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Viernes, 27 de diciembre de 2013

MONDO FISHION > BELéN AMIGO

Chamana del placard

Un crisol de estilos y siluetas compone la colección de esta diseñadora chaqueña, que se aleja del rótulo de revelación para imponerse como figura dentro de la nueva moda argentina. La revalorización del poncho, la influencia del kimono y el homenaje al pijama.

 Por Victoria Lescano

Quienes transiten cerca de Terreno, su pequeño local de Palermo (una tienda de tamaño caja de zapatos situada en Gorriti 4685 y que comparte con la firma de accesorios Manto), lo primero que vislumbrarán, además de un maniquí con una prenda que propone variaciones deportivas y modos provocadores aunque celebratorios hacia la ropa de cóctel, es el pelo rubio y largo de Belén Amigo, acompañado de una silueta sin artificios (suele ir ataviada con unos jeans negros y una remera al tono) y, en lugar de maquillaje, una sonrisa omnipresente. Acerca de su método, la diseñadora esgrime: “La clave es la superposición. En mi colección debut empecé a bocetar la tipología de camisa con el largo de un vestido y también el poncho. Luego sumé el pantalón con vestido, una camisa por debajo que apenas se ve. La premisa es que las ropas permitan proyectar diversas imágenes y modos de uso; tal vez se deba a mi gusto por las formas orientales, del kimono a la ruana y los ponchos; además, por regla general, a una camisa le incorporo un triángulo o un rectángulo”, dice. Nacida en un pueblo del Chaco llamado Presidencia de la Plaza (luego se mudó a Resistencia y mucho más tarde a Buenos Aires, donde estudió Diseño en la Universidad de Palermo), confiesa que su principal influencia de moda fueron los atuendos deportivos de uso habitual entre las mujeres de su familia.

En simultáneo con los figurines de cada colección, Belén suele pintar láminas donde explora temáticas alrededor del cuerpo y los sitúa en locaciones poéticas. Tal es el caso de la colección para el verano actual, apodada “Blanca”. Los bocetos trazados y pintados por ella compusieron un storyboard rico en plisados aplicados a faldas cortas o largas por debajo de la rodilla; los visos sumados a faldas pantalón, los ponchos con sobrefaldas, las camisas de hombre y pantalones de vestir, así como también curiosas reversiones de pijamas y de robes de la abuela trazados en extrañas conjunciones de paillettes, lamé y cristales dispuestos sobre una misma tela.

¿El motivo de semejante crisol de estilos y morfologías? La trama y el manual de estilo de un grupo de jóvenes, nunca mayores a los dieciséis años, que durante un fin de semana se refugiaron en la elegante casa de montaña de una abuela para improvisar variaciones sobre su guardarropa. Allí continuó con su estudio sobre el comportamiento ético y estético del mundo femenino iniciado en anteriores colecciones (de “Rosas Rosas” a “La mujer rota”) y pensó en modos de uso de mujeres tan virtuosas como irónicas y, por sobre todas las cosas, despojadas de tabúes acerca de la sexualidad. Tal libre albedrío se trasladó a construcciones que develan la piel y la reivindicación de algunos clásicos del placard masculino. Sus musas tienen un pronunciado romance con la naturaleza: entablan diálogos imaginarios con los reptiles y deambulan descalzas por el pasto. Debido a que el amanecer es el momento favorito en el itinerario de ocio en ese recreo bucólico, los reflejos de esa hora fueron trasladados a calzas ciclistas y tops en tonos lilas y violáceos que fueron teñidos de modo tal que simulen pieles de reptiles. En conjunto, las prédicas de estilo de las jóvenes chamanas despliegan apropiaciones de las prendas de una abuela elegante y gestos subversivos que se traducen a los fulgores de purpurina y de papeles glaseados que emiten las prendas, las reformulaciones de prendas más cómodas y desclasadas del placard: el pijama y la bata, que sólo Belén pudo transformar en nuevos uniformes para el after hour.

Otra de sus prédicas –muchas de ellas aprendidas tanto como la labor de un año y medio en la elegante maison Zitto como en la posterior labor en una firma de ropa deportiva del mercado masivo– consiste en el uso de recursos geométricos. “En todas mis colecciones aparece una diagonal que sugiere un desequilibrio”, dice Belén Amigo, quien representa a la nueva camada conceptual y de emergentes que aportan nuevos aires a la escena de la moda, como su amiga Julia Schang Vitón, cultora de nuevas siluetas etnográficas con guiños al sportswear chic pregonado en los años ‘50 por Claire McCardell y como una de las protagonistas de la serie Breaking Bad, quien tiene compulsión por los objetos de uso cotidiano en tonos violáceos –de perfumes de alta costura a jabones de tocador, pasando por detergentes en esa gama cromática–. En sus creaciones, sigue a rajatabla preceptos de diseño innovador pero sin hacer oídos sordos a la industria. El abanico de sus clientas admite adolescentes y de allí salta a mujeres de cincuenta años, lo que la consolida como un nombre a quien no hay que perderle el rastro.

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Imagen: Constanza Niscovolos
 
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