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Viernes, 22 de septiembre de 2006

VISTO Y LEíDO › VISTO Y LEIDO

Perdida en Tokio

 Por Liliana Viola

Vibrador
María Akasaka
Emecé
Págs. 192
$ 31.-

Lo que queda claro desde la primera línea es que esta narración tiene voz de mujer. o mejor dicho múltiples voces de mujeres angustiadas luchando por hacerse oír dentro de la cabeza de una periodista japonesa de 30 años que descubrió hace poco que el alcohol y la bulimia le permiten reconciliarse con el sueño sin necesidad de otras sustancias. A la salida de su trabajo perdió unas horas hablando con gente insoportable y ahora deambula por un supermercado buscando la góndola de los vinos mientras las voces de su conciencia la incriminan por el tedio, por lo que no dijo, no hizo, y mucho más. Durante casi todo el libro, en vigilia, las voces que irrumpen sin muchos signos de puntuación le recuerdan su culpa, la estupidez de su espíritu contemporizador, asocian caprichosamente informaciones de sus notas periodísticas —de hecho decidió hacerse bulímica luego de una entrevista a una enferma—, insultan a los que ella no se atreve, leen entre líneas las revistas donde las mujeres exitosas hablan de la armonía familiar. “Es muy difícil ser mujer en este mundo de hombres”, reflexiona la narradora, como si hiciera falta aclarar que esta novela habla de eso. O mejor dicho, lo grita. Este libro, que fue llevado al cine por Hiroki en 2003, es el primero de María Akataka (Tokio, 1964) que se traduce al español. La autora pertenece a la generación que allá es conocida como lost generation, mujeres que empezaron a publicar a los 30 echando mano de violencia y crudeza en un contexto del “estilo Tokio”, donde la crisis urbana no existe si no tiene erotismo. El shopping y el sexo son las dos armas con las que las mujeres japonesas se desquitan. La trama de estricta socialización a la que son sometidas desde la infancia es la responsable de estas voces que las persiguen ahora. En Vibrador, el encuentro casual con un camionero detiene por un rato el murmullo interno, aporta su cuota de voltaje sexual y transforma la novela en una especie de road movie, con intrigas y sospechas.

El título elegido, para decepción de la protagonista sobre todo, se debe al celular que a veces la distrae desde el fondo del bolso o tal vez al motor encendido del camión que la lleva quién sabe dónde.

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