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Viernes, 26 de diciembre de 2014

RESCATES

La belleza es espuma

Virna Lisi 1936-2014

 Por Marisa Avigliano

A la italiana rubia siempre le buscaron parecidos: para Hollywood fue la Marilyn mediterránea, para los fans de las caras bonitas una precursora de Michelle Pfeiffer gatuna –la que compartía el desprecio por los designios de la moda con el pingüino–, Grace Kelly para quienes se erotizan con princesas y una Marta González o una Thelma Stefani con mejor suerte para quienes sólo suspiran con pieles patrias. Virna y sus apócrifas, anhelo de coleccionistas que quieren el álbum completo y compasión para la errancia que implora gemelas, se dejaron fotografiar en la ilusión del identikit perfecto. La mujer única –aunque el tiempo le prestara caras de otras– que cruzaba la vía Tuscolana de Cinecittà era Virna Pieralisi, la hija del marmolero de Ancona, Virna Lisi, “chi penetra risplende”, para las marquesinas. Una primera escena en Y Nápoles canta (1953) encendió la lámpara y entonces fue siempre luz de diva, luz de estrella, luz de madonna del cine europeo. Con Jeanne Moreau en una película de Joseph Losey o con Delon en El tulipán negro, Virna ya era cognición voluptuosa para que sus contratos cruzaran el océano y llegaran a la meca de la industria. La década del sesenta fue, definitivamente después de Rómulo y Remo (1961), una década con partenaires norteamericanos taquilleros, Tony Curtis y Jack Lemmon (la Sugar Kane Kowalczyk de Una Eva y dos Adanes estaba muerta) y también con Frank Sinatra (Asalto al Queen Mary, 1966), pero el romance con los estudios no duró mucho, los centelleantes angelinos no pudieron retener a la dama del Adriático. Harta de ser sólo la rubia seductora, una blonda Jessica Rabbit de reemplazo, Virna rechazó un desnudo en Playboy, los libretos de espuma y la posibilidad de ser la Barbarella de Vadim. Con hybris marina vació su camarín de enaguas, rescindió su contrato con la Paramount y volvió a Italia. La esperaban algunos silencios, un set con Anna Magnani y ser Elisabeth, la hermana de Nietzsche en Más allá del bien y del mal (1977), de Liliana Cavani.

Mientras Lisi era cada vez más una actriz internacional –filmó varias películas en Francia–, un compatriota suyo, Luca Prodan, la admiraba desde la pantalla de un televisor escocés, “en el living de la casa de su amigo McKern, Luca descubrió a Lisi junto a Anthony Quinn en El secreto de Santa Vittoria (1969)”. El descubrimiento se convirtió en amor inspirado y el amor inspirado en “TV Caliente” (Virna Lisi), la canción que Prodan compuso para ella: “Cómo hacer, cómo hacer, /cómo hacer que me veas vos a mí/ Lento y fácil con Virna Lisi, en una cama /hecha para dos”. La leyenda del amor imposible termina con una foto que Virna le dedicó a Luca y que el músico nunca pudo ver porque cuando su hermano Andrea llegaba a Buenos Aires con el autógrafo caliente el hombre de Sumo acababa de morir.

Un marido por más de cincuenta años, un hijo y tres nietos, algunos premios –especialmente por su Catalina de Médicis en La Reina Margot (1994)–, y sus trabajos para la televisión italiana completaron la biografía íntima de sus últimos años. Fue para un programa de televisión de la RAI, La memoria y el perdón, que Virna volvió a saber de Argentina: “Sabía de la tragedia de los desaparecidos, pero no sabía que los hijos de las mujeres asesinadas habían terminado en manos de sus asesinos, que crecieron junto a los torturadores de sus padres. Es un dolor increíble e insoportable”.

Murió hace unos días, tenía setenta y ocho años, en las últimas fotos que se publicaron de ella sobrevolaba sobre su sonrisa el aire sobrio de su sorpresa eterna, su cara bella volvía a multiplicarse.

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