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Domingo, 29 de mayo de 2005

EL ESPERADO LIBRO DE RICARDO PIGLIA SOBRE ESCENAS DE LECTURA EN LA LITERATURA TRAZA UN RECORRIDO QUE, COMENZANDO CON BORGES Y CULMINANDO EN JOYCE, NO DEJA DE LADO NI A PHILIP MARLOWE NI AL CHE GUEVARA. UN ENSAYO INDISPENSABLE PARA DESCIFRAR ALGUNAS CLAVES DEL DESTINO DE LA LITERATURA.

Los últimos serán los primeros

El último lector
Ricardo Piglia
Anagrama
190 páginas

 Por Claudio Zeiger

Frente a la idea de un público que se ha ido volviendo cada vez más abstracto y ajeno al universo íntimo de la literatura, y frente a la sensación creciente de una literatura sin público, Ricardo Piglia –sin siquiera invocar la categoría sociológica de público– echa a rodar la figura del lector. Un ser aislado, reconcentrado, con la vista fija a las puertas de otro mundo. Un hombre o una mujer abstraída, siempre al filo de la evasión o la acción. Y para extremar la propuesta, Piglia plantea lo suyo bajo la certeza de que la literatura va en camino de toparse con el “último” lector. Así, el título de este libro que reúne una pieza de ficción y cinco ensayos, y que aparentemente viene a ser como el borrador de una futura autobiografía de Piglia, se va llenando de sentidos múltiples. En definitiva, todos los lectores son el único y por lo tanto el último, lo que es lo mismo que decir, el primero. Siempre, en el lector, la literatura acaba y recomienza.

Si bien los escritores suelen afirmar con cierta frecuencia que no escriben pensando en el público o que escriben para sí mismos, es mucho más difícil sostener que no se piensa en los lectores, al menos en uno, conocido o desconocido. Y otros sentidos posibles se plantea indagar Piglia: último significa aquel que lee lento, a destiempo, a contrapelo de las modas; en palabras del autor, “el último lector responde implícitamente a ese programa. Su lectura siempre es inactual, está siempre en el límite”.

El último lector es aquel que aislado en una isla desierta, como Robinson, puede reconstruir la cultura humana a partir de un solo volumen. El último lector es aquel que aun leyendo mal, malinterpretando, es la cifra de la salvación de la literatura, el porvenir de la literatura. Un solo lector -el último lector– puede llegar a sostener en un momento todo el peso de la literatura sobre sus hombros. Es una política de resistencia, fantasma que no sin melancolía recorre el libro y da el tono a los ensayos de Piglia.

De todas formas, esa subjetividad irreductible del lector frente al concepto abstracto de público, no es rastreado por Piglia mayormente en la realidad histórica (salvo en el ensayo memorable en más de un sentido que dedica al Che Guevara) sino en los textos de ficción, lo que suele llamarse las “escenas de lectura”. Anna Karenina leyendo una novela inglesa en el tren a la luz de una linterna, las cartas intercambiadas entre Kafka y Felice Bauer, Hamlet entrando a palacio después de hablar con el fantasma de su padre con un libro en la mano (quizás usando el libro para disimular su turbación más que leyendo), Borges leyendo con el papel pegado a los ojos, Madame Bovary leyendo sus novelitas sentimentales, Philip Marlowe leyendo una policial barata en un motel, en fin, una colección de escenas y lectores tan secretos como, a esta altura, consagrados, sobre los que Piglia va y viene hilvanando una figura invisible como en el tapiz de Henry James. Desde luego, esa figura es siempre la del lector. Lo que sucede es que en cada uno de los ensayos (incluido el cuento de apertura) va trabajando un nuevo hilo de la trama múltiple de las lecturas.

Cabe señalar que Piglia no se sale demasiado de su propio repertorio ya clásico: Kafka y Joyce a la cabeza, Borges y Arlt, Philip Dick, la ciencia ficción paranoica y los policiales negros que revelan la faz oculta del poder del Estado. No por nada declara en la nota del final que “este libro es, acaso, el más personal y el más íntimo de los que he escrito”. Síntesis de sus lecturas, paseo por los libros y tono profesoral-coloquial son las marcas visibles de El último lector (un libro que como curiosidad, valga apuntar, aparece en la colección de “Narrativas hispánicas” de la editorial Anagrama).

El Che Guevara aparece lógicamente como disruptivo en un contexto virado hacia la lectura en tanto temática específicamente literaria; lo bueno es que del chispazo de lecturas (Piglia analizando al Che como lector) sale un ensayo intenso y conmovedor (“Ernesto Guevara, rastros de lectura”). Su marco, previsiblemente, es la inminencia del peligro. “Podríamos hablar de una lectura en situación de peligro. Son siempre situaciones de lectura extrema, fuera de lugar, en circunstancias de extravío, de muerte, o donde acosa la amenaza de una destrucción. La lectura se opone a un mundo hostil, como los restos o los recuerdos de otra vida”. El punto de partida es la fotografía de Guevara en Bolivia, leyendo encima de un árbol en un alto de la lucha. El punto de llegada es la frase (la última frase leída otra vez por un último lector) que queda en la pizarra de la escuelita de La Higuera donde pasa sus últimas horas.

Otro de los ensayos más destacables en un conjunto ameno y coherente es “Lectores imaginarios”. Claro, estamos frente a una especialidad de la casa del restaurante Piglia: la novela policial. Su claridad expositiva alcanza aquí un momento notable de condensación.

Libro cálido (y personal, al decir de Piglia), El último lector abre direcciones hacia el pasado y el futuro de la literatura. Acerca del pasado, qué agregar a lo ya dicho salvo que Piglia es nuestro mejor detective literario consagrado a echar luz sobre todos los enigmas planteados. Hacia el futuro, cabe cuestionar quizás no lo que lee sino lo que no lee o al menos parece dejar deliberadamente de lado: esa resistencia a dar cabida a narrativas contemporáneas o actuales se le puede cuestionar en la medida que nos deja hilos cortados a la hora de seguir armando la figura del tapiz. No toda contracción a lo nuevo es puro reflejo de sucumbir a la moda. Desde ya cada quien lee lo que quiere y no lo que debe. Pero seguramente Piglia ha ampliado su espectro de lecturas más allá del “Delta de Joyce” y sus islas aledañas. Quizás todos los lectores implicados le pedimos más armas para sostener la literatura del porvenir a uno de los más lúcidos lectores. Quizás el último. Quizás el mejor.

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