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Viernes, 16 de mayo de 2003

MODA

Desfiles a la hora del té

Desempolvados, resignificados, volvieron los desfiles rodeados de mesas con masitas y señoras y señoritas tomando sus tazas de té. Marcas de vanguardia y otras más clásicas eligen lugares elegantes o históricos para presentar sus nuevas colecciones. Se recomienda ir perfumada.

 Por Victoria Lescano

El formato de desfiles en salones con boisserie, ceremonia del té y modelos deslizándose entre las comensales, irrumpió como rara modalidad entre nuevas generaciones de diseñadores para la presentación de las colecciones invierno 2003. Quienes asistieron el martes 29 de mayo al five o’clock tea de Casa Roca –a beneficio de la Asociación de Esclerosis Múltiple– recordaron con nostalgia los desfiles de antaño en que las mannequins llevaban pequeños estandartes con los números de los atuendos.
En un decorado con contrastes de universos y categorías a lo Gosford Park, las modelos con novedades de Laura Valenzuela, Aída Sirinián, Celedonio Lohidoy, Florencia Fiocca, Nadine, Mood y Bircher emergieron del backstage de las alas de servicio para luego pasearse por un jardín de invierno con vitreaux y dos salones con pisos de roble de Eslavonia, chimeneas y gobelinos. Fue en la mansión de dos plantas de San Martín 579, que el presidente Roca encargó construir como morada de sus cinco hijas al arquitecto Zerze, con mármoles y demás ornamentos importados de Europa.
La gala de moda 2003 incluyó mesas con arreglos florales de nardos y margaritas, porcelana blanca y los scons, lemon pie y brownies recién horneados en la cocina del subsuelo, programas que indicaban las letras en tipografía añeja pasadas por las camareras con delantales y faldones inspirados en uniformes de nodrizas de principio del 1900.
El público consistió en clientas de los diseñadores, señoras de la alta sociedad con tailleurs pero también sus hijas con últimos modelos de zapatos y carteras Vuitton y pantalones de corsario. Carminne Dodero, la joven organizadora, argumenta que siguiendo a rajatabla la etiqueta de los desfiles de antaño se prohibió la presencia masculina y prefirió convocar a un grupo de sus amigas antes que a modelos profesionales.
Hubo propuestas de streetwear a lo Marlene Dietrich según Mood, chaquetas y pantalones deliberadamente masculinos en la colección de Bircher. Resultaron muy acordes con el decorado los juegos de estampas y recortes citando insectos en las blusas, pantalones y chaqueta de Fiocca, que en varias ocasiones fueron acariciados por un sector de señoras chic que tomaban nota de sus atuendos preferidos. También los diseños de Laura Valenzuela, que rescatan telas de antaño, y los de Aída Sirinián, con materiales de alta costura bajados a formas contemporáneas, las construcciones orgánicas de Lohidoy para adornar manos y cuellos esbeltos, aunque por momentos faltaron números o carteles identificatorios entre un diseñador y otro.
Dice Sirinián mientras da las últimas puntadas a un corset verde agua, sobre su método de trabajo: “Importa modificar texturas, ya sea calando o troquelando sedas u organzas o combinando lana con hilos de seda. Como hago ropa a medida el desafío está en buscar siluetas para romper el concepto de que la ropa de noche tiene que ser incómoda y rígida; en cambio, incorporo elásticos a los corsets o las faldas y recurro a la danza contemporánea como fuente de inspiración”. Su pasada, con trenzas y confites a modo de accesorios, incluyó faldas globo y largo mini en encaje negro que simula paper touch, visos de organza abrigados con mañanitas de cuello polera o cache couers. En la colección hubo variaciones sobre la “falda mil cintas”, un prototipo que desarrolló superponiendo tramas horizontales de 8 a 10 centímetros para dar volumen a un traje a medida, pero también desarrolló en versiones casual de jean celeste. Valeria Mazza posó con una versión micromini fotografiada por paparazzi de Gente, y María Ezquiaga y Julieta Ulanovsky las combinan con guitarras eléctricas en los conciertos de la banda, Rosal.
Sirinián también trasladó sus juegos de cortar y pegar a la música de la pasada: el soundtrack incluyó fragmentos de Divine Comedy con grabaciones en vinilo de boleros y cintas de Doña Petrona que enunciaban “poner rodajas de tomate cortadas a través, bien escalonadas”, y perfectamente podía tratarse de su receta de costura.
Los collares con cristales y pasamanería que Celedonio Lohidoy trama inspirándose en las hiedras y raras plantaciones del campo en que pasó su infancia, pero también en la selva artificial de la terraza de su estudio, aparecieron en la maison Roca organizados por colores e ingeniosamente combinados con batas de shantung de seda que simulaban las de peluquería (aunque en verdad fueron cosidas para la ocasión por Laura Valenzuela).
En orden de aparición se vieron primero azabaches y otras piedras negras en anillos colosales, collares, aros y broches en batas anaranjadas; luego, el verde y oro de la pasamanería y las piedras tuvo bastidores de batas granate, y al cierre, las falsas batas azules tuvieron collares colosales en color plata y una flamante línea de carteras.
Dice Lohidoy sobre su fashion parade de joyas: “Al armar la colección fui a conocer el lugar y consideré el contexto algo barroco con maderas, chimeneas y alfombras rojas. Como las modelos no eran profesionales de pasarela, les hice collares según el cuerpo y la estatura”. Sus referencias al lujo y la decadencia incluyen remixes de piedras con telas quemadas, anillos bordados con pasamanería de hace 150 años con telas quemadas. Las clientas suelen pedirle que modifique los collares para cada nueva fiesta y también que ornamente los zapatos de noche.
La colección de Laura Valenzuela abrió con mujeres en visos absolutamente transparentes con estampas de postales eróticas –imaginería en la que suele investigar para sus recursos–, también faldas mini con cullotes de encaje, pantalones y luego faldas más recatadas con chaquetas, un vestido strapless con materiales plásticos, un abrigo de paño con agregados de pieles recicladas y otras pintadas con aerosol, y una carterita con plancha de minibotones de nácar. Dice la diseñadora sobre su colección Voyeur: “Son prendas casi íntimas pensadas para citas de amor, diseñadas para que el otro desee tocar a través de la transparencia de la seda, prendas con visos que desaparecen al llegar a casa”. Los souvenirs dispuestos por Valenzuela en algunas mesas enfatizaron ese concepto: incluían partes de antiguos herrajes y la figurita de una chica pin-up clavada en el ojo de la cerradura.
“Té, moda y solidaridad” es el título del ciclo que el Hotel Alvear organiza en cuatro ediciones, destinado a las arcas de instituciones benéficas –ALPI, la Sociedad Damas de la Misericordia, la Fundación del Hospital de Agudos Juan Fernández–. En esos desfiles de gala benéficas ya pasaron propuestas de soirée y sastrería de L&U y los atuendos pampa de Graciela Naum para Máxima Zorreguieta, y restan Max Mara el 20 de mayo y Menage à Trois –el 3 de junio con un anticipo del verano 2003-2004, modalidad insólita para los tiempos del calendario local.
En ocasión de la presentación del martes 6 de mayo, el tumulto de mesas con el menú “Té, aromas de chocolate y café”, las tarteletas de mousselinede café o mil hojas rellenas con frambuesas preparadas por el chef tuvieron tanto o más protagonismo que las prendas. Las maniquíes vivientes, muchas nuevas y viejas modelos de Súper M, exhibieron las prendas pero también carteras y joyas siguiendo exclamaciones de las comensales, con uniforme de batidos rubio ceniza, collares de perlas y edad promedio, cincuenta años.
“En los años ‘70 las casas como Jacques Dorian, Greta y Rosina hacían hasta 40 presentaciones de este tipo con mesas de té por temporada, luego se agregaron las pasarelas muy bajas alrededor de las mesas”, dice en un alto de la conducción la ex mannequin Mora Furtado.
El jueves 8 de mayo, en una pequeña sala con madera oscura plus cuadros con estampas de flores, silloncitos de cuero con tachas, una chimenea con relojes, veladores con pantallas plisadas y demás antiques, el diseñador Pablo Ramírez presentó su colección de invierno consagrada al chic de los años ‘30. Fue en la Bibliotheque del Sofitel de la calle Arroyo al 800 -el hotel que incluye el primer rascacielos de Buenos Aires– ante un reducido grupo de compradoras y prensa agasajadas con entremeses, café y copas de champaña en dos funciones. Hubo pantalones de tweed con camisas blancas, corbatas y turbantes, superposición de prendas, abrigos de paño con cuellos de piel, maxivestidos negros con espaldas descubiertas, guantes negros y rojos y brazaletes a modo de accesorio. Nada de denim glamourizado de colecciones anteriores; por el contrario, abundaron los paños de lana más rica, detalles de piel y faldas de línea sirena.
El resultado fue una mezcla de Marlene Dietrich, Gloria Swanson o Jean Harlow ataviadas para algún film de la MGM y Dulce Liberal de Martínez de Hoz, en Vionnet, para asistir a las carreras en París.
Las modelos pasaron sin música y las asistentes al living dudaron ante el off del sonido poco habitual en pasarelas, pero eran prendas para contemplar en silencio. Dice Ramírez sobre ese formato de desfile petit, muy diferente del concepto de su última puesta dedicada al Pueblo: “rescaté un poco esa ironía de la elegancia y el gesto de ignorar lo que pasa afuera y encerrarse en un lugar muy chic. Jugué con la idea de la edición limitada, quise que no se filmara ni se sacaran fotos en el lugar del desfile para que las asistentes fueran cómplices de un momento único e irrepetible”.

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