El pan de etiqueta verde es para nuestro equilibrio interno. Lo mismo el yogur ese que –eufemismos devenidos chanzas mediante– hace que el cuerpito gentil trabaje, una se despierte de buen humor y no maltrate innecesariamente a la pobre gente (maridito, niñito, niñita) que espera con ansias que una le prepare el desayuno. El agua saborizada (engendro cuya memoria se remonta, apenas, a dos temporadas; quién lo diría, tan instalada en nuestras vidas ahora) es el equilibrio perfecto entre sabor, frescura y ninguna caloría. Todo en la vida, perdón, en las publicidades es una cuestión de sumas y restas: placer+no culpa+plenitud, o bien tentación-culpa+ayuda, pareciera que todo termina en una suerte de “=vida plena”. Cuando creíamos que lo entendíamos todo, que lo sabíamos todo, que habíamos tomado cabal nota de las reglas de este terrenal mundo, una novedad publicitaria nos deja boquiabiertas. El relato es sencillo: ellas van de shopping. Chica ve pantalón, vendedora ofrece algo para combinarlo, clienta dice “sí”. Señora prueba zapatos, vendedora ofrece otra cosa, clienta dice “sí”. La escena se repite con una serie de cosas que pueden encontrarse en un shopping, y siempre, pero siempre, son cosas de chicas. Y ahí entran en juego los muchachitos: uno combina camisa rayada con corbata estampada y alguna otra cosa, ella (esposa) dice “no”. Otro señor pretende hacer algo en particular, una ella dice “no”... Etc., etc., hasta que la publicidad –que trata del aniversario del centro comercial de marras– consigue su moraleja: “15 años ayudando a mantener el equilibrio del universo”. A ver si todavía les quedaba alguna duda.