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Viernes, 2 de enero de 2015

EXPERIENCIAS

Punto verde

Una red de mujeres –liderada por Angie Ferrazzini– creó, en 2009, Sabe la Tierra, que puso en marcha mercados de pequeños productores con el lema natural, orgánico y sustentable. Hoy existen cuatro ferias en San Fernando, Vicente López, Tigre y –eventualmente– en la Ciudad de Buenos Aires que ofrecen comida para llevar, exquisiteces gourmet, fruta sin pesticidas, jugos preparados en el momento, productos de limpieza no contaminantes, ropa y juguetes artesanales en una alternativa posible, justa y disfrutable al circuito de consumo.

 Por Luciana Peker

La falta de leche es como un agujero que les grita a los pies que caminen y la ausencia en la alacena de galletitas para engañar con migajas el hambre empuja hacia los súper. Es un trato ingrato. Sabés que pagás más, mucho más de lo que vale la leche, el pan o el tomatito cherry sólo por la góndola (que es lo único que no te interesa subir al chango), pero de todos los abusos entre la oferta y la demanda el ruido de la panza es el que más le da la mano a Adam Smith. Si tus brazos no son los más fuertes es, entre otras cosas, porque tenés que multiplicarlos (no como el truco de los panes que no te sale) y volverte una mamá pulpa para manotear de todo (aunque lo que se te van a caer son los huevos o la maquinita rosa en la cabecita del bebé que manotea desde su minijaulita sin conocer que el que rompe paga). Te entregás al asalto del consumo pero el vigilante de la entrada te relojea como si te pudieras mechar un lechón en la cartera que ya explota de papeles, cartoncitos de juguitos que pidió la maestra de tecnología para fabricar billeteritas ecológicas, agendas manchadas por los restos del maracuyá bebible y facturas vencidas. El carrito descarrila ante las necesidades que te parecen básicas e insatisfechas como una pasarela de todo lo que te vas a arrepentir si no llevás (justo cuando necesites mayonesa que dejaste porque no había light) o si llevás y la duda se vuelve una jactancia cara, pesada y larga. Cargás todo lo que te parece imprescindible y un coco que inspeccionás pelo por pelo porque un amigo contó en Facebook que hay una mafia que les saca el jugo y los pega con la gotita. La taquicardia de la cola de la caja no tiene precio. Ya pasaste los $ 538 que te quedaban en la tarjeta de débito y todavía al carrito le queda la mitad por vaciar. La búsqueda de alimentos está más a la mano que la caza y la pesca, pero se volvió definitivamente ingrata.

Por eso, ir de feria no sólo puede ser una opción más fresca, saludable y natural –valores que a veces alivian y a veces recrudecen los deberes– sino que, además, puede transformar la pesadilla del consumo en un paseo que amerita el desprendimiento de billetes. El trueque entre comprar poco, mal, caro y sin mucho gusto en un supermercado que amarroca ganancias y hace pingües ganancias con la inflación (porque si compraron una harina a $ 8 pesos en noviembre y en diciembre la venden a $ 12,98, los $ 4,98 multiplicados por todos sus pasillos se convierten en un plazo fijo fenomenal para cuatro o cinco señores súper o dos cámaras de autoservicios chinos) y elegir con gusto, probar la cerveza artesanal para tu domingo a la noche, saber que las bananas son chiquitas porque en Formosa un productor no puso pesticidas en las tierras, preguntar por la diferencia entre la hamburguesa de mijo o de lentejas y tentarte con un quesito para picar con pan recién horneadito es algo más que una buena propuesta. Es un buen negocio. Tampoco es lo mismo sentir que la plata se la dejás a una multinacional C, a quienes te ponen su logo en tu llavero D o a un emprendedor nacional CT que por nacer en tu misma patria no se priva de remarcar. No es lo mismo pagar porque no queda otra que pagar como un intercambio justo a cocineras, productoras y emprendedores de nuevas formas de economía solidaria. Eso sí, la potencia para crecer de las ferias va a tener muchas más chances de multiplicarse si los precios se vuelven más accesibles, las formas de pago más amplias y las redes de comercialización más descentralizadas, para quitarle a este nuevo mercado la etiqueta de VIP o de un gusto que es posible sólo cada tanto.

Otra alimentación es posible

El fenómeno no lleva un solo nombre, pero sí tiene una experiencia madre que cada vez da más frutos y que engloba a muchas nuevas experiencias de locales autogestionados, repartos a domicilio o ferias barriales. Sabe la Tierra es el mercado de productores que se realiza en San Fernando, Vicente López y Tigre (y que este invierno visitó Palermo y el Abasto) y que lleva el espíritu no sólo de una vida más natural, sino de una vida naturalmente posible.

El convite puede ser para vecinas/os que se acercan a sus puestos desde pocas cuadras o a visitantes foráneos que se toman como un paseo la excursión en bici, en tren, auto o colectivo, para ir de ronda de tapeos de queso brie con cebollas caramelizadas y se animan a la extravagancia de alguna flor comestible en muffins dulces. También está la opción de aprovisionarse de kilos de naranjas o peras orgánicas, recargar detergente biodegradable para lavar ropa, elegir cosmética sin artificio o tomarse un licuado de fruta del día entre música, charlas y un horizonte sin perfume de ficción para gastar. La excursión puede ofrecer –en invierno– un locro naturista para recargar energía, una torta de manzana con fetas encimadas por la paciencia de cocción de cuatro horas apenas regada de azúcar rubia y sin nada de harinas (con recetas que se ofrecen en el boca en boca del intercambio divino con las propias hacedoras de los manjares a probar) o scons de quejo crujientes y (para quienes prejuzgan que natural es sinónimo de pasarla mal) creps con dulce de leche y frutos rojos o sushi sin delivery.

Hay quienes eligen no comer carne o no probar verduras que puedan estar contaminadas o tomates que no sólo hagan tragar veneno sino que tampoco lleven en su piel roja las cicatrices de los niñas y niñas que inhalan los funguicidas que permiten la agricultura más ventajosa sólo para el que la explota. Hay otras que no quieren o pueden llevar más cargas y disciplinas a su mesa, pero que sí gustan abrir el menú de lo posible al gusto de cambiar patitas por medallones –para sacar del freezer– de lentejas o llevar galletitas sin grasas trans ni conservantes. Por eso, la feria ofrece no sólo un canal para quienes ya decidieron adoctrinarse en un estilo de vida, sino también para quienes quieran husmear qué canales de otras vidas de alimentación son posibles. Y posibles no es sólo ideales, sino sencillos, practicables y accesibles. ¡Y ricas! Tanto como un inolvidable bocado de una trufa de chocolate blanco.

La hacedora

Sabe la Tierra nació de la cabeza de Angie Ferrazini, la única mujer entre seis hermanos varones. A los 15 años su fiesta era pesar camiones. Empezó a ser periodista en Necochea y trabajó como editora en la revista Para Ti. Igual que a los veinte sigue prefiriendo, cuando viaja, conocer los mercados al aire libre que los museos. Pero ahora esos mercados ya llevan su impronta y no se encuentran sólo afuera. Su cambio de vida llegó cuando conoció a Paulino en Bahía, Brasil, que ahora es parte de las ferias y el papá de sus hijxs Lua, Caetano y Moreno.

En 2009 creó Sabe la Tierra, una organización sin fines de lucro, que puso en marcha mercados de pequeños productores (natural, orgánico y sustentable) con el objetivo de tejer redes; promover el consumo responsable, el comercio justo, el desarrollo local y la producción sustentable. Ahora lidera un equipo compuesto por ocho mujeres y coordina una red de 150 productores que son visitados por más de diez mil personas por mes.

También creó un servicio de catering de productores y un programa educativo para la sustentabilidad e integra la Red Internacional Ashoka por Argentina.

La otra hacedora es Perla Herro, curadora de los mercados de Sabe la Tierra, cocinera con base macrobiótica que promueve el movimiento Slow Food en Argentina (para contrarrestar la ideología de la comida rápida) y que enamoró a Sting cuando le preparó sus delicias en los recitales en River y él quiso llevarla a Londres. Ella se quedó acá, aunque tenga que viajar del sur al norte del conurbano para mostrar que la primavera también se saborea con el paladar y el olfato puesto en su cocina, que ofrece una repostería tan exquisita como florida y una cocina con panes crujientes y tentadores.

“Es un paseo que une generaciones. Vienen madres, abuelas y nietas y comparten una salida mientras cada una hace su recorrida. También hay talleres de huerta que convocan a muchas mujeres con ganas de producir sus propios alimentos. Asimismo, por suerte, también está cada vez más repartido el hábito de elegir qué comprar para cocinar en casa y vienen más hombres. Mientras que hay opciones para los chicos que, muchas veces, son los que piden traer sus descartes para que puedan ser reutilizados”, cuenta Angie. Y resalta: “La propuesta se basa en ofrecer un espacio donde se puede comprar directamente de manos de los productores en condiciones social y ambientalmente éticas. De esta forma, los productores obtienen un pago justo por su trabajo, los consumidores realizan compras responsables y la comunidad genera conciencia acerca de los beneficios de consumir en forma local y natural, con respeto a los derechos sociales y la preservación del medio ambiente”.

Mercados en verano
San Fernando: todos los sábados de 10 a 18 horas, en Estación San Fernando de Tren de la Costa (sobre los andenes).
l Vicente López: todos los sábados de 9 a 14 horas. Y, desde el 9 de enero, se abre un mercado nocturno, los viernes de enero, de 19 a 23 horas, en Plaza Amigos de Florida (avenida San Martín 2400, Florida, Vicente López).

Más info
www.sabelatierra.com
facebook: sabelatierra
twitter: @sabelatierra

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