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Viernes, 3 de abril de 2009

PERSONAJES

La leche que quema

Los reclamos de seguridad y de “matar al que mata” trajeron a la memoria las épocas más oscuras e irracionales de la historia argentina. También trajeron a una Noemí Alan muy distinta de la escultural que conocimos en los ochenta, pero que volvió a tener otros 15 minutos más de fama.

 Por Graciela Zobame

Cuando las aguas mediáticas se revuelven es difícil aventurar qué tipo de criatura saldrá del limo. ¿Quién recordaba si no, a Noemí Alan? ¿Quién añoraba su regreso a no ser en el marco de alguna reunión de borrachos nostálgicos donde se enumeraran antiguas tetas o culos espectaculares de las secretarias, partenaires de Olmedo, de Porcel?

El oleaje que provocó el reclamo de muerte segura por parte de Susana arrastró infelices coincidencias, asociaciones libres y nos dejó en la superficie del televisor a una legión de artistas de reparto, colegas de segunda o de tercera, dispuestos a ejercer de coro de esta tragedia griega a la argentina que bien podría titularse: “El que mata tiene que morir en una larga noche de verano”. Si hasta hemos visto regresar al Facha Martel paseando por los canales su gesto atribulado y a su hija, para dar pelos y señales sobre lo ocurrido a su ex mujer, víctima de un episodio delictivo. Y también nos tocó ver a un como nunca intelectual Jacobo Winograd discurriendo sobre el bien y el mal, aseverando que está mal lo que pide Susana, que él no está de acuerdo pero que también está mal la Justicia que no castiga como corresponde (?) a una persona como Romina Tejerina.

En el contexto de una sociedad tan apaleada por su falta de memoria que llega al punto de aplaudir las mismas consignas perversas que repudió cuando le tocó festejar a los saltos el regreso de la democracia habría que rectificar, por lo menos, las primeras líneas de esta nota. Porque la verdad es que sí. Todos recordamos a Noemí Alan y todos la recordamos de un modo muy particular, que trasciende su cuerpo escultural. Porque su suerte no fue exactamente la misma de la de todas las chicas decorativas de capocómicos frente a las cuales todos se preguntan cómo habrán llegado, todos le festejan el culo por una temporada, y luego nadie quiere enterarse de dónde han ido a parar. Noemí Alan, gracias a aquella foto “de la mala leche”, a los rumores que circularon siempre y a su esplendor tan ciego al horror que estaba sucediendo, aparece en nuestra memoria como la dictadura en cuerpo de vedette.

No importa, para el caso, cuánto haya de cierto, cuántas fotos más haya en los archivos secretos, si se acostó o no con uno o muchos militares. Importa, sí, el rol que le ha tocado jugar, parte de una colección de chivos expiatorios de poca monta con la que los individuos de una sociedad purgan las culpas que les corresponden a otros. Malinche de pacotilla, así Noemí Alan ha quedado en el recuerdo.

Es cierto que en este revuelo que armó Susana y que tuvo una respuesta de Hebe de Bonafini, nadie había convocado directamente a Noemí Alan. Ella se presentó sola, a tratar de sacarse el sayo en un momento propicio, también en el momento en que quiere entregar a su hija a las fauces del show, con 50 años encima y muchos kilos de más. El aspecto de esta nueva Noemí Alan, castigada por los años, hace más creíbles sus lágrimas y sus dichos de que “entonces tenía apenas 20 años”. Al verla ahora arañando un espacio, buscando eco en una sociedad que a todas luces se inclina hacia la derecha, dejando en evidencia a su compañero de rubro, que por lo visto, según ella misma, mereció compartir su estigma mientras de paso avisa que compartió su cama, es posible suponer que si se quedó sin trabajo no solo fue por una revancha bienpensante.

Tal vez las razones por las cuales ya no vemos a Noemí Alan en la pantalla son que ella, la Tana, una imagen que valía más que mil palabras, hace rato que dejó de existir.

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