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Lunes, 15 de septiembre de 2003

LA HISTORIA DEL SELECCIONADO ARGENTINO DE RUGBY

Ser Puma

En vísperas del Mundial de Australia, tres periodistas especializados –Jorge Búsico, Alejandro Cloppet y Pablo Mamone– han escrito Ser Puma, un hermoso volumen de 192 páginas ampliamente ilustradas, editado por Planeta. El libro repasa, con el aporte del testimonio de los protagonistas, la historia de la selección argentina de rugby. Líbero recoge un fragmento del capítulo inicial del libro, precisamente “Ser Puma”, revista de anécdotas y episodios ejemplares en un itinerario lleno de gloria.

Por Jorge Búsico, Pablo Mamone y Alejandro Cloppet

Historias... El Ruso Alejandro Cerioni se le para de frente a los ingleses en 1978 y les dice a todos juntos: “Come on, come on”. Hugo Nicola se aguanta en el primer test que el pilar francés le deje toda la cara arañada, pero en el segundo se acaba todo cuando le muerde un dedo. Andrés Perica Courreges se cansa de que el temible Paparemborde lo cruce en el scrum para romperle las costillas y tras aclararle que “C’est la guerre” del cabezazo que le rompió la nariz en su bautismo internacional en Bloemfontein, y con sólo 20 años, devuelve el gesto en el scrum siguiente. Alejandro Sandro Iachetti no se deja llevar por delante y con la cara ensangrentada, porque un francés le rompió el tabique nasal, le reparte a los más grandotes. El Bambi Alfredo Soares Gache copa la parada cuando se le vienen todos los Springboks encima. Federico Méndez, recién mayor de edad, lo duerme al gigante inglés Paul Ackford, que pisaba contrarios pese a golear en Twickenham. No son éstas escenas para elogiar, pero muestran otro costado de la leyenda. Es ésa que nadie sabe quién la impartió, pero que todos saben que hay que cumplirla. Es ese otro mandamiento de que un Puma nunca corre cuando se armó la batahola.
Otra vez aquello de la herencia. Aitor Otaño lo mima como un hijo a José Javier Tito Fernández, su sucesor, y lo mismo hace el grandote con el Chapa Eliseo Branca, durmiendo en la cama de al lado durante toda la gira de 1976. Pochola Silva le explica a un Flaco Ure con sólo 19 años que si no le devuelve la piña a un neocelandés lo van a pasar por arriba, y mucho después el mismo forward al que Porta definió como “un Puma en serio” se arroja sobre Diego Cuesta Silva en medio de una batahola con los franceses para decirle: “Quedate tranquilo que yo te cuido”. Y ahí está también el genial Martín Sansot para ayudarlo a quitarse las medias a Berni Miguens, quien acababa de sacarle el puesto en Australia.
Ahí está de nuevo el espíritu Puma. Y no falta el buen humor del Ruso Raúl Sanz, del Enano Ricardo Landajo, de Perica Courreges, de Adolfo Fito Cappelletti, de Alejandro Chirola Scolni, del Aguja Fabio Gómez, del Gordo Mauricio Reggiardo. Continúa con la pasión llevada al periodismo por Nicanor González del Solar. Y va hacia la solidaridad con el equipo y con las ganas de jugar siempre en Los Pumas, con el Rafa Madero actuando en tres puestos distintos (centro, apertura y full-back), al igual que el mellizo Felipe Contepomi. O con Ronnie Foster trasladándose de la tercera línea a la primera, como pilar, con el tremendo esfuerzo que derivó en una curiosidad: en apenas un mes se le agrandó el tamaño del cuello de sus camisas de 42 a 44 y medio. O con el Tati Gustavo Milano improvisando como pateador al touch contra los ingleses.
¿Más mística? Claro. Hugo Miguens tacklea pese a que la sangre le quita la visión contra los Gazelles, en Ferro. Y Diego Cash no se va de la cancha frente a los franceses pese a tener la nariz rota y un tobillo deshecho. Y el Orco Cristian Viel juega ante los samoanos, en el Mundial de 1995 de Sudáfrica, con un corte de 12 puntos en su cabeza. Y Arbizu va al frente con su cara desfigurada contra los All Blacks en River. Y el tucumano Garretón aguanta con su espalda tajeada de tantos pisotones de los franceses.
Brotan más imágenes. Es Alberto Camardón perdiendo la serenidad al ver que el triunfo contra los Juniors Springboks iba a ser una realidad. Es Angel Papuchi Guastella sintiendo que el estómago le explota cuando a los 20 minutos ya avizora que su equipo de pibes va a lograr algo histórico en Twickenham, en 1978. Es el mismo Papuchi junto a Silva festejando solos, comiendo un sandwich y tomando una cerveza en un bar de Constitución, tras el primer triunfo contra los franceses. Son el Veco Villegas y el Gringo Emilio Perasso, abrazados, disfrutando en las tribunas del Arms Park la estupenda actuación del equipo en 1976. Es Rodolfo Michingo O’Reilly corriendo adentro de la cancha detrás de Cristian Mendy, quien con su try iba a sellar el impacto a Australia, en Vélez 1987. Son Lucho Gradín y José Luis Imhoff llorando tras la victoria en Nantes, en 1992. Es Pocholaabrazando a Porta sobre el césped de Vélez después del segundo golpe a los franceses. Son Tito Fernández y Héctor Pipo Méndez poniéndole toda la mística a una etapa dura de la selección. Son el Mono Eduardo Scharenberg y el Negro Poggi aportando su alma Puma a un proceso de transición. Son todos juntos y en diferentes épocas, Edmundo Stanfield, el Francés Jorge Merelle, Saturnino Racimo, Aitor Otaño, José Joe Argento, el Ruso Sanz, Alejandro Petra, Ricardo Paganini... Y aquí hay lugar para dos foráneos a quienes se debe considerar Pumas: el sudafricano Izaak van Heerden y el neocelandés Alex Willie. Uno, el maestro-guía de 1965, el que a todos los argentinos les hacía creer que eran los mejores del mundo. El otro, el hosco que le aportó su espíritu al equipo del último Mundial y al que recién se le vio una lágrima cuando llegó la hora de despedirse de los jugadores. Y también para los médicos con corazón Puma como el Pato Luis García Yáñez, Imhoff y el Oso Elías Gaviña.
Estallan al mismo tiempo las tribunitas del legendario GEBA, los tablones de Ferro, los tablones y el cementerio del mismo Ferro, los escalones y los asientos de Vélez, y la majestuosidad de River. Porque Los Pumas siempre contagiaron. Nunca pasaron inadvertidos. Lograron algo casi imposible en cualquier otro ámbito: ir más allá del rugby. Por ellos cada equipo que llega a la Argentina sabe que acá nada es sencillo. Que además de 15 leones hay que toparse con miles de gargantas que alientan al ritmo del “hop, hop” cuando se forma un scrum y que gritan “Vamos Pumas, vamos, ponga huevos que ganamos” cuando desde adentro se traslada el contagio de tanto tackle. Y ahí aparece otro mandamiento Puma: siempre se gana con el corazón en la cancha y en la boca.
Este partido es interminable, porque la esencia Puma así lo indica. Porque allí donde haya una pelota picando o volando habrá 15 o miles de hombres con la celeste y blanca en el alma y el Puma sobre el lado del corazón tackleando, empujando en el scrum, saltando en el line, arrastrando gente en las formaciones móviles, buscando quebrar el rival por todos lados, con la adrenalina brotando en cada centímetro de la piel. Allí donde haya emoción y solidaridad, siempre habrá un Puma. Por eso Los Pumas están en la historia. En esta historia.

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