio el lujo de concretarla: en 8 mujeres
logró reunir a Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Emmanuelle Béart,
Fanny Ardant, Virginie Ledoyen, Danielle Darrieux, Ludivine Sagnier y Firmine
Richard. Con todas ellas juntas, Ozon no las desaprovechó y filmó
un thriller memorable.

 Por Moira Soto

El tipo –talentoso, joven, bonito y aniñado– venía de hacer Gotas caen sobre rocas calientes (vista aquí el año pasado), sobre un guión de Fassbinder y quería dirigir algo completamente diferente: ya había logrado desubicar a los que encontraron “transgresora” su Sitcom (1997), espantándolos con Les amants criminels (1998), relectura morbosa para adultos ídem del célebre cuento de Hansel y Gretel. François Ozon, 34, rápidamente apodado enfant terrible, mote que detesta, filmó en el 2000 Bajo la arena (también conocida localmente) con la divina Charlotte Rampling negándose a aceptar la muerte de su marido, y después decidió divertirse con la película menos naturalista, más artificial y glamorosa que se pudiera imaginar.
Y quien dice glamour piensa en las estrellas norteamericanas de los años ‘50, cuando ese vocablo tenía peso específico y nadie esperaba ver en la pantalla, en glorioso technicolor, a ninguna actriz arreglada como una mujer común y corriente sino a una estrella centelleante. De otra dimensión diferente de la cotidiana, con una personalidad a la que debían adaptarse los personajes, y no al revés como piensan algunas discípulas de Stanislavsky o de Hedy Crilla. Ese ser de otro mundo paralelo, entonces, de punta en blanco –como Lana Turner en El cartero llama dos veces; como Kim Novak en la primera parte de Vértigo– no tenía por qué remitir a la realidad, tener gestos, emociones, historias parecidas a las de las espectadoras. Su misión sobre la pantalla, misión que a menudo intentaba extenderse a sus apariciones públicas, era hacer soñar. Dicho esto sin entrar a analizar la calidad de esos sueños.
Bueno, Ozon –que por su edad debe de haber visto en video a Elizabeth Taylor levantarse de dormir con el maquillaje perfecto en Una Venus en visón– decidió armar una producción que recuperase aquel brillo irreal, pero no por eso menos verdadero. Una película de mujeres, con puras estrellas, muy sofisticada. El primer impulso fue rehacer The Women (1939), de George Cukor, con Joan Crawford, Rosalinda Russel, Joan Fontaine, Paulette Goddard y otras bellas. Pero descubrió que Julia Roberts y Meg Ryan se le habían adelantado y tenían los derechos. Como estaba enamorado de una idea –estrellas, seducción, universo femenino, armas de mujer, etc.–, siguió investigando y se topó con una liviana pieza teatral de Robert Thomas que le aportó justo la estructura que andaba buscando. Veloz para los mandados –los propios, claro– como siempre, se dio cuenta de que la adaptación merecía arrimar la anécdota a Agatha Christie, con sus personajes atrapados (y presuntos culpables) a la manera de Eran diez indiecitos, con bastante humor negro y, desde luego, ningún Hercules Poirot a la vista, que para algo iba a ser un film archifemenino. Con una feminidad de altri tempi, por cierto, pero reapropiada y puesta en vigencia con mirada actual. Y qué duda podía caber, siguiendo el curso de las intenciones del director, con las estrellas más luminosas del firmamento francés, que representarían a cuatro generaciones.
Sublime obsesión
¿Quién si no Catherine Deneuve podía encabezar esta suerte de Gotha de las actrices galas? Pues François Ozon obtuvo el sí de la intérprete de Belle de jour para el rol de la gran burguesa Gaby. ¿Hacía falta una personalísima y arriesgada para la amargada Agustine? Isabelle Huppert, que venía de dejar sin aliento en La profesora de piano, aceptó convertirse en la solterona mala onda. ¿Una bella a rabiar, además notable en su oficio, para calzarse la cofia de Louise, la falsa mucamita? Emmanuelle Béart firmó entusiasmada. ¿Una dama sofisticada e incisiva, de pasado non sancto y presente dudoso? Fanny Ardant soltó una de sus características carcajadas para demostrar que el proyecto le encantaba. ¿Se necesitaba a una grande del pasado en plena forma para encarnar a la abuela manipuladora? Allí estaba la magnífica Danielle Darrieux, 85 pirulos bien vividos y mejor actuados, dispuesta a todo. ¿Cuál de las jóvenes figuras del cine francés, con rango estelar, era adecuada para el papel de Suzon, hija de Gaby, nieta de Mamy, inocente pero no tanto? Sin dudarlo, al director le pareció que la preciosa Virginie Ledoyen –la adolescente de La ceremonia, de Chabrol– era la elección perfecta, y Ledoyen no lo contradijo. A esta media docena de luminarias había que sumar dos intérpretes de sendos papeles igualmente destacados: la fornida y experimentada ama de llaves y la fresca teenager lectora de policiales. La morenísima Firmine Richard se convirtió en Madame Chanel, y la picante Ludivine Sagnier se vistió de verde claro y se puso las chatitas de Catherine.
“Quería hacer un thriller clásico en ambiente cerrado, con ocho sospechosas, brillos femeninos, algo de lucha de clases, secretos de familia que se van destapando y demostrando cuánto pueden engañar las apariencias”, dice el artífice de 8 mujeres, estreno de esta semana. François Ozon realizó su obsesión a todo lujo, con afán perfeccionista, para lo cual se rodeó no sólo de las actrices soñadas: convocó a una excelente diseñadora de vestuario que ya había trabajado con él (Pascaline Chavanne), a una iluminadora de primera (Jeanne Lapoirie), a su escenógrafo favorito (Arnaud de Moléron) y a un coreógrafo también de su confianza (Sébastien Charles) para los números musicales. Puesto que en esta comedia negra rebosante de giros inesperados y vueltas de tuerca, el director no se privó de intercalar numeros musicales porque sí, porque le venían bien para revelar la interioridad de sus personajes y acentuar el homenaje que 8 mujeres les rinde, entre otros creadores del cine norteamericano, a Douglas Sirk y a Vincente Minnelli.
Designios de mujer
Los nombres de las estrellas aparecen sobre una cortina de cuentas de cristal, facetadas como diamantes. ¿Qué menos se podía pedir para estas celebridades? La directora de fotografía, factor artístico decisivo, confiesa que no era posible –tal como lo deseaba Ozon– reproducir el technicolor que deslumbró en los ‘50 porque el sistema requería muchas pruebas, separar los colores primarios en tres películas diferentes. Pero se propuso lograr algo que evocara los tonos saturados de aquellos tiempos.
“A Deneuve y a Ardant las iluminé desde atrás o casi de frente para que luciera la star quality buscada. En cambio, con las jóvenes apelé a recursos más contemporáneos para esculpir sus caras”, informa Jeanne Lapoirie: “Por otra parte, las canciones tienen una luz distinta de otras zonas del film. Se nos ocurrió al ver bailar a Ardant, seguirla con una candileja en forma bien teatral, oscureciendo el resto de la escena. Jamás pensamos que los exteriores debían verse en forma realista: hay un óleo pintado como fondo, nieve artificial. Es cierto que experimenté ciertaaprehensión por tener que iluminar tantas caras famosas, aunque ya conocía a Deneuve y sabía que con ella no habría problemas. Pero hubo confianza y, paradójicamente, tener a tantas celebridades juntas simplificó las cosas. Guardo un recuerdo especial para la increíble fotogenia de Danielle Darrieux”.
La vestuarista Pascaline Chavanne, otro importante soporte de esta producción, comenta que en primera instancia “vimos algunos clásicos franceses de los ‘50, pero los encontramos algo sosos en materia de moda. Claro, la idea que nos rondaba era la de los films en colores de Sirk, Minnelli, Hitchcock... Hollywood había idealizado la alta costura desde los ‘30. Y una mirada atenta a películas como The Women nos demostró que los trajes de los personajes femeninos no correspondían a la realidad social de esas décadas. Demasiado construidos, lujosos, originales...”.
Chavanne sabía que Ozon no quería una mera reconstrucción histórica sino más bien un verosímil, tomando las libertades necesarias: “Por supuesto, el personaje de Fanny Ardant jamás podría haber caminado por la nieve con esos tacos aguja... Pero es que las elecciones de la ropa y el calzado tenían que ajustarse, antes que nada, al perfil de los personajes y a sus interrelaciones. Por así decirlo: los trajes percibidos como armas femeninas para imponerse o rivalizar. Viendo algunos films en colores de los ‘50, comprendí que el exceso otorgaba un valor dramático a la ropa, que contribuía a completar el personaje. Así, en 8 mujeres podemos decir: el personaje azul, el verde, el rosa... Teníamos a 8 estrellas que debían ser identificadas, diferenciadas, valorizadas. Nada mejor que dejarnos llevar por el new look de fines de los ‘40 de Dior, que llevó a las mujeres de la posguerra a recuperar la coquetería. Las nuestras fueron, de todos modos, múltiples: Deneuve tiene algo de los melodramas de Lana Turner; Firmine Richard, del ama de llaves de Imitación de la vida; Ledoyen, de la Audrey Hepburn de Sabrina; Ardant, de Ava Gardner y Rita Hayworth; Huppert, de la pelirroja Agnes Moorehead, para no hablar de las botitas de Béart, un evidente homenaje a Jeanne Moreau y a Luis Buñuel de El diario de una camarera”.

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