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Viernes, 16 de agosto de 2002

TALK SHOW

Chica inmaterial

 Por Moira Soto

En este mes del 40º aniversario de su muerte, a la señal de cable A & E Mundo no se le pudo ocurrir peor idea que reponer la inenarrable producción Marilyn, la historia jamás contada (1980), rudimentario relato (presuntamente basado en Norman Mailer) de los episodios más divulgados de la vida de una de las pocas estrellas absolutas y perdurables que ha dado el cine (Guillermo Cabrera Infante la pone en el mismo nivel que Garbo). Si bien hay que reconocer que otras marilines que vinieron después tampoco estuvieron a la altura (en cuanto a interpretar leyendas del espectáculo, únicamente, quizás, Judy Davis logró ese objetivo con Judy Garland), lo de Catherine Hicks, pese a su evidente empeño, resulta deplorable desde todo punto de vista. Eso sí: el resto del elenco –salvando la presencia dignísima de Viveca Lindfords como la entrenadora– no desentona junto a la protagonista de este telefilm que rebaja cuadradamente a aquella criatura malquerida e insegura, comediante fuera de serie, secretamente generosa (sus aportes a instituciones para huérfanos se conocieron mucho después de su muerte), que aspiraba a cultivarse y a mejorar su rendimiento a fin de liberarse del encasillamiento impuesto por Hollywood.
De todos modos, lo de tratar de “rubias tontas” a la mayoría de sus personajes es un equívoco que merece revisarse: ni la deliciosa miope de Vitaminas para el amor (1952), ni la seductora que finge candidez en Cómo pescar un millonario (1953), ni la vecina pizpireta de La comezón del séptimo año (1955) tienen un pelo platinado de bobas. Menos aún la cantante con pasado de Nunca fui santa (1956), la despabilada extraña en la corte del presumido Laurence Olivier de El príncipe y la corista (1957) o la irresistible intérprete de ukelele de Una Eva y dos Adanes (1959). ¿Hace falta señalar que una chica que –sobre el escenario, con la luz del reflector en los ojos– es capaz de ver un diamante en el bolsillo de un señor de la platea –sí: Lorelei Lee en Los caballeros las prefieren rubias (1953)– será muy interesada pero nunca una babieca?
Además de su explosiva belleza, del brillo que irradiaba su pálida piel en las fotos y en la pantalla –se dice que la fina y sedosa pelusa que cubría su cara multiplicaba la luz– y ese andar cimbreante que aprendió –según le gustaba apuntar– a los diez meses, Marilyn Monroe fue una gran actriz. Detalle éste que no suele mencionarse en las innumerables notas que se escriben periódicamente, intentando siempre descubrir nuevos chismes sobre sus amores, morbosos detalles de sus últimos momentos. La teoría de la conspiración por sus andanzas con los Kennedy acostumbra ocupar un espacio que bien se merecería su sublime actuación en Los inadaptados (1961). Un film en que por fin asoma la trágica que siempre peleó por sacar a relucir, al convertirse en Rosalyn, chica evanescente, casi inmaterial que quiere salvar a caballos salvajes. Por cierto, preservando siempre –por encima de sus miedos crecientes, del efecto de las pastillas para dormir y para estar despierta– esa inocencia del corazón, ese perpetuo asombro ante un mundo que no comprendía, que no la comprendía. Y al que parece asomarse en esta foto casual que le tomó Bob Henriques en un alto del rodaje de La comezón...

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