Viernes, 24 de agosto de 2012 | Hoy
PANTALLA GRANDE
Una comedia romántica que abre la puerta para ir a jugar y la cierra lo más rápido que puede, no vaya a ser que las chicas se desbanden.
Por Marina Yuszczuk
Ya casi todo el mundo sabe lo que quiere decir swingers, ¿no es verdad? Se trata ni más ni menos que de ponerle un poco de swing (¡obvio!) a las relaciones de pareja, incorporando otras personas, objetos, fantasías. La palabrita que por estos días vuelve a poner sobre el tapete el tema de la exclusividad sexual entre dos tiene su variante más promocionada en el intercambio de parejas, una práctica que abrió varias páginas web, además de algunos clubes especializados en distintas ciudades del país, y que hace unos días copó las pantallas de los cines con las caras de Adrián Suar, Juan Minujín, Julieta Díaz y Carla Peterson. Los cuatro protagonizan Dos más dos, la nueva comedia de Diego Kaplan en la que interpretan a dos matrimonios jóvenes que empiezan un affaire entre sí para canalizar placer y fantasías con algo más de clase que la vieja y conocida costumbre de meterse los cuernos.
Pero como es de imaginarse, y más teniendo en cuenta los personajes neuróticos y balbuceantes que suele interpretar Suar, las cosas al principio no son nada parejas entre las parejas: Betina y Richard (Juan Minujín y Carla Peterson), más desinhibidos, son un matrimonio que exhibe su sexualidad y su deseo en público, además de que son swingers hace algunos años, mientras que Emilia y Diego (Julieta Díaz y Adrián Suar) se muestran irreprochables, satisfechos de sus vidas sin altibajos, y en un principio ni siquiera se permiten admitir que tienen fantasías. Eso, hasta que Emilia, entusiasmada por la propuesta de intercambio de Betina que se le queda pegada como un chicle, trata de convencer a Diego para que la acompañe en la aventura de volver a inaugurar su vida sexual, juntos, pero expandidos, abiertos, renovados.
Son Emilia y Betina las que tiran la primera piedra y muestran más urgencia por probar experiencias inéditas, casi dando la idea de que hay una turbulencia potencial, un volcán apagado en toda sexualidad femenina que parece quieta (incluso hay cierto regodeo con la idea de que ellas dos se desean, aunque ese coqueteo parece responder finalmente a la fantasía de la platea masculina sobre ver a dos chicas juntas antes que a una posibilidad real). Y también son ellas las que se muestran, porque en las pocas y pacatas escenas “de sexo” –en las que no se ve más que la previa o el después, y los cuerpos aparecen en poses incómodas, más estudiadas que publicidad de desodorante–, el foco siempre está puesto sobre las chicas (Díaz y Peterson, de paso, son lo más atractivo de la película, actúan mejor, la ropa les queda genial y hacen desear un cine mainstream que pueda estar a la altura de sus actrices, verdaderas reinas potenciales de la comedia romántica).
No es difícil darse cuenta de que en estos puntos la película está filtrada por una mirada masculina, sobre todo porque el corto período que dura el idilio entre los cuatro protagonistas –felices, satisfechos y fortalecidos en sus relaciones de pareja– se quiebra precisamente en el momento en que florecen los sentimientos femeninos: todo podía haber seguido sobre rieles si no fuera porque, ah, los corazoncitos de las chicas suelen jugar una mala pasada, se enamoran, sienten, y por supuesto (no podía faltar para completar el paquete de clichés) se ponen celosas. El verdadero conflicto en Dos más dos viene de la mano de las chicas y su imposibilidad para vivir el sexo como sexo y nada más: los varones quieren coger, las chicas sienten –o, lo que es todavía un poco peor, porque reduce a uno de los personajes femeninos a una adolescente confundida, creen que sienten–. Lo que se dice, la flashean. Quizá se deba también a que Dos más dos, a diferencia de los relatos en tiempo presente que circulan en los medios de parejas que cuentan sus experiencias como swingers, imagina un después para la historia, y en ese después aparecen los problemas. ¿Será que es demasiado pronto para plantearse un nuevo tipo de pareja monogámica, una en la que la incursión en lo desconocido sea algo más que un desvío del que haya que volverse medio horrorizado?
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