 
Ahora que está tan 
de moda discutir la exposición estetizante de los desechos del propio 
cuerpo convertidos en jabón, quizá se vuelva imprescindible releer 
a Ingeborg Bachmann para ver cómo esta prodigiosa escritora de la Alemania 
post-nazi transformó el lenguaje en una ideología poética 
y descarnada de la existencia. 
¿Quién es ella? ¿La chica de tapa de Der Spiegel, que la 
divulga como joven promesa del mundo literario del milagro alemán? ¿La 
que escribió una novela en la que la protagonista sueña que su 
padre la envía a una cámara de gas? ¿O la poeta que llamándose 
a silencio nombraba el deseo y el amor desde el cuerpo, y para quien la hostia 
consistía en un miembro erecto en su boca? Todas. Ella es todas. Y más 
también.
Primeras 
letras
Tiene doce años cuando ve entrar a los nazis en las calles de Klagenfurt, 
Carintia, en Austria. Fue algo tan aterrador, se acordaría. 
Esa experiencia la marcó de una vez y para siempre, enseñándole 
que el mundo es tan amenazante como desolado. Yo quisiera ser joven porque 
nunca lo he sido, escribirá más tarde. Como una estrategia 
para entender el mundo, Ingeborg se dedica a estudiar filosofía. Heidegger 
primero (de quien renegará) y Wittgenstein más tarde (de quien 
será lectora aguda). Dos anotaciones en el Diario filosófico de 
Wittgenstein parecen definir las obsesiones clave de la estudiante. La primera: 
el lenguaje es una parte de nuestro organismo y no menos complicado. La segunda: 
lo que ahora importa, al fin, es clarificar la conexión entre la lógica 
y el mundo. 
La estudiante Bachmann abandona la filosofía y decide continuar su búsqueda 
escribiendo poemas. Tras la caída del hitlerismo, Bachmann trabaja como 
empleada de las tropas de ocupación. La atmósfera que se respira 
en las ciudades alemanas es corrupta y negadora. En estos días, una anécdota: 
entre otros personajes oscuros, conoce a un tal Henry Kissinger (el mismo que 
en 1976 les recomendaría a los militares argentinos celeridad en la eliminación 
de sus opositores). Tiene veintitrés cuando publica su primer libro de 
poesía: El tiempo postergado. Pero el reconocimiento le llega cuando, 
a los treinta, publica Invocación a la Osa Mayor (1956).
En Mínima moralia, Theodor Adorno afirmaba: Escribir un poema después 
de Auschwitz es una barbaridad, y eso afecta también la conciencia de 
por qué se ha hecho hoy imposible escribir poemas. Según 
Günter Grass en Escribir después de Ausch-
witz, si se consideraba que Auschwitz era a la vez cesura y quiebra irreparable 
en la historia de la civilización, el imperativo categórico de 
Adorno fue mal entendido como prohibición. Los jóvenes poetas 
de los años 50 en Alemania, entre los que se encontraban, además 
de Grass, Hans Magnus Enzensberger y la Bachmann, tenían conciencia, 
entre clara y confusa, de que pertenecían (no como autores, pero sí 
en el campo de los autores) a la generación de Auschwitz y que sus historias 
estaban afectadas por el genocidio. El mandamiento de Adorno, reflexiona Günter 
Grass, sólo podía refutarse escribiendo. Así tomó 
una decisión poética tajante: la renuncia al color puro. Es decir, 
la prescripción del gris y sus matices. Lo que implicaba decretar la 
expulsión de las creencias, instalarse en la duda y celebrar la miserable 
belleza de todos los matices reconocibles con un lenguaje dañado. Implicaba, 
ni más ni menos, borrar la bandera y esparcir cenizas sobre los geranios. 
El resultado, según Heinrich Böll, sería una literatura de 
hallazgo idiomático.
Literaturas 
comparadas 
Si se quiere entender qué significa escribir después de Auschwitz, 
quizá resulte instructivo un pequeño ejercicio de literatura comparada. 
Alemania es en Bachmann un país de niebla y de este modo figura en su 
poesía. Sobre este país de niebla, Bachmann dice en Mediodía 
temprano: Donde el cielo de Alemania ennegrece la tierra/ busca su ángel 
descabezado un sepulcro para el odio,/ y te alcanza las llaves de su corazón./ 
(...) en una casa mortuoria/ beben los verdugos de ayer/ de la copa de oro./ 
Los ojos se te caerían./ Donde la tierra de Alemania ennegrece el cielo,/ 
la nube busca las palabras y llena el cráter de silencio,/ antes de que 
el verano la perciba en una lluvia fina. 
Leamos ahora en sincronía un poema de Paul Celan y otro de Nelly Sachs. 
Búlgaro, de ascendencia judía, perseguido por el nazismo, Celan 
pudo salvarse huyendo a París, donde se ganó la vida traduciendo 
poetas franceses. Sus padres murieron en los campos de concentración: 
el padre, de tifus; y poco después la madre, de un tiro en la cabeza. 
En Fuga sobre la muerte, calificado como el poema más importante 
de la posguerra alemana, Celan le otorga a fuga el sentido musical: 
Un hombre vive en casa con las serpientes escribe/ escribe al anochecer 
a Alemania tu cabello dorado Margarete/ (...) echa mano del hierro en el cinto 
y lo blande sus ojos son azules/ (...) azuza sus perros contra nosotros nos 
regala una fosa en el aire/ (...) te acierta con bala de plomo te acierta exactamente/ 
un hombre vive en casa tu cabello dorado Margarete/ juega con las serpientes 
y sueña la muerte es un maestro de Alemania/ tu cabello dorado Margarete. 
Berlinesa, Nelly Sachs tuvo (por su origen judío) que huir durante el 
ascenso de Hitler y exiliarse en Suecia. En su Coro de los salvados, Sachs escribe: 
Nosotros, los salvados/ (...) Todavía los relojes se llenan con 
nuestra sangre./ Nosotros, los salvados/ todavía se alimentan de nosotros 
los gusanos del miedo. 
Quien sepa de un mundo mejor, que dé un paso al frente, dirá Bachmann. 
El suyo es un toreo ético y artístico difícil de superar. 
Si se piensa el hecho poético, se piensa cómo dar ese paso. En 
esos años, Sartre sostiene en ¿Qué es la literatura? que 
toda obra literaria es un llamamiento. La poesía de Bachmann, aún 
consciente de la inutilidad de un poema frente a un drama social, actúa 
en consecuencia. Su llamamiento es invocación: Lo que es verdad 
no se suspende hasta la incursión/ en la que tal vez todo esté 
en juego. Para la joven Bachmann se trata, ni más ni menos, que 
de saber qué escribirá, si sobre las mariposas o las consecuencias 
del nazismo, tal como ironizaba Sartre. Y cuando esa decisión esté 
tomada, todavía le faltará una: qué forma darle a la obra. 
Políticas 
del estilo
Bachmann pertenece a una generación que rompe con ilustres antecedentes 
simbolistas, expresionistas y elegíacos (Stephan George, George Trakl 
y Rainer Maria Rilke). La poesía de la joven Bachmann nombra destinos 
signados, desfiles de máscaras, cuchillos intimidantes y la cercanía 
del valle de la muerte. En Invocación, Bachmann despliega un orbe de 
símbolos, configurándolo con elementos míticos. Pero la 
realidad siempre está ahí. Mientras los ancianos venerables cargan 
sus pipas o duermen la siesta, sus hijos engendran más hijos reproduciendo 
la farsa. Describe Bachmann: También nuestras madres/ soñaron 
con el futuro de sus maridos,/ los vieron poderosos,/ revolucionarios y solitarios,/ 
pero después del retiro los han visto encorvados en el huerto/ sobre 
las llameantes malas hierbas,/ mano a mano con el fruto charlatán/ de 
su amor: Triste padre mío/ ¿por qué callaste entonces/ 
y no has seguido pensando?.
Si se tiene en cuenta que el neonazi Jörg Haider nació también 
en Carintia, la poesía de Bachmann adquiere un tenor profético.
Invocación representa para Bachmann la consagración y, a la vez, 
el malentendido de la fama. Verse en la tapa de Der Spiegel la ubica en un pedestal 
de popularidad extrema que detesta. Bachmann, siempre polémica, participa 
en todas las polémicas y luchas de su tiempo: contra la Guerra Fría, 
contra la bomba atómica, contra Vietnam. Aunque suele ser escéptica 
con respecto al poder de los intelectuales, admite que éste es su terreno 
de combate. En Sociología dice: Qué fría 
me dejan estos conflictos sociales (...)/ los periódicos/ que están 
en el suelo, cada noticia/ una mancha sucia una granada, una púdica/ 
obscenidad, quiere ser quemada. Y en Ingreso al Partido reflexiona 
a propósito de la revolución: Que venga, pues que venga./ 
Yo dudo. Pero que venga/ la revolución, también de mi corazón. 
Como lectora de Wittgenstein, Bachmann desconfía del lenguaje y sus usos, 
persigue la palabra certera allí donde se confunden lo decible y lo indecible. 
Su poesía social denuncia, pero recela fuerte del facilismo de las bajadas 
de línea. Su poesía metafísica es clara y precisa, pero 
no desciende a la pedagogía. Su poesía de amor es intimista, pero 
aborrece del más mínimo sentimentalismo.
Mientras el milagro alemán hipnotiza a sus compatriotas, no hay género 
en el que Bachmann no intervenga: la columna de opinión política, 
el radioteatro, la ópera, la narrativa. Su novela Malina describe las 
fantasías de una chica que sueña que su padre la enviará 
castigada a una cámara de gas. El milagro alemán es 
el título de uno de sus poemas: Buenos días, cuando/ los 
camiones con la fruta traquetean/ por la ciudad, cuando el tranvía/ pasa 
por tu cama/ y los aviones enfilan para aterrizar/ más bajo que nunca./ 
(...) Buenos días, cuando/ los americanos inician/ sus maniobras en el 
Berlín dividido/ cuando se oyen los tiros como/ si comenzase/ tienes 
que, pero no tienes que/ puedes también dormir./ Duermes, duermes, es 
una/ historia, historia no,/ interpretable. Entonces duermes mejor/ (...) Buenos 
días, cuando empiezan/ los procesos y las/ caras suaves/ de los asesinos 
y/ de los jueces que/ dictan sentencia,/ se evitan/ cuando el ala/ de un avión 
roza/ tu pelo,/ cuando encuentras tu corredor, hacia/ la soledad/ hacia el olvido. 
El poema final de Invocación prenunciaba ya un silencio drástico: 
Al tendero le pesa mucho el paño;/ pronto caerá. Pero a 
mí no me va a cubrir./ Aún soy culpable. Levántame./ No 
soy culpable. Levántame/ (...) No soy yo. Lo soy./ El amor tiene un triunfo 
y la muerte tiene otro tiempo/ y el tiempo de después./ Nosotros no tenemos 
ninguno. Después, diez años sin publicar: He dejado 
de escribir poesía cuando sospeché que ahora sabía 
escribirlos, aunque faltase la necesidad de escribirlos. En todo caso, 
aquello que escribe y no publica es una poesía amarga que explica su 
silencio. En la temática hay una recurrencia extrema que vincula el silencio 
de la escritura con la desesperación del cuerpo. 
La boca degenerada, como la llama, se calma con una hostia, pero la hostia es 
un miembro erecto. Bachmann escribe: Despojada/ rendirse ante el espanto/ 
no resistirle/ la carne, clara como una estrella,/ en la boca el/ sabor insípido, 
una erección, debe/ de quedar en este/ mundo un miembro/ erecto que se 
sienta a gusto en/ esta boca, el deseo (...) Hostia, metido en la boca/ el miembro, 
y un/ arte que no/ rompe a los otros, las estrellas/ y las estrellas de los 
otros. 
Si se contempla el ritual católico de la purificación espiritual, 
primero uno se confiesa y luego comulga. Pero Bachmann no cree en Dios y el 
amor debe buscarlo en otra parte. Entonces la comunión deviene fellatio. 
Su lengua es ahora oscura, se traba, la traiciona y ella, empecinada, corrige 
persiguien-
do la pureza en la escritura. Pero la escritura, al igual que la mano que escribe, 
no es inocente. Menos puede serlo cuando ha sido educada en tres lenguas: el 
alemán austríaco, el esloveno y el italiano, del que su padre 
era profesor. Además, ella domina el francés, el inglés 
y el español. No hay inocencia en lengua alguna. Después sobrevienen 
el grito y la borrachera.
Continuará... 
Bachmann es amante de Paul Celan y de Max Frisch. Sus apasionamientos desembocan 
siempre en la frustración, el alcohol, sin contar los tres paquetes diarios 
de Gitanes. Al igual que otros intelectuales europeos, elige Roma como patria 
adoptiva. Sin duda, su biografía contempla escenas turbulentas y acontecimientos 
intensos, tanto públicos como privados, que la vuelven atractiva como 
una maldita (cliché kitsch de los romanticismos de clase media, esos 
que suelen ser patéticos en su arrobamiento). A no engañarse: 
frente a Bachmann cualquier poeta joven que la vaya de atribulada quedará 
como una chica Almodóvar. Bachmann es otra cosa. Imposible leerla de 
corrido. 
Bachmann se refiere a esos casi diez años sin publicar: No me he 
callado/ porque callar estuviera bien fuera hermoso,/ no me quedaba nada por 
decir. Bachmann piensa: El lenguaje encierra el ayer, el hoy y el 
mañana. Cuando el lenguaje de un escritor no se sostiene, tampoco se 
sostiene lo que dice. Un poema de este período ahonda en su determinación: 
No me quedan palabras ya,/ sólo sapos que salen/ saltando y asustan/ 
(...) la gran merde/ alors, esto esparce/ una locura en la que,/ por mí, 
todo,/ por mí todo/ se eche a perder.
Bachmann da vueltas de una pared a la otra: Se me han extraviado los poemas./ 
Los busco en todos los rincones de la habitación./ Por el dolor, no sé 
cómo anotar/ un dolor, yo no sé nada de nada. Después 
de los poemas, pierde el día, después la noche y finalmente el 
sueño: Seguí perdiendo hasta que fue menos que nada y yo 
ya no fui/ y no fui nada de nada. Se llama a sí misma la rata, la Yo. 
Es implacable consigo misma. Nunca se concede la indulgencia: me he arrepentido,/ 
pero de lo que más,/ de mi olor.
A Bachmann no le es ajena la lectura de Simone Weil. En su ensayo Reflexiones 
sobre las causas de la libertad y la opresión social, Weil toma en cuenta 
para su capítulo Los males de época dos ideas complementarias. 
Una es de Spinoza: En lo que concierne a las cosas humanas, ni reír, 
ni llorar, ni indignarse, sino comprender. La otra idea es de Marco Aurelio: 
El ser dotado de razón puede hacer de cualquier obstáculo materia 
de su trabajo y sacar partido. En este punto, Bachmann es inflexible, se objetiviza: 
Extraeré mi corazón de mí, lo mando/ tan lejos como 
pueda, puedo, puedo. En la toma de distancia, además de la revelación, 
destella la reivindicación del sujeto en un tiempo, como diría 
Weil, donde todo está envenenado por las condiciones en que vivimos. 
Y Bachmann, con lucidez, repara que ha alcanzado ese punto de no retorno que 
Kafka proponía para la vida y la escritura. Bachmann escribe: Llega 
el día en que uno ve todo negro/ se toma el desayuno con los muertos.
Bachmann 
y sus precursores
Kafka, hemos dicho. Pues bien, no es casual que el filósofo italiano 
Giorgio Agamben dedique a la Bachmann uno de sus bellos y breves ensayos incluidos 
en Idea de la prosa. El ensayo se titula Idea del lenguaje y se 
centra en el relato de Kafka En la colonia penitenciaria, interpretando 
el aparato de tortura que escribe con sangre en el cuerpo del condenado. El 
aparato es para Agamben el lenguaje. Y el lenguaje es la culpa. El sentido último 
del lenguaje parece decir la leyenda es la orden sé 
justo. Y, a pesar de ello, es precisamente el sentido de esta orden lo 
que la máquina del lenguaje no es capaz de ninguna manera de hacernos 
comprender. O, mejor dicho, puede hacerlo desempeñar su tarea penal, 
saltando en pedazos y convirtiéndose de castigadora en asesina. De esta 
manera, la justicia triunfa sobre la justicia, el lenguaje sobre el lenguaje.
Los poemas inéditos de Bachmann son estremecedores. Hablan de ambulancias, 
supositorios, vendajes, morfina y nembutal. Uno se lo dedica a su enfermera. 
Bachmann persiste en sus variaciones de un mismo tema. El mejor ejemplo puede 
ser: No sé de ningún mundo mejor. La moral imbécil 
de las víctimas deja poco que esperar. Ya ha decidido por escrito: Os 
he liberado, mis burgueses, ojalá nunca hubiese/ enlazado a cientos de 
vosotros en mí. El último poema publicado por Bachmann fue 
Nada de Delikatessen. Bachmann escribió allí: Ya 
nada me gusta./ ¿Debo/ ataviar una metáfora/ con una flor de almendro?/ 
¿Crucificar la sintaxis/ sobre un efecto de luz?/ (...) He aprendido 
a ser sensata/ con las palabras/ que hay/ (para la clase más baja)/ (...) 
No descuido la escritura/ sino a mí misma./ Yo no soy mi asistente./ 
(...) Mi parte, que se pierda. El 17 de octubre de 1973, en Roma, Ingeborg 
Bachmann se durmió con un cigarrillo prendido. Fue la causa de un incendio. 
Y de su muerte por quemaduras, a los cuarenta y siete años. 
En una época, ésta, donde los restaurantes son galerías 
de arte; los libros, estándares de mercado o intervenciones para alborotar; 
y la poesía, un capricho de tartamudos políticamente correctos 
más o menos acomodados, Bachmann es tóxica. 
| Ingeborg Bachmann traducida POR G.S. Ingeborg Bachmann 
fue también traductora. Tolstoi, Gogol y Ajmatova fueron sus pasiones. 
No menos que Giuseppe Ungaretti y Gaspara Stampa (de quien adoptaría 
esta consigna: Vivere ardendo e non sentire il male. Atenta a la problemática 
de la traducción, en un poema de Invocación declara: Pero 
nosotros queremos hablar atravesando las fronteras,/ aunque las fronteras 
atraviesen cada palabra. Quizás así se explica cómo, 
con el paso de los años, Bachmann fue afilando su voz hasta conseguir 
una austeridad filosa que, en ciertas zonas, se conecta con Ungaretti. 
Sin embargo, en sus traducciones al español, atravesar las fronteras 
idiomáticas no ha sido una cuestión sencilla. A pesar de 
sus juegos de palabras intraducibles, de la oscuridad de algunas de sus 
imágenes cifradas en los rincones de la autobiografía, las 
traducciones que se encuentran aceptan con honestidad estar preocupadas 
más por el sentido que por el reflejo de la lengua alemana, y apelan 
a la literalidad del contenido. Una traducción pionera en nuestro 
país fue la realizada por Rodolfo Modern en su rigurosa antología 
Poesía alemana del Siglo XX (Ediciones Librerías Fausto, 
1974). Invocación a la Osa Mayor y Ultimos poemas (respectivamente 
publicados en el 2001 y en 1999), con traducción de Cecilia Dreymüller 
y Concha García, fueron publicados por Hiperión de España 
al igual que No sé de ningún mundo mejor en traducción 
de Jan Pohl (2003). Este último libro constituye una pieza tan 
completa como imprescindible en la obra de Bachmann y su valor consiste 
en que, si bien la poeta no había pensado en publicar estos textos, 
los mismos, encontrados por sus hermanos Isolde Moser y Heinz Bachmann, 
son, además de un legado precioso, una experiencia de lectura fascinante 
que permite acceder a la intimidad de su escritura. En una nota sobre 
su traducción, Pohl informa que mientras en lengua alemana los 
poemas encontrados escritos a mano se reprodujeron en Alemania en edición 
facsímil, en español no hay un criterio único para 
desasirse de la lengua de llegada y traducirlos. La puntuación 
es uno de los problemas que se le han presentado. Y sin justificarse, 
observa que, en muchos casos, la prisa con que estos poemas fueron escritos 
sugiere que Bachmann no tenía tiempo de anotar todo lo que le pasaba 
por la cabeza. Entre 1957 y 1967, Bachmann publicó dieciocho poemas 
únicamente. Nada de Delikatessen, el último, 
expresa explícitamente su renuncia la poesía. | 
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