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Domingo, 17 de octubre de 2004

El regreso a octubre

Nada menos que en octubre acaba de aparecer la cuarta novela de Carlos Gamerro: La aventura de los bustos de Eva (Norma) aborda con dramatismo y humor la progresiva seducción que ejerce la figura de Evita sobre un oscuro jefe de compras llamado a cumplir una grave misión secreta. En esta entrevista, Gamerro (perteneciente a una generación que “no fue protagonista pero sí testigo” de los ‘70) busca entender por qué siguen siendo tan atractivos los mitos peronistas y explica los desafíos que una realidad tan delirante como la de la historia argentina les impone a los escritores que se le atreven.

POR FLORENCIA ABBATE

Ezequiel Martínez Estrada estimaba que el 17 de octubre derramó en las calles un sedimento social que nadie había conocido hasta entonces: nuestros hermanos harapientos, miserables; el lumpen-proletariado. Al cumplirse un año de aquella histórica jornada, se la conmemoró con dispendiosos esfuerzos: los edificios de alrededor de la plaza fueron iluminados y embanderados, todos los arrestos y multas municipales fueron perdonados, Perón inauguró el Pabellón de Deportes “17 de Octubre” en la penitenciaría, una escuela fue bautizada con el mismo nombre y todos los alumnos de los colegios recibieron un folleto donde se les explicaba, a fin de que no lo olvidaran jamás, lo que había ocurrido: “El pueblo, arrebatado por el fervor patriótico y enardecido por la pasión cívica, se volcó, como nunca se viera en las calles de todas las ciudades y de todos los pueblos de la República, pidiendo el retorno del hombre al que las fuerzas oscuras pretendieron alejar del sitial que sus merecimientos y su lucha le habían asegurado”. Hoy, a casi 60 años de la gesta de entonces, el peronismo es una provincia inevitable de la memoria o de la imaginación de cada argentino. ¿Qué clase de eco ha perdurado de aquella explosión del pathos proletario? Descamisado. ¿Qué sentido conserva esa palabra que, según Evita, se había metido como un impulso mágico en el alma del pueblo para llevarlo hacia adelante? ¿Cuáles son las imágenes actuales de esa mujer cuyo corazón decía latir al unísono con los corazones de los descamisados? La literatura argentina, en especial la más reciente, vuelve una y otra vez sobre Eva, Perón y el peronismo, pero lo hace cada vez con tonos diferentes.
La aventura de los bustos de Eva, la nueva novela de Carlos Gamerro, parece confirmar la observación de Marx acerca de que los grandes hechos y personajes de la historia se presentan como tragedia y luego se repiten como farsa. “Marroné asintió mudo tragándose los mocos: ‘Los montoneros tienen secuestrado al presidente de la empresa. Es un buen hombre, pero ha tenido eh... mala prensa últimamente. Una de las condiciones para liberarlo es que coloquemos un busto de Eva en cada oficina. Hace semanas que los busco, pero se mueven en mi contra fuerzas muy poderosas’.”
Un busto de Evita en cada una de las 92 oficinas de la empresa Tamerlán e hijos, tal “el rescate” que “los montos” de esta ficción piden para liberar al presidente de la firma. El encargado de adquirirlos es el jefe de Compras, Ernesto Marroné, un obsecuente empleado y lector fervoroso de libros de autoayuda en gestión empresarial. Marroné, la estrella del relato, ha resultado el más eficiente aprendiz de ese lema con que Fausto Tamerlán adoctrina a sus súbditos: “Quien quiera hacer carrera aquí debe ponerse el calzoncillo de la empresa”. No obstante, sus dotes naturales para la sumisión y la obediencia dan un giro muy extraño a medida que se compromete más y más en la ardua misión de conseguir los 92 bustos. Subyugado por su descubrimiento de los guerrilleros, termina persuadiéndose de que sobre todo ha sido llamado a cumplir un destino de caballero: penetrar en el profundo misterio de Eva Perón.

Mundo peronista
A partir de esta consigna, Gamerro juega a explorar y a deconstruir uno de los mayores mitos argentinos. Pero no es éste el primer libro en que se propuso repasar el pasado nacional. Su obra narrativa ostenta una abigarrada coherencia interna. En su novela Las islas (Simurg, 1999), opera prima y tour de force de casi 600 páginas, un ex combatiente de Malvinas devenido hacker es contratado por un empresario (el mismísimo Fausto Tamerlán: socio del Diablo) cuyo hijo menor ha asesinado a un hombre, días atrás. Felipe Félix debe buscar los nombres de los testigos del crimen y para ello, entrar a los archivos de la SIDE. Logra burlar el sistema, pero al hacerlo asiste a una revelación tremenda: la guerra no ha terminado sino que continúa diez años después: militares y ex combatientes están planificando la recuperación de esas gélidas islas cargadas desentido. Gamerro explica: “En La aventura... trabajo la figura de Eva un poco como trabajé la de las Malvinas en Las islas: hay un punto en que se preñan de tantos significados que cualquier deseo, cualquier anhelo insatisfecho cabe en ellas. El protagonista de Las islas compara la silueta de las Malvinas con un Rorschach, y algo parecido sucede con el perfil de Eva con rodete o el poster en blanco y negro del Che. Pasa con ellos lo que le pasó con la cruz al cristianismo: a medida que el icono se simplifica y se fija, sus significados se multiplican y proliferan”.

La aventura de los bustos de Eva despliega una historia que en Las islas pertenece al pasado del señor Tamerlán, sus días secuestrado en manos de los Montoneros. Según Gamerro, “técnicamente es una precuela. Creí que lo había matado a Tamerlán al final de Las islas, pero ha decidido volver. Fausto Tamerlán tiene mucho de nazi –de hecho es alemán y se crió en un campo de concentración–, de peronista de derecha, de menemista, de militar y de empresario”. Pero no es sólo por los personajes que ambas novelas guardan relación; también las une (cuando menos) el clima delirante y la inteligente construcción de un tiempo histórico que, por su condensación, no obedece a los cánones del realismo. Entre Las islas y La aventura... hay una cierta continuidad estilística y de imaginario que las diferencian de una novela netamente realista como El secreto y las voces, publicada en el 2002. Allí, el jefe de Policía de un pueblecito llamado Malihuel (recurrente en las ficciones del autor) recibe la orden de eliminar a uno de los habitantes. ¿Cómo mantener en secreto el asesinato de un vecino? ¿Qué hace falta para obtener una versión pueblerina del crimen perfecto? El secreto y las voces puede leerse como una alegoría del ríspido tema de la complicidad de la sociedad civil durante la dictadura. Mientras reconstruye la trama de una desaparición, en un pequeño mundo lateral y cerrado, pone en evidencia los modos en que un pueblo colabora con el terror de Estado. El sueño del señor juez (2000) se remonta a los años de la fundación de Malihuel. Una mañana cualquiera, el juez de Paz de Malihuel ordena el arresto de un hombre, esgrimiendo como motivo que, en un sueño suyo, éste habría cometido un delito. Los habitantes se irán percatando de cuán poco le importará al juez su real comportamiento. Cabe interpretar: el poder pasa al acto su delirio. Y la salvación o la condena de los súbditos está supeditada a su absoluto capricho. La forma en que el poderoso sueña a los súbditos puede hacer de la realidad una pesadilla. La historia de sus arbitrariedades parece tener un sabor familiar.
¿Creés que la historia argentina podría ser vista como un delirio onírico?
–Sí, la historia argentina más reciente es un delirio onírico: el cadáver de Evita, López Rega e Isabel, la guerra de Malvinas, las manos de Perón, el gobierno de De la Rúa... Cuando leo que Brito Lima declara: “Los argentinos amamos las Malvinas; Eva Perón es la corporización de Malvinas. Yo defiendo a Eva como si fueran las islas Malvinas”. O en la revista Cabildo leo que la guerra de Malvinas fue parte de un plan sionista para apoderarse de la Patagonia, siento que me quedé corto.
¿A qué se debe el interés que despiertan los mitos peronistas?
–Al igual que los autores, los pueblos son en parte esclavos de sus ficciones o sus creaciones colectivas. Visto desde una perspectiva mundial, el peronismo es la única idea política que la Argentina ha tenido en sus casi dos siglos de existencia. La revista Mundo Peronista, ya desde su título, o expresiones como “Tercera posición”, sugerían que el peronismo era exportable, que un mundo peronista, que una historia mundial peronista eran posibles y, aunque nadie lo compre, es lo único que tenemos para ofrecer. Por mucho tiempo Francia tenderá hacia los ideales de libertad, igualdad y fraternidad; Rusia al comunismo, los Estados Unidos a su particular mezcla de democracia compulsiva y ultraliberalismo, Italia al fascismo y Alemania al nazismo. Las naciones viven hechizadas por los ideales que han dado al mundo y las dos opciones que tienen sonpromoverlos o luchar contra ellos sin desmayo. Nuestro legado es, de alguna manera, nuestra condena.

Yo fuí testigo
La aventura de los bustos de Eva no sería lo que es sin ese humor que lo devora todo. Con un tono que por momentos recuerda mucho a Copi, Gamerro desacraliza el tópico apostólico de la militancia poniéndolo en directa relación con la risa. Declara uno de sus personajes: “Pasarte al campo del pueblo es como un exorcismo, es sacarte el genio maligno del cuerpo. Mi vida, ahora, es intachablemente proletaria... pero de noche sigo teniendo sueños burgueses. Mirá, para que te des una idea... el otro día fuimos a la cancha, con los compañeros acá de la fábrica, y después, para festejar... imaginate dónde. A mí, por vacilar, me tocó la última, una chica del norte que debía tener menos de 30 pero parecía de 50, y con una papada así”.
Gamerro no muestra la historia a través de un personaje emblemático. Elige a un empleado pusilánime, fiel hijo del capitalismo, quien de pronto se ve envuelto en la cruzada por la revolución un poco por azar. Uno de los modos posibles de entender a Marroné puede consistir en verlo casi como una reducción al absurdo de la figura del militante arrepentido. Así comienza el libro: “El día en que Ernesto Marroné descubrió, al volver a su casa del Country Los Ceibales tras una hermosa tarde dedicada al golf, el poster del Che Guevara colgado en la pared del cuarto de su hijo adolescente, supo que el momento de hablar de su pasado guerrillero había llegado”.
Nacido en 1962, Gamerro pertenece a una generación que no es la de los protagonistas. A la pregunta de si reconoce alguna clase de marca generacional en su manera de mirar la militancia de esos años, responde: “Yo no fui protagonista, pero fui testigo. Sí, mi mirada es externa. Y por lo mismo, en la novela, mi protagonista y punto de vista narrativo también lo son. Lo que no tengo es una posición tomada. Puig decía que escribía novelas porque había algo que no comprendía. Ésa es mi situación”. En cuanto a la risa, sostiene: “Recién cuando lográs reírte de algo, podés evaluarlo en su justa medida. Si después de la risa queda un sedimento de seriedad, una seriedad serena, sin moralina ni histeria, entonces probablemente haya algo que merezca ser tomado en serio. No sé de antemano cuál será el resultado. Por eso en principio trato de reírme de todo”.
La historia repetida como farsa es una idea cercana a la impresión que deja la lectura del libro. La aventura de los bustos de Eva cultiva ese registro, y con sus grotescas escenas parece brindarnos un reflejo de las grotescas situaciones que vimos sucederse, cual una película bizarra (y agregaría: brutal, implacable, despiadada), a partir de 1989. Buena copia de las operaciones realizadas por Menem con los mitos peronistas podrían ser esos pasajes en los cuales Marroné resignifica la figura de Eva, invistiéndola de una perfecta funcionalidad y celebrando su total adecuación con el sistema: “Eso era, sintió Marroné mientras desprendía sus nalgas del borde plástico hincado en ellas y volvía a acomodarlas, ahora le quedaba claro: Eva había seguido el Camino del Guerrero, era una mujer-samurai, y su señor era Perón, claro (...) Había, además, otra idea que comenzaba a roer los bordes de su mente. Si la actitud ejemplar de Eva Perón el 17 de octubre podía servirle de norte y guía en una situación como la que ahora estaba viviendo, por qué no escribir un libro que la tomara en su totalidad como ejemplo para la emulación Eva Perón en la empresa, por ejemplo, o quizás algo más metafórico, menos pedestre: El cóndor y el gorrión. Una biografía que desprendiera la accidental ideología de lo verdaderamente central: la fibra, la garra, el espíritu, la voluntad de autosuperación, la capacidad de liderazgo. Eva como self made woman creadora de un producto: ella misma”. Esa Eva, que en el mito nacía de aquel millón de bocas marginadas que exigieron la libertad de un hombre, da ahora lugar a una Eva, modelo para yuppies, surgida de la mente de un jefe de Compras interesado en la autoayuda. No es menor que Marroné lucubre el proyecto de una Eva multiplicada en tapas de libros de autoayuda, en tanto se trata de una novela en la que muchos personajes creen en el poder de la lectura y se encuentran sometidos a su influjo tanto como el Quijote: cuando la realidad no avala lo que dicen los libros, creen que es la realidad la que está equivocada.
El tiempo que construye la novela tiene mucho que ver con nuestra actualidad. Frases como: “No entregarse vivo; resistir hasta escapar o morir en el intento”, no pueden encarnarse porque el sacrificio no es argumento político ni el martirio prueba de nada. La remake de la mítica jornada del 17 no cuenta con el apoyo de una revoltosa tropa de descamisados, antes bien se imponen el pragmatismo y el deseo de orden y comodidad. Los relatos hagiográficos sobre “los soldados de Perón” y sus gestas heroicas son a La aventura de los bustos de Eva lo que las novelas de caballería al Quijote.
¿Qué tipo de relación entre literatura y mito histórico-político es la que te interesa? ¿La ficción sirve para desmitificar, para construir nuevos mitos, o ambas cosas?
–Supongo que yo tiendo a la desmitificación. Jamás podría escribir un texto con el registro de “Esa mujer”. Por otra parte, me fascinan los procesos de construcción y consolidación de los mitos, y creo que la novela es un inmejorable laboratorio para estudiarlos. Palabras como ironía, sátira, parodia, suelen usarse al hablar de mi obra, y me parece aceptable, a condición de que se entienda que son instrumentos. No me considero un destructor de mitos, ya que esto suele implicar una mitificación de signo contrario, sino más bien un anatomista: me gusta abrirlos al medio para ver de qué están hechos.
¿Los mitos peronistas seguirán conservando su fuerza?
–La conservarán, si no, no estaríamos viviendo el proceso actual, en el cual el peronismo ha ocupado la totalidad del espacio político, de una manera que ni siquiera en vida de Perón parecía concebible. Hoy en día, nos guste o no, somos todos peronistas. Los gorilas son meramente peronistas que se autoodian.

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