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Domingo, 27 de febrero de 2005

MAGNíFICAMENTE ANOTADA POR SERGIO DELGADO, LA NUEVA EDICIóN DE EL GUALEGUAY REFLOTA LA POéTICA EXCéNTRICA, ELUSIVA Y SUTIL DEL ENTRERRIANO JUAN L. ORTIZ.

Soñé que el río me hablaba

El Gualeguay
Juan L. Ortiz
Estudio y notas de Sergio Delgado
Beatriz Viterbo, 283 páginas.

Por Osvaldo Aguirre

El Gualeguay es el poema más extenso (2639 versos) y el cauce central de la obra de Juan L. Ortiz (1896-1978). No quedaron mayores datos sobre su proceso de escritura: una carta, al pasar, indica que comenzó a ser elaborado en 1959; otra, en apenas una frase, da cuenta de la continuidad del trabajo tres años después. El texto se publicó en En el aura del sauce (1970-1971), la edición que recopiló en tres tomos la producción del poeta entrerriano, y en Obra completa (1996). “En estas dos oportunidades –explica Sergio Delgado, que preparó la segunda recopilación– desaparece la forma libro, fundamental en la poesía de Ortiz”, ya que los volúmenes individuales que publicó, en ediciones de autor, similares en su tipografía, sus tapas y sus dimensiones, aludían en su misma factura a la idea de unidad que atraviesa la obra. Pero la reedición de El Gualeguay, con su reproducción, “en la medida de lo posible”, del formato y la tipografía del original, no sólo apunta a restituir esa dimensión perdida del poema-libro sino también a reintroducir una obra que modificó parámetros de la poesía argentina y paradójicamente, en lo que es su núcleo, dice el editor, sigue sin ser leída.

Y lo que este libro ofrece es precisamente una lectura. Una lectura en la que Sergio Delgado pone en juego más de diez años dedicados al estudio de la obra de Ortiz, al rastreo de textos inhallables o desconocidos, a la búsqueda de datos y testimonios que iluminen una vida velada por el mito. El Gualeguay viene acompañado aquí de un ensayo introductorio y un voluminoso cuerpo de notas que explora la relación del poema con sus múltiples afluentes: otros poemas de la obra (en particular “Las colinas”, uno de los textos decisivos en la construcción del vínculo entre lenguaje y paisaje) y un conjunto de referencias literarias, históricas y científicas sobre las que discurre la obra. Correspondencias y prefiguraciones que, con frecuencia, sorprenden: el poema reconoce, por un lado, un borrador que permaneció cincuenta años en suspenso, y por otro se ajusta a ideas que Ortiz expuso en perdidos artículos periodísticos. Hay pasajes que confluyen con versos de Leopoldo Lugones o ideas de Teilhard de Chardin, en textos encontrados en la biblioteca del poeta.

Por otra parte, Delgado desgrana a través de sus anotaciones lo que llama el lenguaje-Ortiz: una escritura propia que incorpora palabras francesas y guaraníes, donde los términos y los usos de las estructuras verbales se apartan de la norma. Hay también una mirada microscópica, capaz de precisar, por ejemplo, cuál es el sentido del color lila, o de seguir el recorrido de una palabra a lo largo de la obra de Ortiz. Lejos de una guía para lectores perezosos, la edición de Delgado se hace eco de la extraordinaria complejidad de su objeto, plantea muchas de las claves de sus alusiones, prácticamente inaccesibles para el lector más competente, y releva nuevos interrogantes.

El Gualeguay cuenta la Historia desde el punto de vista del río, desde el origen del territorio de la provincia de Entre Ríos hasta fines del siglo XIX. La exterminación de la población aborigen, la colonización española, la historia de los caudillos y el período que Giuseppe Garibaldi pasó en la zona, casi de incógnito para la posteridad, son los episodios principales que el poema aborda, en un mundo creado por el río (“Todo nacía de él, o venía evangélicamente/ a él”): la cuenca del Gualeguay, las especies que lo habitan y sobre todo las más pequeñas, las presencias minúsculas que dan el sentido del paisaje. La escritura del poema remite a una base documental, pero también a la historia del poeta. Alguna vez Ortiz se presentó como “un hombre sin biografía”, en alusión a los hechos mínimos que vivió: un viaje a Buenos Aires, otro a Europa, veintisiete años como empleado en un registro civil y, luego, la jubilación y la mudanza a Paraná. Había nacido en el puerto de Gualeguay, ciudad en la que pasó parte de su infancia y de su adultez. El poema muestra que el conocimiento y la experiencia del río fueron su verdadera vida. A la vez, dice Delgado, El Gualeguay “es el poema de la madurez de la poesía de Ortiz y como art poétique reúne en la imagen del río todas las imágenes con que hasta este momento la poesía ha venido buscando su rostro”.

El poema, eventualmente, interroga las fuentes históricas: los relatos de viajeros, la voz de los historiadores provinciales. Esas referencias son difíciles de registrar en una primera lectura, ya que están reelaboradas a través de un complejo sistema de alusiones. En su concepción, ese sistema puede remitir a Stéphane Mallarmé y a la idea de que nombrar –decir en vez de sugerir– anula el placer estético, pero también relaciona a Ortiz con los relatos de Borges. Pese a que algunos pasajes son más accesibles, como pasos en un río caudaloso, el conjunto, dice Delgado, nunca alcanza la “claridad narrativa”, en el sentido común de la expresión.

Un indicio de ese trabajo es el tratamiento dado al caudillo Francisco Ramírez. A pesar de que es uno de los personajes más importantes del relato, Ortiz sólo lo menciona indirectamente, nombrándolo apenas una vez y mediante un anagrama. Sin embargo, hay personajes menores y desconocidos que son identificados en primer plano. Otra característica “anormal” del poema es que desdeña los hechos canónicos de la historia (la muerte de Ramírez, por ejemplo) para atender las pequeñas circunstancias que el río recibe a través de su “sistema de vibraciones”, como apunta Delgado. Invirtiendo los valores convencionales, el poema narra la historia desde su inscripción en el paisaje y demuestra qué significa y cómo es posible narrar en poesía. Esta reedición supone un acontecimiento para la poesía argentina. Un acontecimiento silencioso, como quería Ortiz, y perdurable.

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