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Viernes, 17 de octubre de 2003

PERSONAJES

ni muy muy, ni tan tan

Caso único en el espectáculo local, Mosquito Sancineto encarna una ambigüedad que perturba y fascina, en la calle y el teatro. Quizá porque juega con las imprecisas fronteras en las supuestas especificidades femenina y masculina. Actor, director, especialista en improvisación, maestro, Mosquito mantiene una lucha permanente contra toda forma de intolerancia y ahora acaba de estrenar el show Industria Nacional.

 Por Moira Soto

Más allá del travestismo, del transformismo, del dragqueenismo, Fabio Mosquito Sancineto encarna como nadie en el espectáculo local la figura del andrógino, un poco en la huella del David Bowie de antaño. Mosquito asume esta indefinición como un plus, una especie de gracia aunque a veces la grosera intolerancia lo haga sufrir. Pero en general disfruta de esta flotación entre los dos sexos que le permite acceder al ciclo completo de lo humano.
Aunque, según apunta Elizabeth Badinter en El uno es el otro (Planeta), “todos somos andróginos –etimológicamente hombre-mujer–, es decir, bisexuados en diferentes niveles y grados, aunque la norma impuesta haya sido el contraste y la oposición, y la educación haya enmascarado las ambigüedades”. Pero esta marcación, de la que siempre zafaron unos/as cuantos/as a través de la historia, se ha ido flexibilizando y el modelo único se ha multiplicado. Acaso el secreto –uno de los secretos– de Mosquito resida en que en sus caracterizaciones de mujer jamás carga las tintas, no cae en la ultrafemineidad típica de travestis devenidas actrices y de actores travestidos.
En estos días, Mosquito Sancineto ha regresado con el espectáculo Industria Argentina (sábados a las 23, El Vitral, Rodríguez Peña 334), en el que ofrece renovadas variaciones de su especialidad: la improvisación. Que ya no viene en forma de match con reglas deportivas, aunque el público sigue proponiendo títulos, estilo de cada sketch y el final (injusto, atroz, con moraleja, etc). Las opciones de este estreno son: cine argentino de cuatro décadas diferentes, de los ‘40 a los ‘80; los géneros van del terror al gauchesco, sin desdeñar el teatro leído ni la telenovela. Además del impar Mosquito, integran el elenco –que cumple impecable las enormes exigencias del show– Ernesto Zuazo, Gabriel Maldonado, Charo López y Pablo Coca.
Mosquito llega un poco tarde a la entrevista el sábado al mediodía, pero se le perdona porque tardísimo en la noche de los sábados hace animación en el boliche Pelvis, de Callao y Corrientes, “al que mayormente van héteros que aceptan el juego, en ese contexto, claro. Porque actualmente el clima está muy intolerante, ni siquiera los jóvenes se salvan. Hay un retroceso impresionante. Creo que el menemismo, cumbre de la hipocresía, cavó hondo en la mentalidad general. Y los jóvenes expresan el prejuicio incluso a través de la agresión, de la violencia: hay que matar al puto. Fijate que la misma gente que se ha venido cagando de risa con Gasalla, Pinti, Jorge Luz, no deja de discriminar a los gays en la vida. Claro que también tenemos a los machistas que se visten de mujer, como los de Videomatch, y a Florencia de la V, que yo llamaría un chongo travesti porque no está del lado de la barricada antiprejuicio: se sumó a la burla, a ese contexto de Sofovich que usa a la mujer sólo como elemento decorativo, que la subestima como persona. Cris Miró era bien diferente: una vez le tocó trabajar en un espectáculo de Sofovich y se sintió muydegradada. Cuando nos invitó a ver el show, nos pidió disculpas por lo que íbamos a ver. Pero no le quedaba otra alternativa laboral en ese momento”.
–En tus espectáculos, vos asumís y cultivás el estilo más inquietante: la androginia, que desde siempre ha sido una especie rara. En la mitología griega hay un único hermafrodita. Y en la misma Grecia, que tenían a este hijo de Hermes y Afrodita –que adquirió la doble naturaleza por el abrazo indisoluble de una ninfa–, a las criaturas sospechadas de hermafroditismo se las tiraba al abismo.
–Sí, a los deformes también. El clásico rechazo del diferente. Creo que en la aceptación de los gays del espectáculo para que diviertan, aparece la tradicional hipocresía del llamado ser argentino. Que es totalmente nefasto: siempre se va a negar a priori a la novedad, al progreso; es el que ante lo diverso pone la palabra no, siempre dispuesto a refutar al otro sin escucharlo realmente. Yo tenía dos alternativas en esta sociedad: o asumía mi rol, mi compleja identidad, o me quedaba llorando, mintiendo para sobrevivir, gastando fortunas en terapia para evitar el suicidio... Obviamente, opté por lo primero: vivir, con todos los riesgos y pruebas que eso implica. Porque una cosa es la celebración, los elogios cuando actuás, y otra muy distinta cuando te dejan solo después del show: hay muchos que no se animan a decir que son tus amigos. Abajo del escenario es otra historia. Y ni hablemos de la vida de relación con los vecinos: me mudé hace tres meses y voy notando cómo cualquier cosa que los saca de sus previsiones, los perturba. Por ejemplo, que yo viva de noche más que de día, la gente que recibo, en fin, lo que me diferencia de ellos. Al mismo tiempo, surge la cholulez: ay, vos salís en los diarios. Es mortificante. A mí no se me ocurre meterme en vidas ajenas para juzgar a nadie...
–Ese halo de androginia que te singulariza, ¿provoca mayor confusión en la calle, cuando vas vestido de varón, que en el teatro de mujer?
–Sí, el no poder encasillarte intranquiliza mucho, y a la vez despierta cierta fascinación: ¿finalmente qué es? En mi adolescencia, cuando no estaba preparado para la incomodidad del otro, me decían señorita y yo respondía con este vozarrón que siempre me caracterizó. Se quedaban helados, casi abochornados, no sabían si pedir disculpas. Tartamudeaban y yo tenía que confortarlos... Aprendí solo, como pude, a sobrevivir a esas situaciones. Empecé a acorazarme desde el colegio. Pero por momentos es agotador bancarse el entorno, resistir permanentemente. Te digo que antes la gente era más discreta. Ahora, con el desparpajo actual sumado al retroceso mental, no tienen límites: se codean delante de mí, hacen comentarios en voz alta... Yo a veces saludo para cortar esa cosa hiriente, pero hay miradas que te hacen daño. Para mí ha sido buenísimo adoptar un contexto de trabajo muy sólido, con una raíz profunda, sentirme a gusto en este territorio propio. El que quiera sumarse, participar, tiene las puertas abiertas, desde luego sin espacio para preconceptos.
–¿Cuál creés que es el núcleo de esa perturbación que genera tu imagen?
–Varias cosas: por un lado, el espejo que refleja algo profundo que tienen todos aunque lo nieguen, hombres y mujeres: es decir, componentes de masculinidad y feminidad. También está la atracción de la ambigüedad, esa intriga que provoca un chico o una chica que no encajan en el estereotipo impuesto. Es algo especial tener esta ambivalencia. Un don natural, casi un privilegio si no fuese por la intolerancia reaccionaria. Desde mi propia opinión, yo siempre lo viví bien, me gustaba mi imagen cuando me miraba en el espejo. Pero empecé a darme cuenta de que a la gente le incomodaba no poder etiquetarme, definirme netamente, y al mismo tiempo advertía que les resultaba como un imán irresistible. Esto en el fondo me encantaba. Una vez alguien me dijo que le hacía acordar al personaje de Muerte en Venecia. Vi la película de Visconti y me pareció bárbaro tener algo de Tadzio. Creo que ahí decidí que mi rol en la vida era seducir, y lo empecé a hacer arriba del escenario.
–¿Hay algo de eterno adolescente en el andrógino?
–Sí, seguro. Es que ésa es la edad de la indefinición, ni niño ni adulto. Detener el reloj del tiempo aunque inevitablemente se vaya madurando. Pero hay algo que se mantiene en la actitud lúdica, que te da una mirada siempre fresca. Es muy bueno para la vida. Curiosamente, a esa preservación del adolescente eterno se agrega una cosa maternal y a la vez paternal, que es maravillosa. Cuando abrazás al otro se te derrite en los brazos.
–Dentro de las así llamadas sexualidades no convencionales, es difícil encontrarte pares en escena. Por otra parte, has desarrollado a fondo el difícil arte de la improvisación, formando a muchos estudiantes de teatro que ahora mismo van a tus cursos en el Rojas, El Vitral, la Fundación Konex...
–Singularidades de la androginia, quizá... Te digo que incluso para el romance es difícil para el otro, porque inexorablemente pone en cuestión su propia sexualidad. Me ha pasado con héteros que cuando entran en la intimidad y se relajan, se hacen amigos. Ven que pueden hablar de cosas de hombres conmigo –menos de fútbol– y al mismo tiempo dejarse atrapar por el lado femenino, que los lleva a reconocer estos aspectos en ellos. Pero sucede en el terreno de lo paralelo, lo clandestino: “Si me encontrás con mi novia, te pido Mosqui, no me saludes...”
–¿Alguna vez se te dio por hacer la mariquita mala en el teatro?
–No, no es lo mío. Además, jamás cultivé la misoginia. Y la verdad es que en ese sentido el mundo mariquín es terrible: no quieras oír lo que dicen en el camarín esos personajes que practican una competencia mala con las mujeres. Totalmente contrario a mi ideología. Prefiero hacer directamente de mujer.
–¿Cuándo y cómo descubrís que el espectáculo puede ser para vos refugio, espacio de experimentación, creación, disfrute?
–Con Fragmentos de una Herótica, en Babilonia, aunque poco antes había hecho un show muy bizarro, Al calor de la tetera. Todos varones en escena, en un baño público, yo hacía al cuidador, estaba maquillado, los labios negros, y escuchaba que desde la platea decían: “Es una mujer”, “es un hombre”, “¿qué es?”. Entonces surgió la chispa: uy, qué bueno. A partir de ahí hubo una seguidilla de trabajos en ese sentido. Hay dragqueens divinas, que admiro mucho como RuPaul, pero intenté encontrar mi identidad. En realidad si tengo que nombrar a alguien como musa, no es un andrógino sino una andrógina: Marlene Dietrich. Y hay un actor increíble, que amé en Priscilla, Terence Stamp, porque hacía a una dama sin burlarse. Él marca la diferencia entre la parodia y hacer a una mujer respetando su esencia, sin ridiculizar. Fui encontrando mi perfil, mi estilo, trabajé mucho el tema de la voz.
–El carisma magnético que irradiás sobre la escena va más allá de tu ambigüedad: movés una ceja y la platea responde, como suspendida de hilos invisibles.
–Es algo que recién ahora estoy observando, aunque trato de no pensarlo demasiado porque me paraliza. Sí, es una fuerza natural, que no podés inventar. Como un poder hipnótico que siempre me sorprende. No tengo explicaciones concretas, quizá tiene algo que ver con mi deseo de conectarme bien con el otro.
–¿Se trata de un don femenino o masculino?
–Femenino. Totalmente femenino. Está relacionado con la intuición, con percibir por dónde va la cosa en forma directa. Es un desgaste de energía esa forma de comunicación, y también algo muy erótico.

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