libros

Domingo, 10 de octubre de 2004

CLINTON: LA BIOGRAFíA COMO ALEGATO.

Un Bill seductor

Mi vida
Bill Clinton.
Editorial Sudamericana
1146 páginas.

 Por Claudio Uriarte

Es muy probable que la mayoría de los lectores que han hecho levitar este mamut autobiográfico hasta el puesto número 6 de la lista de best-sellers de The New York Times lo hayan hecho en busca de jugosas revelaciones sobre su tórrido y escandaloso affaire con la pasante Monica Lewinski. Es seguro que esos mismos lectores hayan salido desilusionados por las menos de 100 páginas de pálido e hipócrita ejercicio autoexculpatorio que el ex presidente norteamericano dedica al asunto. Por otro lado, también es cierto que ese sórdido y fugaz episodio de alcoba dista de agotar los fascinantes, riquísimos ocho años de la presidencia de Clinton. Pero, al mismo tiempo, esas mismas páginas tienen la virtud de representar y sintetizar involuntariamente las características de la personalidad y también del ejercicio del poder de Clinton, así como los motivos por los cuales ha dedicado más de 1000 páginas a asentar por escrito su desempeño personal y político. Más que una autobiografía en regla, este libro viene a ser una mezcla de alegato del abogado que Clinton es por formación con un intento de repostulación del político que también es para una presidencia que ya no puede alcanzar, por las limitaciones constitucionales de dos mandatos y ocho años impuesta a cualquier jefe de la Casa Blanca, pero que un hombre hiperactivo, ambicioso y todavía joven no puede sino resentir.
Vistos desde el aventurerismo irresponsable y extremista de derecha de la presidencia de George W. Bush, los años de Clinton corren el albur de parecerse a una Arcadia de sanidad y buen juicio. Pero el gobierno de Clinton no fue tan virtuoso ni principista como parece ahora. Clinton fue un oportunista que tuvo la suerte de beneficiarse de la recuperación económica y el equilibrio del presupuesto posibilitados por las impopulares alzas de impuestos de George Bush padre, y que tuvo la habilidad inequívoca de desarmar a sus oponentes conservadores por medio de robarles y cooptar sus propuestas cuando le era conveniente. En ese sentido, fue un verdadero presidente conservador y responsable, que dejó el país con un superávit de 400.000 millones de dólares (que el irresponsable de Bush hijo se encargó de convertir en un déficit de la misma magnitud). También lo benefició el boom de la industria de la alta tecnología simbolizada por Internet. En política internacional, desplegó un increíble muestrario de idealismo e ingenuidad wilsonianos, desde una absurda guerra de Kosovo librada en función de ningún interés nacional hasta una iniciativa de paz para Medio Oriente por la pura vanidad de pasar a la historia y ganar el Premio Nobel.
Esa misma camaleónica y pegajosa capacidad acomodaticia y duplicidad es lo que salta a la luz en su exposición del affaire Lewinsky. Clinton arguye con veracidad que el caso fue el instrumento de una conspiración republicana de derecha para derrocarlo, pero omite admitir su verdadero pecado capital en el asunto: haber mentido sobre ese tema bajo juramento, poniendo así en peligro a toda su presidencia. Eso, junto a las patéticas y autoconmiserativas evocaciones de su infancia de clase baja (“éramos tan pobres”, podría titularse toda la primera parte del libro) ilustra el carácter desparejo, autodestructivo y últimamente fallido de un presidente cuyos años de gloria no lograron evitar la subsiguiente victoria de George W. Bush.

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