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Viernes, 25 de julio de 2008

GEMAS

Génesis campera

 Por Aurora Venturini

La presencia de Yuna, ¿la recuerdan? la protagonista de mi novela Las primas, que ganó el premio de Página/12 el año pasado, sigue rondándome. Tanto insiste, que tendrá que aparecer en una segunda novela, estoy segura. Por ahora, aquí va lo que me ha dicho hace unos días:

“Leo los diarios a veces despacito y me fatigo y dejo. Lo mismo me ocurre con la escritura, pero la temática actual bien merece mi opinión que no es para mal de ninguno y no sé dónde leí ese párrafo que hago mío y devuelvo al autor porque nunca robé ni hurté. Y sigo. Que de una lectura me vino recordar que en Buenos Aires había un señor que ejercía derecho total del poder público, honra y vida de los habitantes y un día se fijó que la pampa estaba sola, pongo por ejemplo la pampa, pero el señor de marras miró el mapa de la Argentina en toda su extensión y longitud, y ya que estaba en palique con amigotes del club dijo tengo una idea y los amigotes arrodillados rogaron sea para bien y el señor les dijo que a cada uno de ellos entregaría alambres y que fueran con ayudante porque si no sería trabajoso para ellos y que lo vigilaran de a caballo a ver si alambraba tanto como el alambre daba, y que él sabía que el alambre podía con muchas hectáreas. Y que después permitieran a los zafios lugareños poner ranchos con china y todo y que trabajaran la abúlica tierra y que luego cosecharían pingües ganancias, y que él sabía que era así porque había procedido de tal manera a poco de asumir y declararse dueño de gente y hacienda. Y los amigos partieron cada uno con sus alambres enrollados y el siervo de la gleba al lado y ocurrió cuanto pronosticó el dueño de todos. Y tal fue que nacieron las chacras y las estancias y los chacareros y los estancieros. Hubiera resultado justicia si los hijos de la gleba tuvieran idéntico destino. Los hijos de la gleba pasaron a ser peones y algunos, peones golondrina porque carecían de una mínima parcela y los dueños ya aseñorados, que jamás pisaron la tierra vivían lejos jugando a la Bolsa como dicen, pero de esto no entiendo y por eso solo digo que los peones envejecían sobre los surcos o sobre lo que ustedes deseen hacerlos envejecer. Al final, solo sí, el derecho a un cuadradito de terruño para el sueño eterno.

Allá en las profundidades de las hectáreas empinaba el humo la chimenea de la estancia y el propietario nieto de uno de aquellos que recibió los alambres solía quedarse ahí, aunque no mucho porque Europa es mejor según dicen. Vociferaba rivalidades en pro y en contra mientras el campesino, hijos y nietos de aquéllos, tanto como él, vivía en el mismo tiempo de sus antepasados.

Más adelante criaron vacas y ovejas y cuando éstas se multiplicaron llegaron los camiones a levantarlas del campo. Mientras tanto allí estaban firmes los hijos de la gleba, esperando el cuadradito de terruño para lo que ustedes saben, el cuadradito que está esperando por todos, pacientes lectores.”

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