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Viernes, 8 de junio de 2007

La liga

¡Ya está! ¡Tenía que suceder! Tenía que pasarme a mí. Como si no tuviera suficientes problemas. Aquí estoy, pobre huerfanita, sola en el mundo, atrapada en esta fiesta asquerosa en la que no conozco a nadie. Y ahora va y se me rompe la liga. Esta es la clase de cosas que se les ocurre hacerme. Veamos, ¿cómo podemos fastidiarla ahora? Bueno, imagina que hacemos que se le rompa la liga; naturalmente es una broma muy vieja pero infalible. No tendrán nada mejor que hacer que buscar viejas bromas de colegio para hacérselas a una pobre y desolada huerfanita, sola en medio de la muchedumbre. Que es, además, la peor clase de soledad que existe. Te lo dirá cualquiera. Y quien diga lo contrario es un huevo podrido.

No podía haberme pasado en la perfumada santidad de mi tocador; ni siquiera en la relativa intimidad de un taxi. Oh no. Habría sido demasiada suerte. La maldita liga tiene que esperar a que me encuentre arrinconada, como una rata asustada, en una sala llena de desconocidos. Y con el vestidor a cuarenta metros de distancia. (...)

Gracias a Dios que estaba sentada cuando se ha producido el accidente. Aquí tienes un comentario sobre la existencia. Una visión de las profundidades en las que puede sumirse un ser humano. El único motivo que tengo en este mundo para estar contenta es que la liga se ha roto mientras estaba sentada. Cuenta los dones recibidos, enuméralos uno por uno y verás lo generoso que Dios ha sido. Sí, claro.Ya me doy cuenta.

¿Qué se supone que debe hacer una persona en un caso así? ¿Qué habría hecho Napoleón? (...)

En Dorothy Parker,
Narrativa completa,
Ed. Debolsillo

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