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Viernes, 11 de mayo de 2007

SOCIEDAD

Después del agua

En Santa Fe todavía se pueden ver los rastros que dejó la última inundación, una tan tremenda y tan ligada a la corrupción como la de 2003 pero que no llegó a convocar la solidaridad masiva como entonces. Cuatro mujeres que trabajan codo a codo con las y los afectados sintetizan una sensación colectiva: “En 2003 sentimos que se perdía la
historia, ahora nos robaron el futuro”.

 Por Marta Dillon

Desde Santa Fe

Con un mínimo esfuerzo de memoria, cualquiera podría recordar la extraordinaria movilización espontánea que pasaba de mano en mano colchones, frazadas, alimentos y ropa que en una larga cadena debían llegar a quienes habían padecido las inundaciones de 2003 en Santa Fe. Tal vez la cercanía de la crisis de 2002, tal vez la conmoción de una noticia que no ahorraba imágenes para reproducirse –casas arrasadas, familias dolientes, botes esquivando antenas de televisión–, lo cierto es que fue difícil permanecer indiferente por más que la distancia que separaba a Santa Fe del resto del país apenas pudiera recorrerse por tierra. Este año, hace menos de un mes, Santa Fe volvió a inundarse. Fue distinto, claro, esta vez no fue el río el que desbordó y se coló por esa grieta que había dejado hacia el norte una defensa a medio hacer. Esta vez fue la lluvia la que anegó calles, casas, cotidianidades, clases y un largo etcétera. La lluvia que quedó estancada, atrapada por la defensa ahora sí terminada, lástima que las bombas que deberían haber desagotado esa palangana en que se convierte una ciudad baja y amurallada para protegerse del río no funcionaron. Como tampoco funcionó esa solidaridad espontánea que ponía un espejo amable frente a la sociedad argentina y que ahora miró, mayormente, para otro lado. “Hay un vínculo muy profundo entre estas inundaciones y las pasadas que excede la inundación misma. Ahora se ve a la gente cansada, desanimada, consciente de que hay responsables políticos más allá de los climáticos pero con tal sensación de hartazgo que inmoviliza”, dice Mercedes Martorell, directora de la Escuela de Psicología Social de Santa Fe e integrante del Comité de Solidaridad que integran más de 20 organizaciones sociales, educativas y sindicales. Este Comité es uno de los pocos saldos a favor en esta historia de cuatro años, sencillamente porque pudo capitalizar la experiencia que se fraguó en 2003, algo de lo que el Estado no puede jactarse.

Nunca más

“Los síntomas que aparecieron en las personas afectadas en 2003 tienen una fuerte articulación con los que se ven ahora. En principio porque se creía –y se reclamó durante todo esto tiempo– en un ‘nunca más’ para esta situación perfectamente evitable y entonces la reparación de las casas y los objetos empezó enseguida. Ahora se ha vuelto a cero otra vez después de un arduo trabajo.” Junto a Mabel Busaniche, Susana Palud y Martorell, la abogada Paula Condrac busca palabras para describir una situación que estas mujeres ven a diario de cerca a pesar del intento de invisibilizarla con una vuelta a la normalidad compulsiva que exigió un recurso de amparo para que no se desalojen las escuelas que recibían evacuados, ya que las condiciones en las casas no estaban dadas para volver a ellas sin riesgo. El recurso prosperó, aunque fue apelado por el gobierno santafecino, que invocó como primordial el derecho a la educación, “a la educación de algunos, porque los chicos que están inundados no tienen derecho a nada; las y los docentes en la misma situación tampoco pueden atender ese interés superior”, agrega Condrac.

Mabel Busaniche, integrante además de la multisectorial de mujeres, pone el acento en el protagonismo de las dirigentes que desde 2003 están movilizadas –en agrupaciones como la “marcha de las antorchas” o la “carpa negra”–: “Eran amas de casa y se convirtieron por necesidad en líderes comunitarios y cada vez que hablan en público se las escucha con un silencio arrasador”, resume. Lo cierto es que más allá del silencio oficial, en Santa Fe la amenaza de una nueva inundación es un cotidiano que a veces se traduce en profecías: “Dicen que la próxima vamos a desaparecer” se escucha en los barrios, sin aclarar si esa desaparición se deberá a las expropiaciones compulsivas a que autoriza la ley de emergencia aprobada el mes pasado o al poder del agua. En medio de esos rumores, la vida intenta organizarse a pesar del dolor, a pesar de haber perdido en 2003 buena parte de la historia personal –que tan bien sintetizaban las fotos borradas por el río– y de la sensación de que esta vez lo que se perdió es ni más ni menos que el futuro.

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