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Viernes, 24 de diciembre de 2004

URBANIDADES

Diferencias sobre el caos

 Por Marta Dillon

Sólo tres años fueron necesarios para que lo mismo que una vez fuera orgullo nacional se transformara en ocasión de molestia, un detalle más dentro de la exasperación habitual en esta época del año. Fue imposible circular el último lunes, dijeron los noticieros, cuando se cumplía un nuevo aniversario de las movilizaciones del 20 de diciembre, una fecha sin más nombre que su ubicación en el calendario a pesar de que entonces pasaron cosas cuyo recuerdo parece anotarse a veces en el terreno de las fantasías. ¿Somos los mismos que hace tres años salimos a la calle desobedeciendo el estado de sitio, reclamando un cambio, clamando dignidad, indignados frente a la mentira de un poder que se tornaba autoritario porque no encontraba otra manera de ejercerse? ¿Cómo sucedió que ahora la noticia del caos de tránsito tuvo el mismo valor noticioso en la mayoría de los medios que el aniversario mismo de una serie de hechos que parecían hacernos nacer de nuevo a la conciencia ciudadana? ¿Cómo fue que la sorpresa de vecinos y vecinas en constante estado deliberativo en cualquier esquina trocó en hartazgo frente a los que se movilizan porque hasta ahora no hay ni un solo responsable por las más de treinta muertes que se anotaron en aquellos días? Sería ocioso preguntarse qué fue de aquella consigna, “Que se vayan todos”, tan amplia y difusa que resistió múltiples análisis, pero no el paso del tiempo, porque a esta altura es claro que la falta de palabras, la imposibilidad de nombrar lo que se quería –lo que no siempre es más fácil– desarmó esa voz única en una multitud de voces. Que se convocan con facilidad cuando el silencio es la consigna y se desintegran en cuanto es el lenguaje lo que se pone en juego, porque éste pareciera ser propiedad de unos y no de todos. Es necesario un ejercicio de memoria para que la ciudad recupere aquella geografía en la que todos y todas nos sentíamos protagonistas, tapada de humo y de cortes indiscriminados en los que las bolsas de basura se encendían en esquinas increíbles como Santa Fe y Callao o Las Heras y Coronel Díaz, en la que hasta las reglas de tránsito parecían haber cambiado porque sin acuerdo no hay poder y entonces el poder era de cada uno. Hay que esforzarse todavía más para que vuelva a sonar la consigna que decía que “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, porque ahora son bien distintas y hasta parecen enfrentadas. Ahora, la restricción del tránsito es lo que exaspera, como otra vez la restricción al tránsito del dinero generó una súbita toma de conciencia, una posibilidad única de mirar al costado, de encontrarse con otros ojos, otras experiencias, otras/la misma lucha. En la misma ciudad, tres años después, otros recorridos construyen el mapa de lo que somos, y no es posible evitar el reflejo de ese espejo.

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