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Lunes, 22 de junio de 2015

JULIO VELASCO, CONDUCTOR DE LA SELECCIóN ARGENTINA DE VóLEIBOL

“El entrenador es un docente que nunca termina de aprender”

A los 63 años, después de una más que exitosa campaña en el exterior, que incluyó dos títulos mundiales y uno olímpico con Italia, analiza la filosofía del cargo desde su puesto al mando del equipo nacional y no le escapó al fútbol.

 Por Adrián De Benedictis

El destino determinó que volviera a radicarse en el país para desarrollar una de sus pasiones: la dirección técnica. El recorrido en el extranjero lo enriqueció en todos los ámbitos, y ahora es el conductor del seleccionado argentino de vóleibol con los honores adquiridos en distintos lugares del mundo. A los 63 años, Julio Velasco llegó al lugar en el que quería estar antes del retiro.

–¿El solo hecho de dirigir al seleccionado argentino lo motivó para regresar al país luego de 32 años en el exterior, o había algo más?

–Digamos que fue la oportunidad de trabajar en la Argentina, porque en ese tiempo nunca había tenido la oferta para hacerlo aquí. Ni en la Selección ni en ningún otro lado. Y el seleccionado es una motivación mayor que cualquier otra propuesta, como les pasa a todos los deportistas. Yo pensé que no se iba a dar, inclusive, mi idea era, cuando cambiaron antes al técnico de la Selección femenina, tal vez entrenar a las chicas, y así volver a trabajar para el vóleibol argentino. Pero después me propusieron esto, y a pesar de que yo estaba trabajando muy bien –en Irán– decidí regresar, porque mi país es especial. Después de estar en tantos lados, y antes de jubilarme, quería trabajar en Argentina.

–¿Y cómo encontró al país?

–Esta es una respuesta que he aprendido a no responder más, porque es parte de una situación un poco rara que hay en este país. Si me lo pregunta un amigo y le empiezo a decir que está bastante bien, él me contesta: “No, pero vos no sabés todo lo que pasa acá, por esto y por aquello”. Y me marca todas las cosas que no funcionan. Si uno dice que lo ve bien, enseguida dicen que es kirchnerista, y si dice lo contrario parece que no ve las cosas buenas. Pero todo eso me parece una cosa bastante absurda, porque la sensación es que todo lo que pasa está identificado con la política, y no es así. En ningún lado es así. Tampoco lo era cuando estaban los militares, cuando estaban los radicales. No es así en Irán, ni en Estados Unidos. Acá hay una situación que absolutamente todo está vinculado a la política. Y yo no quiero entrar en ese terreno. Aparte, como entrenador de la Selección, creo mucho en las instituciones, ser conductor del seleccionado es un rol institucional, en el sentido que es el equipo de todos los argentinos. A veces es difícil, pero trato de no entrar en ese campo.

–¿Es de inmiscuirse en aspectos sociales, por ejemplo?

–Siempre lo hice, pero acá lo evito, por todo esto que contaba. En Italia lo hacía frecuentemente. Pero acá es muy difícil hacer un análisis sin que enseguida se haga una interpretación partidaria. Creo que las discusiones políticas, culturales o sociales, sirven para pensar juntos. Si no son instituciones para ganar una discusión, hacer propaganda, o campaña electoral, o lo que sea. Y en esa no me quiero meter, no porque no tenga mis ideas, sino porque creo que no lo tengo que hacer.

–¿Qué le provoca las cosas que pueden hacer los políticos durante una campaña electoral?

–Hay cosas de la política que son iguales en todos lados. Los políticos siguen las leyes de la política. Hay gente que les pide que hagan otra cosa, y no se da. Ellos buscan consenso. A veces escucho a la gente que acusan a los políticos de buscar consenso, y ellos justamente tienen que buscar eso. Además, claro, tienen que hacer cosas, pero buscar consenso es parte de la lógica.

–¿Qué tipo de cosas lo irritan?

–Muchas cosas en general, pero nada en particular. Suele irritarme mucho la injusticia, que sea con autoritarismo y con prepotencia. Después, la injusticia y la prepotencia tienen muchas interpretaciones. En ese sentido, pienso que uno de los temas más importantes en Argentina es el de la injusticia social. Es democrático que cada uno lo interprete como quiera, desde su posición partidaria, pero creo que es un tema pendiente, debido a que no se ha resuelto todavía.

–¿Su profesía maoísta durante la dictadura provocó que deje la carrera de filosofía en cuarto año?

–Dejé la carrera porque vino el golpe de Estado en el ’76. Me faltaban seis exámenes y no los pude dar, ya que no podía concurrir porque había sido presidente del centro de estudiantes. Había sido una persona muy en vista en aquellos años universitarios y no pude volver a la facultad. Antes del golpe me había ido para Buenos Aires, porque en La Plata estaba todo muy difícil. Y ahí empecé a entrenar vóley, justamente porque era una actividad que no tenía nada que ver con la filosofía y el ambiente que frecuentaba antes. Se fue dando por ese lado, y en un momento me decidí a dedicarme profesionalmente. Y llegó la posibilidad de ir a Italia, pero mi partida no tuvo nada que ver con la situación política.

–¿Después se le ocurrió terminar la carrera?

–Sí, porque además un amigo íntimo fue decano de la facultad. Pero ahí hice una segunda elección definitiva, porque en un momento pensé en ponerme a estudiar de nuevo. Y pensé que si ya trabajaba como entrenador, había muchas cosas para estudiar desde el punto de vista no sólo del vóley, sino de cómo se enseña la motricidad. Entonces, preferí no gastar el tiempo en algo que ya no iba a usar, y lo utilicé en lo que yo iba a trabajar, que es lo que vengo haciendo hace 40 años. Fue una elección muy conciente.

–La profesión de entrenador está muy ligada a la psicología, ¿es difícil lograr el convencimiento de uno de sus dirigidos?

–A veces es más difícil que otras. Es uno de los temas fundamentales para un entrenador o un docente. Creo que el entrenador es un docente que nunca termina de aprender, porque cada persona o jugador es un universo totalmente distinto al otro. Es una de las claves lograr convencer al jugador: de que puede mejorar, de sus propios medios. Convencerlo pero al mismo tiempo dejarle ser él mismo, porque ese es un equilibrio muy sutil.

–¿Lo viene consiguiendo?

–No es fácil porque no tiene un esquema. Un equipo es un equipo pero cada jugador es una persona, y a veces convencer demasiado no es bueno, porque te hace perder identidad, sobre todo a los jugadores más jóvenes, que son los de menos personalidad. Es un equilibrio dialéctico entre convencer y desarrollar. No se trata de imponerles una idea, sino de desarrollar las capacidades de ellos. Es algo complejo donde uno nunca termina de estar totalmente conforme. Aparte, el mismo jugador va cambiando, una cosa es tratar a un chico de 18 años, y después a los 25 es otra persona. Luego se casa, tiene hijos, y sigue jugando, pero ya no es el mismo. Eso es lo lindo también para uno, no sólo los resultados, que es lo que ve el hincha. Lo otro es un privilegio, que es trabajar con los jóvenes. El hincha ve sólo la competencia: se jugó, se ganó o se perdió, y se queda con eso. Trabajar con un joven de manera estable es lo saludable, porque los maestros también trabajan con jóvenes, pero los tienen un año, y dos o tres horas por semana. Nosotros estamos durante muchos años y se crean vínculos muy fuertes, y después dan muchas satisfacciones los chicos.

–En eso de desarrollar las ideas, ¿se da cuenta cuando alguien no le cree?

–Claro. O cuando cree que él no puede, también. Por un lado, los jóvenes en general y los jugadores en particular, se dan cuenta cuando un profesor, un entrenador, o un padre, habla con frases generales, o sea, que no conoce bien el tema. Y en esos casos escucha poco. Si en cambio uno le muestra que conoce en profundidad la cosa, él entiende a nivel teórico y práctico, sabe que puede aplicar lo que le están diciendo. La otra es que el problema muy común en los jóvenes, en la gran mayoría, es que ellos creen que no lo pueden hacer. No es que no nos creen a nosotros, sino que ellos piensan que no son capaces de hacer algo. Hay que encontrarle la manera, muchas veces se sienten trabados, o con miedo. En los primeros años de juventud, la actitud que muestran es como que no les importa. Entonces, para no vivir la frustración de que trataron y no pudieron hacen como que no les importa. Ahí hay que darle la confianza necesaria. Yo soy duro con vos pero porque creo que podés, y no lo estás haciendo. Los jóvenes tienen una gran capacidad de cambio, que es una de las grandes diferencias que tienen con los adultos, por eso me gusta trabajar con ellos.

–¿Los voleibolistas argentinos entienden el juego?

–Sí, lo que pasa que nunca es suficiente, porque el juego cambia ante cada adversario. Es como un médico que sigue leyendo de medicina, el jugador siempre está aprendiendo el juego. Todo va cambiando y actualizando. Entender el juego es uno de los grandes temas del deporte, también está el problema técnico, pero entender el juego de pelota es fundamental.

–El deporte suele dividirse mucho entre el éxito o la nada, ¿cómo hace usted para no caer en esa dicotomía?

–No hago mucho ese esfuerzo porque no soy así, yo juego para ganar. Son frases de café sin ningún contenido. Entonces, los atletas que saben que no van a ganar en unos Juegos Olímpicos que no vayan, para qué van a gastar la plata. O que un equipo chico de fútbol, que no va a salir campeón, que no participe del torneo. Habría que ver qué es tener éxito en la vida. ¿Ser rico? ¿Llegar a ser presidente? Y hay ejemplos incluso más llamativos: como ese que dice “lo importante no es que corra el jugador sino que vaya rápido la pelota”. Y parece que dice una verdad extraordinaria. Pero es simple, ¿por qué no hay jugadores de 45 años? Es importante que vaya rápido la pelota, y es importante que vaya rápido el jugador. No hay ningún jugador de 40 años que juegue en Primera. Me acuerdo cuando decían que Astor Piazzolla no hacía tango, como una verdad absoluta, es más, lo odiaban. Son todas frases estúpidas.

–¿Cuál es la meta con la que le gustaría despedirse de la Selección?

–Ponerse metas en el deporte internacional de hoy es muy difícil, con un equipo que todavía está lejos del primer nivel mundial. Cuando me vaya me gustaría haber dejado algo acorde a como lo encontré. Darle un aporte el vóley argentino. Me daba mucha lástima dejar de entrenar sin darle nada a la Argentina, después de todo lo que la Argentina me había dado. Si logro eso voy a estar contento. Lo que uno tiene que dejar es enseñanza, mejorar el nivel. Después están los rivales. Yo uso mucho una frase que dice: “Qué mala suerte tuvieron todos los número diez que jugaron en la época de Maradona”. Eso sí es mala suerte. Si no hubiera estado Maradona, alguno de ellos hubiese sido famoso, pero ¿quién se acuerda de ellos? Con los resultados pasa lo mismo, uno al equipo lo mejora, hace que juegue mejor, y se encuentra con un rival que es más fuerte. Eso qué quiere decir, ¿que uno hizo las cosas mal? Los otros también trabajan, también tienen jugadores inteligentes, también tienen entrenadores buenos. Después nos vamos a medir a ver quién es mejor. Lo que si no me gustaría, cuando me vaya, es no haber dejado algo de lo que yo sé en el vóleibol argentino. Si alcanza para ganar, mucho mejor.

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“Decidí regresar porque mi país es especial. Tras estar en tantos lados, y antes de jubilarme, quería trabajar en Argentina.”
Imagen: Sandra Cartasso
 
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