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Viernes, 27 de enero de 2006

A MANO ALZADA › A MANO ALZADA

Evo vive

(cuando las elecciones políticas convierten a la familia en contradiscurso)

 Por María Moreno

Y encima nos venimos a enterar que la frase “volveré y seré millones” no era de Eva Perón sino del caudillo aymara Túpac Katari y que, si en la versión argentina quedó en consigna mística, en la boliviana el retorno ya se habría producido: “ya volvimos millones” habría dicho el mallku Luis Chávez durante la asunción del mando de Evo Morales. Todo un sutil desplazamiento del evitismo a la evomanía, desplazamiento que no sólo desplaza personajes y épocas sino que, en la misma palabra, va de la terminación política “-ista” a la mediática “-manía”. La construcción de un mito popular suele usar recursos parecidos, derecho de tradición no escrita. Uno de ellos es la pérdida del apellido, a la manera de Fidel o Marcos. Otro es el establecimiento de un lugar desde donde dirigirse a las masas: balcón, monte o barril. Evo eligió uno de los cerros que rodea el templo de Kalasaya por donde apareció para que empezara la ceremonia de su asunción como presidente. Y otro, la aparición de un elemento fashion que se transforma en identidad más allá de la cara o el nombre: la barba en Fidel, el pasamontañas en Marcos, ¿la chompa en Evo? Pero si la barba es una cita perpetua de Sierra Maestra y el pasamontañas un símbolo del anonimato que funde la imagen del líder con la de cualquier individuo de su pueblo, habrá que ver cómo la chompa, en principio descamisada y sportiva, encuentra su sustancia publicitaria. Nada que ver con una Lacoste –el único largo lagarto verde que parece reconocer Evo es el de Cuba–, la chompa es esa prenda que la sociología humorística de Landrú asociaba al look del mersa Aldo Rubén (“‘tá fresco pa’ chomba”).

Pero ¿qué estamos diciendo? Eso era una chomba. Y lo de Evo es un suéter liviano pero con esa huella materna que propone el abrigo no sólo contra el frío, sino hasta contra el miedo a lo nuevo: cuando una madre ordena un suéter –a veces contra toda razón–, está proponiendo un escudo, una capa de zorro, una delegación mágica de sí misma. Por algo Evo ha decidido que será su hermana mayor, la que lo crió a la muerte de su madre, la que lo acompañe como primera dama. Promotora personal de los recursos naturales, Esther Morales, carnicera de Oruro, con el casi exclusivo adorno de sus trenzas, fue a la ceremonia de Tiahuanacu en ómnibus. Más allá de la soltería, la elección de la hermana propone el privilegio de lo propio, el refuerzo de esa sangre que es la misma de todos aquellos a quienes se propone representar, aun en sus variaciones étnicas devenidas políticas, para terminar con los quinientos años y proceder a lo enunciado como una refundación. La primera dama como hermana y no como esposa no deja de ser, además, un mensaje de equidad entre los sexos.

Resistencia ha sido una palabra fetiche para las luchas de liberación y un elemento operativo para contar la historia de las víctimas en cuanto a sujetos activos, aun en absoluta defección y en el espacio concentracionario, será por eso que se ha prestado poca atención al hecho de que su sentido sea inseparable del espacio de los vencidos. Al decretar su fin, Evo Morales no estaba aludiendo solamente a la toma de poder, sino que lanzaba un anuncio de gran fuerza simbólica. Su lugar de autoridad desplaza a los bolivianos –fundamentalmente los emigrantes pobres– del espacio de la injuria, al “bolita” de su condición de víctimas de las víctimas, a Bolivia de ese sinónimo de nada al que se enfrentaron Butch y Cassidy o de otredad absoluta, asociada a la escasez, el silencio y la ausencia de acontecimientos del mito reaccionario. Evo Morales ha hablado también de “igualdad en la diferencia”, término hasta ahora más asociado a la teoría queer que a la política socialista, pero que él ha garantizado con la elección de su gabinete “políticamente correcto”, expresión que aún nadie se atrevió a aplicarle junto con la acusación de “comunitarismo” –la contabilización angustiada de miembros de minorías es uno de lo síntomas más espontáneos de la discriminación: demasiadas mujeres, demasiados judíos, demasiados indios–.

Y pronto “bailar con la hermana” –y se supone que Evo tendrá que bailar bastante con Esther en las venideras ceremonias oficiales– no va a significar haberse quedado pagando sino sacarles jugo cosmopolita a los axiomas de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad.

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