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Viernes, 8 de febrero de 2008

RESISTENCIAS

Los primeros pasos

Topadoras que aparecen una mañana para derribar hogares, alambrados que dividen campos compartidos por todas las familias, acciones judiciales intempestivas y amenazas cambiaron la vida cotidiana en Los Leones, un paraje rural mendocino que solía ser pacífico. Desde entonces, las mujeres del lugar comenzaron a organizarse y entrar en contacto con organizaciones de trabajadores sin tierra de otras zonas del país.

 Por Gimena Fuertes

A las cinco y media de la mañana suena el despertador. A las seis ya hay que estar en el corral para ordeñar las cabras que luego correrán por interminables extensiones montañosas. El día ya empezó, y con él se desata toda una rutina dentro y fuera del hogar, en la casa y en el campo, para las mujeres de la comunidad campesina del paraje Los Leones, El Nihuil, provincia de Mendoza. Pero esa continuidad de labores en tierras abiertas se vio alterada desde hace un año por la brusquedad del alambre. “Unos abogados con papeles dudosos vinieron a decirnos que todo es de ellos. Pero no nos van a sacar”, sentencia Mariela, con voz dulce pero firme, mientras le da de amamantar a Celina, su beba de un año y medio. En la mayoría de los hogares del campo y la ciudad el trabajo doméstico es organizado y llevado a cabo por las mujeres. En las espaciosas casas de ladrillos de adobe de la comunidad de Los Leones, también. Como en la mayoría de los hogares, cuando por alguna razón los hombres no pueden trabajar, las mujeres son las que asumen el trabajo fuera de casa sin que eso implique que su compañero se encargue de la limpieza y la comida. Pero en julio, cuando apareció la topadora, estas campesinas salieron para hacerle frente, y la frenaron.

En el paraje Los Leones viven desde siempre unas diez familias. A medida que crecen los hijos, se van armando familias nuevas y se van creando nuevos puestos. Cada puesto abarca una casa rodeada de su respectiva huerta, árboles y corrales en medio de una extensión no determinada de campo. “Todo el campo es de todos, no usamos alambres, si los animales se mezclan cuando salen a pastar, después los encontramos”, explica con sencillez Mariela, dueña de uno de los puestos más recientes y en el que todavía no empezaron a crecer los abedules. Pero desde hace un año unas camionetas 4x4 comenzaron a rondar los caminos de tierra, aparecieron visitas extrañas y un alambrado surcó las plácidas extensiones. La resistencia de la comunidad fue noticia en los diarios y la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra (UST) se acercó a la zona. Hoy Los Leones es una comunidad de base de esta organización campesina, el alambre está roto y las campesinas del paraje Los Leones ya no son las mismas.

ALAMBRAR LOS CIELOS

Todo empezó a fines de diciembre de 2006, cuando a la casa de Mariela llegó una notificación del fiscal Ariel Hernández, que atiende la Fiscalía Nº 2 en lo Correccional, a través de la cual se imputaba a su marido y otros tres campesinos por usurpación. Se daba también la orden de desalojar a los animales de esas tierras con la policía rural en enero, durante la feria judicial, para que las familias no pudieran apelar la decisión. Si bien las acusaciones en contra de los campesinos van desde apropiación, privación de la libertad hasta rotura de alambre, no hay ninguna prueba concreta que los incrimine. De hecho, los tres abogados que se quieren apropiar del campo, Vicente Zavattieri, Ricardo Caro y Jorge Montini (defensor de Daniel Gómez, procesado por homicidio del joven Sebastián Bordón en octubre de 1997) todavía están buscando caras y nombres para imputar a alguien por la rotura del alambre.

Del otro lado, las familias campesinas también iniciaron causas judiciales basadas en el derecho de acción posesoria y permanencia, ya que los años juegan a su favor. Pero en la conservadora provincia de Mendoza esas causas descansan en los cajones. “Nos llaman intrusos y somos nacidos acá”, sintetiza Mariela. A partir de entonces, la comunidad de Los Leones aprendió que para lidiar con la prepotencia y la soberbia de los funcionarios judiciales y la policía rural es necesario armarse con cámaras y grabadores, ya que las amenazas, malos tratos y engaños sirven como prueba ante un tribunal para lograr que no les saquen sus casas.

LA MATRIARCA

Esther vive en uno de los puestos más antiguos del paraje. En julio pasado una topadora venía a volver a trazar la huella que una correntada de agua había borrado, para que pudieran pasar las camionetas 4x4 de los abogados que buscan hacerse del campo. Pero algo más fuerte que el río la paró. “Vivíamos tranquilos, pero todo cambió cuando estos abogados empezaron a venir. La comida no pasaba al estómago. No dormíamos bien, y en el campo el sueño es importante por la cantidad de trabajo. Andábamos vigilando hasta que en julio uno vio la máquina, una topadora enorme. Y ahí mismo nos fuimos todos a pararla. Nos amenazaron, pero no tuvimos miedo, le hicimos frente. Antes teníamos miedo, ahora estamos todos juntos. Todo se aprende. Ellos no tienen papeles, primero alambran, después toman posesión y luego recién arreglan la parte legal”, se enoja. A partir de la resistencia al alambrado, Esther comenzó a participar, junto al resto de su comunidad, de la UST. “Fui a Mendoza y vi cómo se organizaban otros. También fui a marchas en Buenos Aires, a reuniones. Una va aprendiendo, va cambiando”, dice pensativa.

Esther invita a comer un delicioso cabrito recién carneado en un mediodía sofocante de enero en su casa llena de familiares y visitas. La larga mesa y los numerosos retratos de bebés revelan la extensión de la familia, hoy crecida. En la zona las fiestas duran cuatro días e interminables noches y son el momento ideal para que los jóvenes se conozcan. Así se fueron casando sus hijos, que ahora viven en puestos cercanos o en la ciudad. “Hemos cortado el adobe de nuestros ladrillos y construimos esta casa en el ’69. Por eso tenemos derecho a luchar por lo que hemos hecho nosotros”, relata.

LA CHIQUITA

Elena tiene 21 años y vive con sus padres a unos kilómetros de la casa de Esther. Debido a su cuerpo menudo y su voz de hilo la nombran como “la Chiquita”. Mientras prepara unas milanesas de cordero cuenta que no sabe cómo les dijo a los abogados todo lo que dijo el día de la topadora. “El día en que llegaron con esa máquina nos paramos y no los dejamos pasar, nos pusimos adelante. ‘Ustedes buscan los problemas’, nos decían, y nosotros entramos a discutir. Les tomábamos el pelo y ellos se embroncaban. Nos decían que nosotros les teníamos que pagar a ellos, y eso está mal. Querían que firmáramos papeles para cobrarnos 10 chivatos por el derecho de pastura y que de esa forma reconozcamos que el campo es de ellos. Eso es toda una maniobra”, explica la Chiquita.

Para mantener la vigilia frente a la tranquera, los campesinos organizaron un acampe. “Y ahí vino el otro abogado y nos empezó a sacar fotos. Nosotros primero nos dábamos vuelta y nos tapábamos. Pero me di cuenta de que nosotros teníamos la cara limpia, que estábamos en nuestra propiedad, y entonces nos empezamos a sacar el sombrero para posar a la cámara y a sacarles fotos nosotros a ellos”, se ríe.

En medio de la charla aparecen su padre y su hermano frustrados por el extenso día de cacería de un puma que no se dejó agarrar. La madre cambia la yerba del mate y convida tortas fritas para todos. Todos recuerdan que el día de la topadora la Chiquita, con su voz tímida, asombró a sus familiares y amigos por la verborragia y la capacidad de retruque en el momento en que la máquina y los papeles quisieron arrebatar su casa y fuente de trabajo. Pero lo que más sorprendió fue su astucia de llevar un pequeño grabador para registrar todas las amenazas y argumentaciones de los abogados.

Durante el verano la Chiquita cuida su extensa huerta, donde nacen cebollas, papas, lechuga, maíz, tomates y alfalfa, y crecen árboles de ciruela, durazno, damasco y membrillo. Todos estos productos son para consumo propio, mientras que los chivitos, el queso de cabra y la lana son para vender. En marzo se irá durante un mes a la cosecha de la ciruela. “Por cajón están pagando cuatro pesos, se trabaja unas doce horas al día. Sacaré unos mil pesos en total”, calcula. Desde que se organizó, Chiquita participa de marchas y reuniones. También fue en octubre al VII Campamento Latinoamericano de Jóvenes en Misiones organizado por el Movimiento Nacional Campesino Indígena, donde conoció a miembros del Movimiento Sin Tierra de Brasil. “Está bueno porque conocés muchas otras historias parecidas a la tuya. Ahí aprendí la forma que ellos tienen de estar luchando, y que cuando una tiene la razón no tienen que venir otros a quedarse con la tierra. También aprendés a compartir, se arman amistades, a pesar de que no nos entendíamos mucho por los diferentes idiomas.”

LA LINDA

Eliana, al igual que Elena, también tiene 21 años y participó del encuentro de Misiones junto a más de 800 jóvenes de organizaciones campesinas, indígenas y barriales de distintas provincias de Argentina y de Brasil y participó de una movilización hacia la forestal Alto Paraná, una de las mayores responsables de la devastación ambiental y la contaminación de la zona. “Mirabas para adelante y para atrás y éramos una marea de gente. En las reuniones cuesta hablar, pero se aprende yendo”, recuerda. Eliana trepa los cerros con una agilidad y velocidad increíbles para largar a pastar a los corderos. Mientras, sus hermanas, Gabriela de 11 años y Eugenia de 9, despliegan toda su sabiduría. “Esa es una chinchilla”, señala Eugenia, “y ése es el pichón de tero que tiene el nido en el otro cerro”, alardea Gabriela. Ambas van a la escuela primaria del pueblo El Nihuil y se quedan en el albergue municipal durante todo el invierno.

Durante el día, Eliana va a buscar leña, hace la comida junto a su mamá, trabaja en la huerta, va a buscar a los animales, arregla los corrales, teje en telar e invita a comer galletas dulces recién horneadas por ella. A la noche, mientras el cielo se llena de una nebulosa de estrellas, su familia comparte un abundante pollo a la cacerola a la luz de la lámpara de querosén. En la radio están transmitiendo la actuación de los humoristas en la Fiesta Nacional del Chivo y en la familia se arma la discusión sobre quién es el mejor exponente entre los relatores de cuentos.

El alambrado, la falta de una salita sanitaria, la lejanía de las escuelas, que impide que los chicos sigan estudiando después de la primarias, son algunos de los problemas que se discuten en la reunión semanal de la comunidad. Eliana explica que “la organización llegó a tiempo, gracias a ellos pudimos conocer otras experiencias y ver que no somos los únicos que peleamos”. Esther agrega que necesitan “sistemas de agua, forestación, un poco más de comodidades en las casas. Con respecto a la salud, antes venía un móvil sanitario con médico y dentista a revisar a la gente, ahora ni eso”. Mariela cierra: “También queremos seguir sumando otras comunidades. Hay campesinos en localidades cercanas que atraviesan lo mismos problemas de desalojo y ya se están reuniendo con nosotros para aprender y poder organizarse.”

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