Viernes, 9 de mayo de 2014 | Hoy
CINE I
Una versión barroca del tradicional cuento infantil, con toreros, bailaores y, claro, los siete enanos.
Ya el francés Michel Hazanavicius nos había propuesto ver una de cine mudo, hecha ahora. En 2012 se estrenó aquí El artista, melodrama en blanco y negro que seguía el ocaso de una estrella de los años ’20 con la llegada del cine sonoro. Es el turno de una propuesta española donde Pablo Berguer, su director, sigue un camino similar en lo formal y situando el drama en la misma década. Pero la diferencia la establece el cruce de elementos de distintos imaginarios en un festín agitado y un poco loco, aunque no tanto como podríamos creer. El cuento de los Grimm fue traducido a un idioma inesperado, donde los enanos y la propia Blancanieves son toreros, y el flamenco y los personajes del pueblo español, que parecen a su vez proporcionados por Buñuel, Picasso, Lorca, Goya y Almodóvar, transitan por todos los ángulos y encuadres de aquella narración esencial con imágenes que planteó el primer cine, ese que había llegado a su máxima expresión, según le diría Hitchcock a Truffaut, antes que la llegada del sonido interrumpiera su quién sabe cuál posible alcance. Las actrices son como amigas nuestras de todas las generaciones: Angela Molina como una abuela buena, guapa y bailaora; la Maribel Verdú como la flaca mala, madrastra dientuda, que por primera vez interpreta a una mala; la actriz niña, Sofía Oria, y la jovencita Macarena García, actriz con su mayor experiencia en televisión y musicales, y quien será la que interprete a la torera, lo que podríamos creer que es una especie de blasfemia para la tauromaquia. Pero no tanto: las “señoritas toreras” han quedado siempre en segundo plano, aunque los primeros indicios de una mujer torera aparecen en el siglo XVII, y en un texto clásico del toreo de José Daza de 1778 se destaca la presencia de una muchacha que antes de meterse a monja pasó la tarde toreando becerros con su hábito. Un carácter carnavalesco es el que permite este tipo de presencias, ojo, por eso los enanos toreros del film no son algo tan disparatado teniendo en cuenta las mojigangas, fiestas donde las cuadrillas femeninas se presentan. A fines del XIX comienzan a profesionalizarse, pero con el comienzo del XX las corridas con mujeres se denigran y ridiculizan, y algunos toreros se niegan a torear en plazas donde lo hubieran hecho antes toreras como “La Guerrita”. Con la aparición de las Escuelas de Tauromaquia en los años ’80 y ’90 surgieron mujeres como Cristina Sánchez, pero muchos matadores no quisieron torear con ella, a pesar de sus logros y repercusión social. Los elementos populares, sagrados por su valor afectivo y directo, son un tanto vituperados por el film, que juega con ellos sin por eso quedar del todo depreciados, en parte por la mirada histórica y porque el director y los actores se sumergen en ese imaginario con la misma entrega risueña y pasional a la vez que lo hiciera Almodóvar cuando dirigió a Banderas y a Assumpta Serna en Matador. La fe religiosa a la que se encomienda el torero, el matador herido, el cante jondo, la fanfarria pasodoblesca, el duelo y la muerte, la alusión a las fotografías de difuntos; resulta que el juego con estos elementos no anula el drama ni el lirismo, que atrapan a pesar de ser como un gran chiste en serio. Desde 2012 entró en vigencia una ley que prohíbe para siempre las corridas de toros en Cataluña, y que significa una conquista para quienes se manifiestan desde hace mucho tiempo en contra de este espectáculo cruel y violento. A pesar de ello, por más que desaparezca por completo algún día, nada borra del pasado la tradición de los toros que hunde sus raíces en la Hispania que se romanizó en el contexto de las Guerras Púnicas. Y todo ese mundo que se retira a la luz de ideas más compasivas, menos épicas, no tan místicas ni ritualistas, puede que quede sólo encendido en las remezclas que el cine y la literatura hagan de él y donde un toro sea indultado como único final feliz, mientras la muerte es un sueño eterno, algo peor que un final absoluto, una pesadilla de la que nunca se despierta.
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