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Viernes, 25 de enero de 2002

Pelo teñido, cejas pintadas, talento propio

Para el público y también para las historias del cine y la TV, Lucille Ball es tan pelirroja como rubia Marilyn Monroe, aunque las dos nacieron castañas. Y así como Marilyn, en parte a su pesar, encarnó muchas veces el estereotipo de rubia naïve algo cabeza hueca, Lucille se identificó con la pelirroja temperamental, llena de vida, pícara, incombustible más allá de la llamarada de su pelo enrulado. Casi veinte años antes de volverse Lucy Ricardo para la televisión, la entonces actriz cinematográfica tuvo que depilarse totalmente las cejas por exigencias del rol de esclava en Roman Scandals (1933). Bueno, resulta que esos pelos no le volvieron a crecer y, tal como muchas de ustedes, que la vieron en otras oportunidades –o la están viendo ahora en Yo quiero a Lucy–, pensaban: sus cejas son puro maquillaje. Maquillaje, todo hay que decirlo, que le proveyó la firma Max Factor a través de una larga asociación comercial que se inició en 1935 y se renovó en 1942. No fue el único “chivo” que nuestra Lucy vendió en avisos gráficos o en la pantalla: como ella prefería los cigarrillos Chesterfield los pasaba al paquete con marquilla de Phillip Morris para quedar bien con el sponsor de la exitosísima serie de los 50 (donde, sobre todo cuando jugaban a las cartas, Lucy Ricardo encendía algún que otro pucho).
El vestuario de la prota de I love Lucy, entretanto, era casi siempre diseñado por Eloise Jenssen y desde luego, adaptado a la personalidad de la diva cómica que, entre otros detalles adoraba los zapatos ballerina para andar a sus anchas por su casa de la ficción. De los vestiditos new look de cintura entallada y falda acampanada a media pantorrilla, con cuellito en punta contrastados, Lucy podía pasar a los disfraces más delirantes –con un equipo para pescar completito, por ejemplo– o a ropajes espectaculares para algunas de sus incursiones en el show de su marido, siempre en contra de que a ella le dejaran las tareas de ama de casa y madre.
Nada que ver con su condición de (falsa) colorada, por supuesto, pero lo cierto es que alguna vez Lucille Ball –antes del macartismo, claro– se registró como comunista por pura simpatía hacia su abuelo socialista con el que se crió. Y ya en plena caza de brujas fue citada por el FBI bajo la acusación de que en su casa se había realizado una reunión comunista. L.B. presentó su descargo y fue convenientemente limpiado su prontuario.

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