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Viernes, 15 de noviembre de 2013

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Hermeneuta del destino

Bajo presupuesto y experimentación pura, dos pilares de la documentalista Virna Molina.

 Por Laura Rosso

Virna Molina nació en el barrio de Boedo. De niña, como su mamá y su papá trabajaban, pasaba los días en el Bajo Flores, en la casa de sus abuelos, con su abuela y su prima. De esos tiempos, se acuerda que le encantaba jugar a todo lo que no fueran los típicos “juegos de chicas”: andar en bicicleta, patinar, jugar al fútbol, a la mancha y a las escondidas con los pibes de la cuadra. Algunas noches, en Boedo, cuando su mamá cursaba el profesorado, iban con el papá a ver las carreras de Scalextric. “Eran increíbles”, dice. Los años de la infancia pasaron y empezó la época de pensar qué hacer después. En ese maremoto, mezcla de energías, que puede ser la cabeza de una adolescente, había algo que Virna tenía claro. Quería una profesión que le permitiera viajar en el tiempo. Volver al pasado, trabajar sobre los hechos acontecidos para comprenderlos, rastrear sus huellas. Casi estudia arqueología. Pero se anotó en la Escuela de Cine. Esos años le brindaron, más allá de la formación específica del campo cinematográfico, tres grandes cosas: “Mi compañero de la vida y el cine, Ernesto Ardito; un grupo humano de amistad y trabajo que trascendió la escuela, muchos compañeros con los que fundamos RDI –Realizadores Integrales de Documental–, y la posibilidad de realizar cine en la adversidad total: sin presupuesto, sin demasiadas herramientas pero con las ideas claras y la búsqueda permanente de experimentación no sólo en la forma, sino también en los contenidos”.

Virna se define como una realizadora integral. Concibe la producción cinematográfica no como un proceso separado de la realización del film, sino como un acto único. Por eso, y con ese criterio puesto en marcha, filmar implica ocuparse del guión, la dirección, la producción y los roles técnicos. Cuando encara un proyecto lo hace desde la afinidad artística y humana, a lo que suma la necesidad de contar una historia. Junto con Ardito dirigió los films Raymundo (2003), Corazón de Fábrica (2008), Nazión (2011), Alejandra (2013), Moreno (2013), y las series para Canal Encuentro sobre las vidas de Alejandra Pizarnik, María Elena Walsh, Paco Urondo y Raymundo Gleyzer. Tanto Virna como Ernesto son, además, los distribuidores de sus films y están a favor de la libre circulación de sus documentales por Internet.

Sus películas son históricas, políticas y biográficas. Se dice discípula del cine documental de los años ’60 y ’70 y del Nuevo Cine Latinoamericano. “El cineasta rastrea las huellas de ese pasado, reúne las fuentes, las analiza, les busca un orden, un recorrido en base a lo que esas fuentes emanan y así construye el film, pero no se olvida nunca de la poesía, del juego con la belleza de la imagen y del sonido. El cine tiene la capacidad de transportar al espectador al pasado y hacerlo vivir ese instante. Es eso lo que me perturba del cine.”

¿Cómo es el proceso de la investigación de un personaje?

–El punto de partida es reunir la mayor cantidad de material bibliográfico para entender al personaje y estudiar su obra. Analizar el contexto en el que vivió, tratar de meterse en la piel de esa persona y comprender desde ese lugar los hechos que transitó y de los que fue protagonista. Si es posible, reunirse con la gente que lo conoció, sobre todo la gente más cercana, sus amigos y su familia. A veces, con quienes estudiaron su obra, pero esto no siempre lo hemos hecho. A nosotros nos gusta mucho volver a las fuentes de ese momento, por ejemplo a los diarios, programas de TV y radio de la época, más que a libros históricos que analicen posteriormente el período. Como lo nuestro es audiovisual, todo el material fílmico y sonoro que exista sobre el personaje es vital para la construcción de la película, por eso rastreamos hasta el final en cada archivo, con cada persona conocida, para poder reunir la mayor cantidad de material posible.

Para el film Corazón de Fábrica, vivieron durante un año –el 2005– dentro de la fábrica Zanon, en Neuquén, registrando el conflicto humano y político. ¿Qué te dejó esa experiencia, tanto de bueno como de malo, si lo hubiera?

–Corazón de Fábrica fue una experiencia fascinante porque por primera vez salíamos de los archivos para registrar el presente, que estaba vivo y en plena ebullición. La experiencia nos enseñó muchas cosas sobre todo a nivel político. Nos permitió comprender mejor la lucha de los trabajadores y a no convertirla en un eslogan o un dogma sacro. Nos permitió ver en detalle el rol de los partidos de izquierda dentro de un proceso de lucha y de creación política. Y lo más importante, nos reconocimos plenamente como trabajadores y establecimos vínculos afectivos con muchos compañeros y compañeras de la fábrica. Fue un tiempo muy pleno y lleno de ganas de hacer cosas. Lo negativo tiene que ver con el registro directo, que fue el método que utilizamos para registrar lo que acontecía. Es un arma de doble filo, porque por un lado te seduce que el material se vuelva un documento histórico apasionante, pero a la hora de construir el relato del film, si uno se ciñe a no intervenir el fluir del registro directo, termina narrando algo sin profundidad. Es decir, el montaje de Corazón de Fábrica fue lo más difícil.

El film (que ganó numerosos premios internacionales) se mete en la vida de un grupo de obreros de la fábrica de cerámica Zanon, hombres y mujeres de la Patagonia, que en plena crisis del 2001 decidieron ocupar sus puestos de trabajo y comenzar a producir y administrar la fábrica sin jefes ni patrones. De entrada tuvieron que sortear boicots y violentos intentos de desalojo. Los conflictos se volvieron cada vez más complejos y vertiginosos. El compromiso que asumieron los trabajadores y trabajadoras, más el apoyo de la comunidad de Neuquén, hizo que Zanon se convirtieran en un referente de las fábricas recuperadas.

Otro de sus trabajos aborda el universo interno de Alejandra Pizarnik. Se pudo ver en la serie de cuatro capítulos (emitida por Canal Encuentro en 2011), como en la versión largometraje que fue estrenada este año. Sus diarios personales, sus cartas, sus poemas, y el relato de familiares y amigos son las herramientas que ayudan a narrar el mundo de esta poeta argentina con una estética intimista y sensorial.

Dos de los personajes del ciclo de biografías Memoria Iluminada, son Alejandra Pizarnik y María Elena Walsh. ¿Qué te impactó especialmente de estas dos mujeres?

–De María Elena Walsh su claridad para comprender lo que quería hacer de su vida, la capacidad para llevarlo adelante en una sociedad terriblemente machista y conservadora y esa entereza plena que siempre tuvo. De Alejandra me fascina su universo, el mundo Alejandra, que perdura en el tiempo aunque ella ya no esté físicamente. Esa genialidad que tiene para jugar con el lenguaje aturde y seduce. Alejandra abrió en mí la puerta al existencialismo y se lo agradezco eternamente.

Los films y las series de Virna Molina se pueden ver online en virnayernesto.com.ar

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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