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Viernes, 26 de marzo de 2010

MEMORIA

Hablemos de mi madre

A los 31 años Sabrina Gullino tuvo la confirmación oficial de que sus padres fueron Raquel Negro y Tulio Valenzuela, dos militantes montoneros desaparecidos. Luego de dos años de vorágine reconstruyendo una historia familiar perdida, reecontrándose con sus hermanos y revalidando el lazo con la familia que la tomó en adopción, Sabrina sigue la búsqueda de tantos hijos y nietos que faltan ser recuperados, entre ellos su hermano mellizo.

 Por Sonia Tessa

El 23 de diciembre de 2008, cuando tenía 31 años, Sabrina Gullino tuvo la confirmación oficial después de 27 días de incertidumbre: sus padres son Raquel Negro y Tulio Valenzuela, dos militantes montoneros desaparecidos, que estuvieron secuestrados en la Quinta de Funes, cerca de Rosario.

En enero de 1978, embarazada de mellizos, Raquel Negro quedó como rehén en ese centro clandestino de detención, mientras su pareja, Tulio Valenzuela, era llevado para la Operación México, un intento del entonces jefe del Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, Leopoldo Galtieri, para matar a los máximos dirigentes montoneros. Claro que Tulio –conocido como Tucho– tenía una decisión, acordada con su pareja: había simulado colaborar, pero al llegar a destino, denunció públicamente lo que pasaba, desmanteló la operación y responsabilizó al jefe militar por la vida de su mujer y su hijo (no sabía que eran mellizos). Entre fines de febrero y principios de marzo de 1978, nacieron Sabrina y su hermano, en el Hospital Militar de Paraná, donde las enfermeras les pusieron Soledad y Facundo. A Raquel la mataron, y sigue desaparecida. Dos integrantes del grupo de tareas rosarino que había secuestrado a la pareja en Mar del Plata, Walter Pagano y Juan Daniel Amelong, llevaron a la beba hasta la puerta del Hogar del Huérfano de Rosario. Y Sabrina fue adoptada por la familia Gullino, de Ramallo. Tulio volvió a la Argentina pocos meses después, y fue atrapado por los represores. Como nunca hubo “nada oscuro” en el trámite de su adopción, Sabrina no imaginó que era hija de desaparecidos. Pero, cuando empezó a estudiar en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Rosario, se interesó por la historia reciente. La fecha de su nacimiento la empujó a tomar la decisión de hacer el análisis de ADN. Desde diciembre de 2008, la vida de Sabrina es una vorágine. Conoció a su hermano mayor, Sebastián –hijo de Raquel– que la había buscado incansablemente. Juntos, buscan al mellizo de Sabrina. El año pasado conoció a su hermano Matías, hijo de Tulio. Y aunque reconoce que todavía no termina de procesar su historia, Sabrina no pierde el sentido del humor. En un solo momento de la entrevista, se le humedecen los ojos. “Si me pongo a pensar en todo lo que me pasó, me paralizo. Prefiero ir para adelante, mientras hago las cosas que elegí. La identidad es lo que uno construye, y yo afortunadamente elegí lo que hago en mi vida”, dice en la mesa de un bar rosarino. Sabrina es animadora, forma parte de la Escuela de Animadores que funciona en el Centro Audiovisual Rosario. En 2006, dos años antes de saber quién era, Sabrina dirigió el cortometraje Negra Idea, en el que una beba que nace diferente es rechazada, tirada en un inodoro, y convertida en un zapallo, pero el amor la ayuda a recuperar su identidad. Ahora cuenta que ese corto nació de un sueño, y admite que sueña mucho. Que la persiguen, que la matan, que matan a sus padres.

Sabrina siente que su vida presente es el resultado de dos despojos. “Son dos imposibilidades de Sabrina. Yo no pude ser la que podría haber sido, la hija de Raquel y Tulio, haber crecido con mis padres, y hubiera sido una persona. Pero otra posibilidad trunca hubiera sido criarme con mis abuelos y mi hermano Sebastián. Son dos Sabrinas que no fueron”, apunta durante la entrevista, realizada en la semana del aniversario del golpe militar. Aunque su sentido del humor, a veces ácido, a veces negro, es una marca de identidad, Sabrina confiesa que justo esta semana se siente triste y perturbada. “Uno de los grandes destrozos causados por la dictadura fue aniquilar la herencia, que debimos haber recibido de los 30 mil desaparecidos, de que el mundo se puede transformar si lo hacemos entre todos” y agrega: “No quisiera hablar tanto de mi. Te pido por favor que escribas sobre Raquel, de su heroísmo, de su valentía, de su amor por su pueblo. Prefiero rendirle homenaje a ella, a Tulio, al Sebas, a mi abuela”. Por eso, ante la pregunta sobre su madre, Sabrina agradece a Abuelas por el Archivo Biográfico que le permitió saber de ella. Se trata de una carpeta con testimonios de familiares y compañeros de cada desaparecido, hechas para entregarlas a los hijos recuperados. Sabrina, además, tiene a su hermano Sebastián, que tenía apenas un año y medio cuando fue secuestrado junto a Raquel Negro y Tulio Valenzuela, en Mar del Plata, pero se crió con los Negro.

HERENCIA MATERNA

“Mi mamá era una persona alegre, sencilla, siempre alegre –cuenta Sabrina lo que pudo reconstruir–. No le gustaba cocinar pero cuando se casó con Marcelino (Alvarez, su pareja, y papá de Sebastián) aprendió a hacer unos cuantos platos e imprescindibles menúes”, sigue el relato de la hija que mira ávida esa carpeta, que escucha anécdotas, para saber quién fue su mamá. “Ella nos dejó un casete, o mejor dicho le grabó un cassette a la abuela con los sollozos del Sebas, en donde canta canciones y lee poemas sobre la liberación de los pueblos. Lo grabó cuando ya lo habían desaparecido a Marcelino y se quedó sola en la clandestinidad. Ella lee poemas y le habla al Sebas y llora. No creo que haya pensado alguna vez que ese casete sería tan importante para el Sebas y para mí”, dice la hija, sobre esa voz que se constituye en la única presencia de la madre. En la intimidad, a Raquel le decían “la Coca”. Ella estudió en el Normal de Santa Fe, y se recibió de trabajadora social. Militó en el Movimiento Evita, en FAR y en Montoneros. Jorge Negro, hermano de Raquel, le dice a Sabrina que es parecida a su madre “en la forma de ser”.

Y muchos compañeros de sus padres se conmueven al verla. “Siento una especie de cariño, yo llego y los ojos de algunas personas se alegran. Un compañero de mi mamá me contó que Raquel era hermosa, que todos estaban enamorados de ella. Y me dijo que estar conmigo era como estar un poco con ella.”

Cuando supo que era hija de Raquel y Tulio, la vida de Sabrina se dio vuelta como un guante, pero quiere conservar muchas de aquellas cosas que siente que sí pudo elegir. Ahora también le preocupa proteger a su familia adoptiva, de quienes se siente parte. “Soy bastante fan de mis viejos, que me criaron. Siempre nos consideramos como muy especiales al habernos encontrados entre nosotros (con sus padres y su hermana Carla). Hacemos chistes sobre la falta de parecidos físicos”, dice Sabrina, que siempre supo que era adoptada.

Apenas recuperó su identidad, Sabrina no dudó: quería participar en los juicios. En la causa del Hospital Militar de Paraná es querellante, junto a Sebastián. Cuando está por empezar el juicio oral y público para determinar las responsabilidades sobre la apropiación de bebés en esa institución, Sabrina quiere mencionar especialmente a Guillermo Germano, el “Mencho”, un tenaz militante por los derechos humanos de Paraná que inició esa causa. “El nunca fue un pisabrotes, como dicen los chicos de H.I.J.O.S. de Paraná, que son mis otros hermanos”, lo recuerda con especial cariño, ya que falleció el año pasado.

No es el único juicio en el que Sabrina participó. Fue testigo en el proceso oral y público contra Oscar Pascual Guerrieri, Jorge Fariña, Juan Daniel Amelong, Walter Pagano y Eduardo Costanzo que lleva adelante el Tribunal Federal Oral número 2 de Rosario. Amelong y Pagano fueron los que la llevaron, cuando era beba, desde Paraná hacia el Hogar del Huérfano. Costanzo es uno de los pocos represores que rompieron el pacto de silencio, y fue el que relató el destino de Raquel Negro.

CUENTA PENDIENTE

En este juicio que se desarrolla en Rosario, con fecha de sentencia incierta, Sabrina no estaba a tiempo para presentarse como querellante. Su testimonio fue conmovedor, y su hermano Sebastián –sí es querellante– pudo escuchar desde el público las circunstancias que llevaron a Sabrina a saber quién era. En las primeras jornadas del juicio conoció a Jaime Dri, testigo clave de la causa, quien se emocionó al verla: “Sos igual a tu madre”, le dijo. Además, Sabrina se presentó como querellante en la parte de la causa que sigue en etapa de instrucción. Además, forma parte del Espacio Juicio y Castigo, un amplio abanico de organizaciones de derechos humanos, sociales y políticas que acompaña los juicios en Rosario con acciones públicas. La fecha de la sentencia es incierta, pero Sabrina quiere subrayar las actividades que realizará el Espacio para acompañar desde la puerta de los Tribunales la lectura de los dictámenes contra los represores. Habrá una kermesse temática y actuará la Murga La Memoriosa. El valor de los juicios es para ella “social. Si ellos lucharon por un pueblo libre, por igualdad, es importante que se hagan los juicios y estén las sentencias, porque condenar al terrorismo de Estado tiene que ver con reivindicar su lucha”.

Antes de saberse hija de desaparecidos, Sabrina empezó a participar de la Casa de la Memoria de Ramallo, la ciudad donde se crió, y sigue allí: ahora está en la pelea que llevan adelante para conseguir un lugar físico, el mismo que el intendente Ariel Santalla prefiere destinar a un museo agrario.

Pero Sabrina tiene un objetivo. “Te di la entrevista porque queremos impulsar la búsqueda de mi hermano mellizo”, dice. Algunos testimonios aseguran que nació con una insuficiencia respiratoria, y falleció a los pocos días, pero eso aún no pudo ser comprobado. Ella no quiere ilusionarse, pero piensa que existen posibilidades de que esté vivo. Por una circunstancia fortuita, el estudio de Sabrina comparte la oficina con Abuelas de Plaza de Mayo de Rosario. Muchas veces, cuando atiende el timbre, se pregunta si la persona que está allí no será su hermano. Por eso, se considera “afortunada, porque gracias a los organismos de derechos humanos que fueron infatigables durante estas tres décadas, puedo estar este año participando del juicio, que tiene mucho significado para mí. Aunque yo preferiría que mi mamá llegue caminando a tomar mate conmigo”. Y también afirma que “los más mediáticos son los casos donde los chicos fueron apropiados por militares, hay otros que fueron adoptados de buena fe o que no está tan claro qué pudo haber pasado, y no se acercan. Yo les digo que se acerquen, porque pueden ser hijos de desaparecidos”, enfatiza mientras busca en su cuaderno el teléfono (0341) 448-4421, de la filial Rosario de Abuelas.

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“Ella nos dejó un casete, o mejor dicho le grabó un casete a la abuela con los sollozos del Sebas, en donde canta canciones y lee poemas sobre la liberación de los pueblos”.
 
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