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Viernes, 17 de octubre de 2003

POLíTICA

no pagarás

Más de 10 mujeres se reúnen todas las semanas en la Facultad de Ciencias Económicas para relevar documentos y publicaciones generadas sobre la deuda externa que servirán para inaugurar, el mes próximo, el Museo de la Deuda. Profesionales desocupadas, extranjeras, docentes y estudiantes se ofrecieron como voluntarias para echar luz sobre la exacta dimensión de la deuda externa argentina.

Por Silvana Santiago

Déficit fiscal, superávit comercial, tasa Libor, listas interminables de ministros de Economía... Es sábado por la mañana en la sala de referencia de la Biblioteca de Económicas, es decir, el día dedicado al debate sobre la deuda externa argentina.
La discusión transcurre entre la mayoría de mujeres presentes que trabajan como voluntarias del Museo de la Deuda Externa desde mediados de año, después de haber respondido a la convocatoria lanzada a los medios por Simón Pristupin, el responsable de la idea. Su propuesta era descifrar para el público general el misterio que oculta la deuda externa detrás de la jerga de los economistas, de los políticos y de los periodistas especializados.
¿Cuánto debe la Argentina? La respuesta tiene varias risas y objeciones, tales como que ni los ministros se ponen de acuerdo, que cambia constantemente (uno de los proyectos del Museo es mostrar cómo se incrementa el monto segundo a segundo), que si la pregunta es referida a la deuda legítima o a la que no lo es... Para estas mujeres está claro que la deuda determina la historia personal de cada argentino pero, al mismo tiempo, ven que la mayoría no la tiene en cuenta, que se olvida del tema o que simplemente cree que existe como algo “dado”, indiscutible.
“Mis alumnos se creían ajenos al tema. Pero cuando empezaron a ver que involucraba al papá que se quedó sin trabajo y que era algo que iba a afectar incluso a sus hijos, cambiaron de actitud”, comenta Paula Camarotti, licenciada en Administración y docente en un polimodal de Lomas de Zamora. Para acercarlos a la problemática de la deuda, Camarotti les propuso debatir las consecuencias del endeudamiento –pobreza, caída en la educación, desempleo– a partir de una selección de notas publicadas en distintos diarios. La respuesta fue tan buena que sumó más bibliografía de la prevista y hasta les alquiló La mayor estafa al pueblo argentino, de Diego Musiak. “Los mejores trabajos de la cursada correspondieron a ese tema y hoy los chicos me dicen que por fin pueden entender de qué se está hablando en la tele durante las noticias y debates económicos”, cuenta Camarotti.
El hilván de la deuda no podría dejar de recorrer la historia personal de Paula. Primero, experimentó el “caos” de la privatización de la empresa estatal para la que trabajaba y, más tarde, vivió un agresivo proceso de reestructuración en el laboratorio multinacional del que formó parte hasta días antes de los cacerolazos de 2001. Y explica: “Al principio, todos creímos (o nos hicieron creer) que la venta de las compañías estatales serviría para disminuir la deuda externa del país y años después, confiamos en la convertibilidad, que hizo que las grandes empresas internacionales exportaran capitales 1 a 1, respaldados por el vertiginoso endeudamiento nacional”.
Esa experiencia de los noventa “es parte de un proceso que empieza en los setenta”, apunta Stella Maris Aliverti, voluntaria del Museo y economista. En cada década –señala– se manifiesta de formas distintas pero “siempre tiene el mismo fondo”. Y aclara: “Fondo, dicho con y sin mayúscula”. El trabajo voluntario del Museo empezó en julio pasado con la construcción de una base de datos en la que se incluyen libros, artículos periodísticos, conferencias, videos y demás materiales vinculados con la deuda externa. En el Museo existe –además– un libro fundante, de lectura inspiradora para todos sus integrantes según Pristupin, que es La deuda externa, de Alejandro Olmos. En ese texto se compilan los elementos que Olmos reunió durante los 18 años que llevó el tema de la deuda a los Tribunales, y a partir de los que a mediados de 2000, el juez Jorge Ballesteros se pronunció en favor de su denuncia, subrayando la irregularidad con la que se habían conducido las empresas estatales y contraído los compromisos de pago.
La primera etapa del Museo consistió básicamente en la lectura de textos. “A medida que vas estudiando y te dan material bueno para leer, te vas dando cuenta de que tenés acceso a una información que el resto de la sociedad prácticamente no tiene”, señala Silvana Cassera, estudiante de Economía. “Te das cuenta y te vas enojando. Es que te ves viviendo en un país que se endeuda cada vez más y no querés que las posibilidades de crecer se vean limitadas porque nuestros representantes sigan haciendo las cosas con una total falta de responsabilidad”, agrega.
Traducido en números significa que la deuda nacional, según Camarotti, tuvo un incremento de un 360 por ciento durante los años setenta y de un 140 por ciento durante los ‘90. “Aun así, en pesos, el monto comprometido durante la administración Menem es mayor que el negociado durante la dictadura militar”, sostiene. Por eso la ilusión de todos en el Museo es que la información, finalmente, llegue.
El próximo mes, el Museo será oficialmente inaugurado con la presentación de una cronología de la deuda como elemento destacado de entre una serie de mesas de debate y conferencias especialmente organizadas para la fecha.
Mientras tanto, Cassera, los días que no se reúne en el Museo, persigue una especie de micromilitancia individual, tratando de convencer a quienes la rodean, por ejemplo, de que no es una buena idea aquello de querer “volver al 1 a 1”. Y Camarotti, en tanto, que anhela que el proyecto logre capturar la atención del presidente Néstor Kirchner porque la iniciativa defendería “los mismos intereses que –se supone– defiende él”, observa.
El deseo compartido es que el público tome conciencia porque “fue el desconocimiento el que permitió el consenso de los noventa”, sostiene Peralta, y que en consecuencia influya para negociar la deuda con mayor eficacia en beneficio del país. Por eso, Cassera subraya que “la verdad siempre es buena”. Porque conocerla –y en esto también coinciden todas las voluntarias– es el camino ideal para resolver el misterio de la deuda externa.

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