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Viernes, 16 de mayo de 2003

SOCIEDAD

El agua no tiene la culpa

Por Angélica Gorodischer

Al contrario. El agua es fértil, bienhechora, transparente, tibia en invierno y fresca en verano. En un libro de Stanislaw Lem, el agua es sabia, es mágica y sabe lo que cada una y cada uno quiere y va y lo concede. Y mire si no a nuestro Paraná, el Padre del Mar, todo lo que nos ha concedido a lo largo de la historia (y antes también).
El agua no es traicionera: sabe lo que va a hacer y nos lo avisa. En eso es como los gatos: si no están contentos con usted, le bufan; y si usted insiste, lo rasguñan. El agua también: avisa, y si nadie le hace caso, rasguña. Es decir, se nos viene encima, camina por nuestras calles y nuestras casas y nuestras plazas, y como nadie se da cuenta de lo que pasa, ni siquiera el Señor Gobernador, que es quien debiera darse cuenta de todo, se alza, el agua, digo. Se alza furiosa y esta vez camina sobre nuestras cabezas y nos empuja y nos hunde y nos castiga. Y nos roba todo.
No, no nos roba nada. El agua no. Ha sido desidia, se alzan, más allá del agua, las voces. Y no, tampoco. Ha sido que nos han robado. Les han robado a esos que poco o nada tienen, sus colchones, sus sartenes, el mate, el calentador, los banquitos de madera, el estante en el que estaban los fideos, el arroz, el aceite y el azúcar; las frazadas, los pañales, el despertador, los sweaters y las alpargatas. Le han robado el bebé a esa mujer que dice que hubiera preferido ahogarse ella, y la vida a ese hombre que se pegó un tiro en la sien después de haber entregado sus dos chicos a la gente que venía en la lancha.
A los que no nos han robado la radio y la sartén y el estante de los fideos y las frazadas porque el agua se detuvo y no bajó hasta acá, también nos han robado porque nos han dejado inermes y culpables, como si lo fuéramos, frente a los inundados.
Y deben estar, los que roban, digo, no satisfechos sino expectantes porque queda mucho por robar: muebles, confianza, televisores, ganas de vivir, radios, salud, estufas, alegría, zapatos, empuje, linternas y vaya una a saber cuántas cosas más. Arruinadas muchas de ellas, sobre todo la alegría y la confianza que están deshilachadas, desteñidas y llenas de agujeros. Los televisores difícil que funcionen, y los zapatos deben estar que dan asco. Pero las ganas de vivir y la salud, en una de ésas, quién le dice, a lo mejor se pueden remendar y a alguien le deben servir. Total, los dueños están tan ocupados tratando de salvar la vida, de abrigar a los chicos, de pedir una mamadera para la más chiquita, de consolar a la vieja que, pobrecita, no se resigna a saber que ya no tiene casa, de pensar desesperada, furiosamente qué es lo que van a hacer ahora aparte de colgar la ropa, rezar para que no llueva más, hacer cola frente a la casilla que encierra el inodoro químico, que ni cuenta se van a dar de lo que les falta. No ahora, por lo menos.
La culpa no es del agua. En el siglo pasado, en el diecinueve (yo sigo pensando en el diecinueve cuando digo el siglo pasado), aparte del “Tempe Argentino” de Marcos Sastre, otras cosas se escribieron sobre el agua. Por ejemplo, el plan de drenaje natural que describió Florentino Ameghino, destinado a escurrir el agua del Padre del Mar, el Salado y el que fuera cuando avisaran que andaban con ganas de desbordarse. ¿Por qué alguien no se lo alcanza al Señor Gobernador? Sí, ya sé por qué. Porque sería inútil. Porque planes o no planes, avisos o no avisos, seguirán rodando cabezas,también inútilmente. Y porque útilmente para algunos, hay mucho que robar todavía, sobre todo en el renglón confianza, empuje y alegría.
Eso sí, hay algo que no pudieron robar. Y no lo robaron porque no les interesa. Y no les interesa, a ellos, a los gobernadores, funcionarios, asesores, ñoquis, candidatos y otras yerbas malas, porque no saben de qué se trata. Ese algo es la solidaridad. Aquéllos no lo saben; los inundados sí. A ver si nosotros también llegamos a saberlo, lo recordamos, lo ponemos a trabajar para que el agua se tranquilice y siga siendo lo que fue siempre, fértil, bienhechora, tibia, dulce y magnífica.

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