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Viernes, 27 de febrero de 2004

VIDA DE PERRAS

Ir al shopping

 Por Soledad Vallejos

Hay varias cosas en este mundo que no le desearía a nadie. No me atrevería a decir que es una lista larguísima (porque haber sido una chica scout, si quieren que les diga, se habrá llevado un par de años de mi vida, pero de dejar algo más o menos bondadoso ni hablar), tiene un par de líneas. Si están pensando en voluntades altruistas, el cuidado de la paz del mundo, la preservación de la felicidad de niños y niñas, pues me alegro mucho por ustedes, aunque debo decirles que las chicas como una tienen pensamientos –cómo decirlo– un tanto más comprometidos con los nervios y la salud mental. Diría una lista tentativa: que no se rompa la llave en la cerradura un sábado a las 10 de la noche, que no se corte la luz cuando acaban de subir al ascensor para llegar a un piso 15, que no les regalen zapatos con taco aguja, ese tipo de cosas. Encabezando toda esa lista está, ahora mismo, esta máxima: que no se les rompa su pantalón negro. No el favorito, el más cómodo, el más querido, sino el único pantalón negro, esa maravilla que alguna vez compraron casi de casualidad, que no se consigue más y que tiene el corte perfecto, la mejor tela del mundo, y la versatilidad suficiente como para ir bien con todas las remeras, camisas y vestidos del placard. Que no se les rompa, porque entonces no van a tener más remedio que reconocer que los caminos de la moda y los shoppings son misteriosos, insondables, desesperantes. Puede pasarles, por ejemplo, que sean víctimas de un arrebato con final decepcionante. Una servidora, por caso, sintió que por una vez en la vida la justicia divina la tocaba con la varita mágica. En criollo: dio la casualidad de que salí de compras justamente en época de liquidaciones. Como necesitar, necesitaba muchas cosas, pero el ultimátum que lanzó mi novio cuando descubrió que su parte del placard se estaba convirtiendo en un mísero “huequito” sonó enojado y yo soy floja, así que había hecho una de esas promesas que jamás deben hacerse. El asunto es que guiaba mis pasos un pantalón negro. No muy largo, pero tampoco muy corto, jamás de tiro bajo y mucho menos de tiro alto, idealmente de una tela indescriptible pero definitivamente no de esos engendros sintéticos que brillan en esa vidriera y que... no, te dije que no quiero probarme eso... no, tampoco me interesa el modelo con cinturón en la cadera y strass en el cierre. Empezaba con algunas dificultades. Mirá, los bolsillos a la altura de las pantorrillas me resultan un poco incómodos (“ah... pero eso es lo que se usa”). ¿Y no tendrás uno que no parezca robado a mi hermana menor? (“¡Pero si te queda di-vi-no el tobillo al aire!”) Hm. Ese, exactamente ése. “¿El negro de tiro intermedio, largo pero no recto, amplio sin ser oxford y con bolsillos en el lugar donde van los bolsillos?” Ese. “¿Talle?” 38. “...”. ¿Tenés o no tenés? “Ay, qué lástima, talles grandes acá no tenemos.” Moraleja: intentando comprar ropa no se conocerá el mundo, pero al menos se puede aprender lo que tienen en la cabeza las vendedoras y los/as dueños/as de casas de ropa para las que trabajan. A fin de cuentas, trabajan para un mundo más estético, ¿no?, a quién se le ocurre tener un talle más o menos humano...

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