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Viernes, 9 de noviembre de 2007

ENTREVISTA

El circulo vuelve a abrirse

Hace treinta años, la psicóloga Leonore Walker escribió la teoría que sirvió para hacer visible, ante las instituciones, la violencia de género: fue ella quien describió el Síndrome de la Mujer Maltratada y los pasos del Ciclo de la violencia. De paso por Buenos Aires, evaluó avances, obstáculos y rumbos posibles.

 Por Soledad Vallejos

Podría decirse que Leonore Walker tiene un optimismo moderado. Lo funda en hechos. “En Baltimore, Maryland, justo el último mes, hubo una mujer que pidió una orden judicial que la protegiera de su maltratador. Un oficial de policía había presenciado todo: vio al hombre golpear a la mujer, vio la violencia física. No había dudas: ese hombre había hecho algo contra la ley. Y, sin embargo, el juez dijo que no iba a darle una orden de protección, porque ella estaba demasiado alterada como para testificar y por lo tanto... tal vez había querido ser golpeada. Eso fue publicado en los diarios.” ¿Dónde está el optimismo? “30 años atrás no hubiera sido noticia.”

Aquello de los pequeños gestos que van armando fortalezas, que con pasos mínimos van cambiando maneras de hacer y de pensar a la vez, cobra un nuevo sentido cuando quien lo menta es esta mujer. Fue ella quien, en 1978, describió el Síndrome de la Mujer Maltratada, también el Ciclo de la violencia. Sistematizó resultados de investigaciones y los articuló con teoría feminista para hablar de violencia de género, un enfoque que vincula el funcionamiento social con los mundos privados y permite encontrar en uno los mecanismos del otro, y viceversa. Para evitar críticas con sonido a chicana veloz y sospechosa, abrió el paraguas: “las mujeres no están constantemente siendo agredidas, pero esa violencia no es inflingida al azar”. Vale decir, aclaró cuestiones estructurales y metodológicas para estudiar esos mecanismos, comprenderlos y actuar.

Psicóloga, investiga y produce tesis en torno de la violencia como fenómeno posible de desarticular, al tiempo que combina su trabajo profesional con la militancia feminista en un asunto clave: acompañar ante la Justicia los testimonios de mujeres maltratadas que terminaron por matar a sus parejas violentas. Relatos de esas tareas y fragmentos de experiencias fueron lo que vino a compartir a la Argentina, en el I Congreso Internacional Violencia, Maltrato y Abuso (organizado por Salud Activa, CIAPSI y el portal depsicoterapias.com), que contó con la presidencia honoraria de Eva Giberti y tuvo a Jorge Corsi encabezando el Comité Científico y a María Beatriz Müller en el Comité Organizador.

–Creo que hubo muchos cambios en estos treinta años, algunos de ellos son muy buenos y otros no tanto. La teoría del Síndrome de la Mujer Maltratada (SMM) fue muy bien aceptado al principio. Pero luego, hace unos 15 años, hubo gente no muy convencida con el SMM, porque temían que llevara a etiquetar a las mujeres como mentalmente enfermas. Por eso, querían una teoría que estuviera más preocupada por el contexto social, por lo social mismo, y menos por los casos individuales. Hubo también casos de mujeres que aceptaban la teoría de la responsabilidad de los hombres, pero no querían reconocer, en mi opinión, que haber sido abusada puede causar daño psicológico a la víctima. La controversia al respecto se dio en todo el mundo, no solamente en Estados Unidos. Así que empecé a investigar de nuevo para demostrar que, en el caso de las mujeres víctimas de violencia, no se puede hablar de una enfermedad mental, sino que se trata de una categoría de stress postraumático. Así como sucede cuando una persona va de soldado a una guerra, que vuelve con algunos problemas, porque no es natural estar expuesto a esas cosas, de la misma manera no es natural para las mujeres ser violentadas o violadas, o para los niños ser abusados.

¿Había dejado de investigar tras describir el síndrome?

–Sí, me había dedicado a mi propia práctica clínica y forense. Testifico en casos de mujeres abusadas que mataron en defensa propia.

Es una experiencia de trabajo exigente.

–Sí, es una experiencia fuerte, porque para muchas de esas mujeres, antes de que lográramos incluir el testimonio, el destino era la prisión por el resto de sus vidas. Eran juzgadas como asesinas y listo. Incluso cuando a muchos de mis colegas no les gustaba recurrir al Stress Post Traumático (SPT) como argumento, porque temían que eso fuera a definir erróneamente a las mujeres víctimas, ésa era la única manera que teníamos de llevar el testimonio a la Corte. Por eso empezamos el compromiso con esa tarea forense.

¿Cree que actualmente hay una manera generalmente aceptada de abordar casos de mujeres víctimas de violencia? ¿En estos treinta años cambió la práctica profesional al respecto?

–No tanto. Todavía es un tema muy controversial. Increíblemente, al principio hubo aceptación sin demasiados conflictos, pero ahora hay muchos. ¿En dónde se originan? La mujer dice que es maltratada y el hombre retruca: no, ella es la que me maltrata a mí. Eso no pasaba hace 30 años, pero ahora sí, y ellos acusan a las mujeres. Hay grupos de varones que hacen eso, aplican violencia de esa manera a mujeres y niños. La gran batalla, ahora, está en el control y el acceso a los hijos, porque los niños están siendo usados para continuar el abuso contra las mujeres, por parte de los hombres y las cortes. Ese es un problema muy serio, en especial porque, a través de la investigación, sabemos que si los chicos están expuestos a la violencia, aprenderán a ser violentos. Debemos encontrar una manera de resolver este frente.

¿Qué pasa con los caminos que se proponen?

–Solíamos decir a las mujeres: tenés que dejar al maltratador y terminar la relación, así todo estará bien. Pero aprendimos que no es así. De hecho, puede ser peor. Para la mujer puede ser más peligroso irse, entonces va quedándose y va perdiendo habilidades para retener el cuidado y la autoridad sobre sus hijos.

¿Incluso en casos donde la mujer pueda tener redes de amigos y familiares?

–Claro, lo mejor para las mujeres maltratadas es tener amigos y familia, un sistema de apoyo muy fuerte. Y si no puede tenerlo, porque a veces no es posible, porque el maltratador mantiene a la mujer aislada y controla con quién está, en ese caso es donde los gobiernos y las instituciones, los grupos de mujeres, los servicios sociales, deben estar atentos y disponibles. De otra manera, esa mujer no tiene apoyo. Y si no tiene apoyo, no se puede ir.

¿Qué país tiene el mejor sistema para abordar la violencia de género, hay alguno que podría servir de modelo?

–... ninguno. No hay ninguno completo al respecto. He estado en varios, conozco qué están haciendo en distintas partes del mundo, y ninguno tiene buenos sistemas. Lo más triste es que incluso las mujeres juezas no hacen las cosas correctas al respecto. Hay una asociación internacional de mujeres juezas muy fuerte, yo he hablado con ellas y conocido a varias. Como grupo, están de acuerdo con lo que digo, pero cuando vuelve cada una a sus países no tiene el apoyo necesario y no pueden aplicar la ley como creen que deben hacerlo. La Justicia está todavía fuertemente controlada por varones con una lógica machista. Pero tal vez, con esperanza, en unos años... (sonríe) Aquí está Cristina, Bachelet en Chile, y ahora tal vez Hillary en Estados Unidos. Tal vez eso haga la diferencia.

¿Lo cree?

–Creo que podría pasar, que eso tiene el potencial para hacer la diferencia. Claro, mirá lo que fue Margaret Thatcher...

Ella ejercía un modelo absolutamente masculino de poder.

–¡Ese es el problema! La institución política está tan fuertemente controlada por la institución económica, que a su vez tiene una lógica masculina que... ¿cómo hacés para llegar al poder? Quiero decir: yo conocí a Hillary, estuve con ella en varias oportunidades, y me gustaba mucho. No es la misma ahora. Está muy diferente: es más parecida a un hombre. Y creo que, al menos por ahora, si querés acceder al poder, tenés que hacer eso, comportarte un poco como un hombre. De todas maneras, me gusta creer que en su alma sigue siendo lo que era. Hillary sigue diciendo que es feminista, pero se ha suavizado un poco... y tiene que hacerlo.

Estos modelos actuales de mujeres en el poder, tan diferentes a los modelos anteriores, ¿pueden hacer la diferencia?

–Creo que tienen la posibilidad. No creo que viva para verlo, pero sí, tienen un potencial para cambiar algunas cosas. Pero todavía falta. Hoy, en mi conferencia del Congreso, miré a mi alrededor, miré al público, y era un 90% de mujeres. Dije: “esto no es bueno”. Es decir, es bueno en un sentido, porque las mujeres están aprendiendo lo que deben aprender, pero es malo en otro sentido, porque si no logramos que los varones se involucren en la lucha contra la violencia, entonces no servirá. Los varones deben hablar a los varones.

¿Y qué pasa con los grupos de varones contra la violencia?

–Había algunos en Estados Unidos, sé de otros que hubo en España, también, y algunos más, pero son muy pequeños y ni siquiera escucho hablar de ellos ya. Creo que es algo pendiente todavía. ¿Pero cómo hacerlo? Bueno, los varones que encuentro más sensibilizados son aquellos que han criado hijas, o que se llevan bien con sus madres, mujeres o ex mujeres. Ellos tienden a ser más empáticos con estos temas, especialmente los que tienen hijas, porque quieren que ellas tengan una vida mejor. Así que creo que ésos deben ser los hombres a los que debemos apuntar. Cuando hablo con mujeres jóvenes siempre les digo que lo que tienen que hacer, cuando tienen un novio nuevo, es hablar con la anterior novia de él (risas)... ¡porque él te tratará de la misma manera a vos!

¿Hubo cambios en el tratamiento de los violentos?

–La terapia en general es decepcionante, y te voy a decir por qué. Al menos en Estados Unidos –entiendo que acá es diferente–, nosotras, en el movimiento de lucha contra el maltrato a las mujeres, creemos que si llevamos al hombre al tratamiento, él podría entrar en todo el sistema de servicios de salud. Y eso es bueno. El tratamiento para un violento es la puerta de entrada a todos los servicios. En EE.UU. van a la terapia por orden judicial, no voluntariamente. Pero el error que cometemos es que tratamos a todos los maltratadores como si fueran iguales. Cuando mirás hacia atrás, decís ¿por qué hicimos eso? Porque sabíamos que cada mujer era diferente, que pasaba por diferentes circunstancias, y por eso era necesario hacer distintos tratamientos. Pero en el caso de los varones dijimos “el tratamiento para el maltratador es bueno”, y dejamos que la corte decidiera el tiempo: 8 semanas, o 12, pero no es suficiente. Algunos maltratadores tienen serios problemas mentales, paranoicos, depresivos, casos de abuso infantil, bipolaridad, muchas cosas... además de ser maltratadores, quiero decir. Entonces, necesitan más que ese tratamiento específico. Quiero decir que eso solo es insuficiente. Por eso deberíamos repensar la terapia. En Colorado, donde vivo parte del año, hay un programa que cuenta con terapeutas voluntarios, que a cambio de muy poca plata llevan adelante grupos de varones, para que puedan afrontar económicamente el tratamiento que necesiten y lo realicen. Entonces, si tienen una orden judicial, van dos años. Y eso ya es diferente.

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Leonore Walker
Imagen: Juana Ghersa
 
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