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Lunes, 26 de agosto de 2002

GANO POR NOCAUT TECNICO EN EL OCTAVO ROUND

Otro acostumbrado show en el ring de Locomotora Castro

Subió con unos cuantos kilos de más, impuso rápidamente ventajas, bromeó con el público y la TV, amagó bajarse del cuadrilátero y, entre carcajadas, celebró cuando el rincón de Sergio Beaz, su rival, tiró la toalla. El santacruceño apunta ahora a pelear con Roy Jones por un palo verde...

Por Daniel Guiñazú

Promediaba el segundo round y ya por entonces estaba muy claro que Jorge “Locomotora” Castro (82,250 kg) era, de los dos, el único que pegaba todo lo que tiraba y que al cordobés Sergio Martín Beaz (80,900 kg), en el mejor de los casos, la medianoche del domingo le reservaba un papel de sufrido estoicismo. En eso andaban cuando desde la popular del estadio de la FAB alguien gritó: “Dale, Locomotora, que me quiero ir”. Y Castro, dominante, sobrador, apartó por un momento sus guantes de la humanidad de Beaz y, con el puño derecho, le hizo señas a la tribuna que esperase, que todavía no había llegado el momento de aplicar el último mazazo de la demolición. Todos se rieron de la ocurrencia. Y la pelea siguió así, entre carcajadas, hasta que en el comienzo del octavo round, el rincón de Beaz arrojó la toalla y Castro se anotó por nocaut técnico el 120º triunfo de su trayectoria, el número 84 por fuera de combate.
Con ese ánimo socarrón y fiestero, compartido con la gente, reapareció Castro luego de su derrota ante el kazajo Vassily Jirov por el título de los cruceros de la FIB. Nunca se lo tomó demasiado en serio a Beaz, campeón sudamericano de los medio pesados. Sabía que era inmensamente superior, que resultaba imposible que perdiese. Y, sin sobrar jamás a su rival, se permitió lujos como pelear el primer minuto del cuarto round mirando nada más que la punta de las botas de Beaz y desplantes como hablarle a la cámara de la televisión y amagar irse del ring en el sexto asalto, cuando el árbitro Jorge Basile detuvo la pelea y llamó al médico para que examinase la hemorragia que enrojecía la cara de Beaz.
Si Castro dio para todo e hizo lo que quiso, si el destino de Beaz dependió de lo que Castro hizo o dejó de hacer, ¿por qué no definió la pelea antes? ¿Por qué un combate tan desigual y con el resultado cantado de antemano duró hasta el arranque del octavo round? Sencillamente porque, como casi siempre en sus quince años de carrera profesional, Castro no tuvo resto físico para apurar. Su cintura fofa y rolliza denunciaba, una vez más, que había pasado el gimnasio de largo. Y los descansos que se tomó del tercer round en adelante fueron la prueba más evidente de que el aire no era materia abundante en sus pulmones, más allá de que, luego de todo, se quejó por haberse resentido la mano derecha.
Pero, a esta altura, carece de sentido enfocar la crítica a ese costado vulnerable de “Locomotora”. Haciendo todo mal (o directamente no haciéndolo), Castro ha llegado demasiado lejos como boxeador. Aunque no tanto como debió haberlo hecho, si se hubiera tomado este duro oficio con un pizca de seriedad.
Por eso es mejor quedarse con lo bueno que mostró en la medianoche del domingo. Y en tal sentido merece destacarse su convicción para atacar siempre, el poder de sus ganchos al hígado de Beaz y la eficacia de sus golpes ascendentes y cruzados. Castro no escogió un planteo cómodo: eligió el cuerpo a cuerpo como distancia de pelea. Y con esas manos lanzadas de cerca, a veces imperfectas, a menudo vigorosas, fue demoliendo, lenta pero implacablemente la guapeza del cordobés. Un cross de derecha que estalló en su sien mandó a Beaz de cara a las sogas y forzó la primera cuenta de protección del árbitro Basile en el primer round. Y una derecha voleada y una izquierda en gancho en pleno rostro volvieron a desestabilizar a Beaz en el 6º asalto y a exigir una nueva cuenta, anticipo quizás de un final que se extendió demasiado.
Cuando calentó sus motores, Castro puso en claro quién era qué cosa sobre el ring y acumuló diferencias indescontables en cuanto a jerarquía, velocidad, poder y variedad de golpes. Cuando se llamó a descanso porque lo gobernaba la fatiga, Castro le permitió sobrevivir a Beaz y lo convirtió en partenaire de un show boxístico de clase B que terminó con un lanzamiento de vendas, guantes y botas a las tribunas colmadas de la FAB que los exigían como souvenirs y con el obsequio de su pantalón a su hincha número uno: el relator y animador televisivo Alejandro Fantino. Pasada la alegría de una noche sin grandes riesgos, ¿qué puede esperarse de Locomotora y de su futuro? En principio, todo parece apuntado a buscar una pelea con el supercampeón medio pesado Roy Jones, a quien hace una década Castro le aguantó diez rounds de pie. “Le mandé una carta pidiéndole la oportunidad, pero todavía no me contestó”, dijo en los vestuarios. El objetivo no es ganar otra vez un título del mundo sino otro mucho más pedestre: cobrar una buena bolsa (¿1 millón de dólares, tal vez?) que le permita retirarse con gloria y un futuro asegurado. Mientras tanto, seguirá mostrándose en peleas de cabotaje y por poca plata que no le aportarán nada, pero que seguirán generando lo que siempre genera Castro cada vez que sube a un ring. Por un lado, admiración por su talento de peleador único. Por el otro, bronca por tanta naturaleza desperdiciada sin remedio.

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Castro castiga a Beaz, una constante de la velada.
 
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