Domingo, 6 de marzo de 2005 | Hoy
... al fin, el mar
Graciela Vega
Cesarini hnos. Editores
96 págs.
Detrás de la emigración de cubanos hacia Miami –por la peligrosa vía de las balsas– y más allá de las consabidas cuestiones geopolíticas, propagandísticas y demás, hay una historia oculta y es la de los familiares que quedaron en ambas orillas, separados por un muro de agua. De esa historia de la vida privada trata la película ... al fin, el mar, cuyo guión estuvo a cargo de la cubana Audry Gutiérrez Alea (también protagonista del film) y del argentino Jorge Dyszel (también director). En este volumen se ofrece la versión novelada de Graciela Vega, acompañada de fotos, del story-board y de declaraciones de los actores, directores y productores acerca de los sentimientos que les iba despertando la película a medida que la llevaban a cabo. La historia cruza la tragedia de una viuda que perdió a su marido en el intento de atravesar el mar y la de un estadounidense, hijo de cubanos y hombre de Wall Street, que un día decidió volver a la isla en busca de sus raíces. En cierto sentido, además, la obra propone algo así como un choque de civilizaciones, al dejar patente la diferencia entre la vida de los compradores y vendedores de acciones de la gran metrópolis y la vida sencilla y más que austera de la familia que ha quedado en la isla. En el medio de la historia central, y a la manera de un anexo que descomprime la tensión de la trama, aparece el personaje de un taxista argentino –porteño, para más datos– simpático y contador de chistes (encarnado en la película por Enrique Pinti) que extraña como loco a Boca Juniors, pero cuya personalidad hace que todos lo quieran.
Martín De Ambrosio
De la fuga a la fuga
El policial en el cine argentino
Roberto Blanco Pazos y Raúl Clemente
Corregidor
504 páginas
A falta de una tesis que aborde la evolución del género en la producción cinematográfica criolla a lo largo de las siete décadas que abarca (de 1933 al 2001), este libro ofrece, con cada una de sus 349 entradas ordenadas cronológicamente, no sólo la correspondiente ficha técnica sino también una síntesis argumental y unas “notas” que permiten poner en contexto el estreno de cada film. De esa manera uno puede, leyéndolo –incluso hojeándolo ligeramente– de corrido, armarse un breve recorrido del policial en la pantalla local, apreciando las mutaciones temáticas según pasan los años: la abundancia de gauchos y cuatreros, estrellas de la radio y casas de juego clandestino en las películas de los años ‘30 y ‘40; la combinación de elementos eróticos en el de fines de los ‘60; el par de hitos del cine político (Quebracho, La Patagonia rebelde) de mediados de los ‘70 superado por la infinidad de “aventuras” evasivas como las de Los superagentes, y la apertura hacia un policial más duro y arriesgado (los de Aristarain) en la medida en que la censura de la dictadura se fue atenuando. En cada caso, las anotaciones indican si se trató de la adaptación de un caso real –o si la inspiración provenía de las páginas de los diarios–, qué tan ingenua o arriesgada era la visión planteada por cada film para su época –por ejemplo: Turbión, de Momplet, fue en 1938 una película “pionera en el tratamiento del tema del narcotráfico”– y algunas apreciaciones personales sobre logros y fracasos narrativos. Fruto de un trabajo de investigación que, si bien reclama un ensayo integral sobre la historia local del género, no deja de constituir un tomo de referencia básico para cualquiera que esté interesado en el cine argentino.
Mariano Kairuz
Animales sueltos
Hanna Tinti
Anagrama
218 págs.
Un fuerte animismo se despliega en la cultura urbana sobre los animales en general y sobre las mascotas en particular. De tal modo los leones son reyes, los delfines inteligentes, los osos cariñosos, los zorros zorros, los canes fieles y los gatos independientes. Adjudicar cualidades humanas a las bestias emana al modo de un totemismo pagano que no hace otra cosa que disfrazar la seria paradoja inherente al equívoco que se desata entre un ser parlante y quien se le asemeja: la proyección en el inerme bichito de las malarias del amo. En sus relatos reunidos bajo el título Animales sueltos, Hanna Tinti desenvuelve ese vínculo entre azaroso y patológico que algunas personas mantienen con bestias (no parlantes) de disímil porte. Heredera de una tradición literaria (que incluso da lugar a una escuela sociológica) que arranca de Fennimore Cooper, donde la descripción desadjetivizada suple causalidades, Tinti despliega un esquema narrativo donde todo transcurre en un hastiado mediopelo insatisfecho en su satisfacción, dentro de un hábitat pueblerino en el que lo cotidiano adquiere dimensiones sísmicas: “Se oyen historias de animales todos los días. Que si la vez que una abeja picó a Johnny y sufrió un ataque cardíaco. Que si la vez que una serpiente picó al primo Tom y se le apergaminó el dedo del pie”. Vivos, supuestos, míticos o embalsamados los animal crakers (su título original) se tornan capaces de dar cuenta de una típica esposa yanqui embelesada de un gallo de riña, de una oficinista que le da de cenar al amante su propia boa constrictor... Tinti hace valer en once cuentos una identidad literaria propia que, mediante un privilegio del recorte sutil sobre la intensidad de la acción, la encuadra a la vez que la distingue del cliché de la narrativa norteamericana.
Jorge Pinedo
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