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ANIVERSARIOS
Hace exactamente cien años, Juan B. Justo definía el socialismo argentino como la llave de la modernización democrática y la transformación social. ¿Qué queda y qué no de aquel proyecto después de un siglo de sostenida declinación política
Por ROGELIO DEMARCHI
El 17 de agosto de 1902, en una conferencia pública, Juan B. Justo definía 
al socialismo: “El socialismo es la lucha en defensa y para la elevación 
del pueblo trabajador que, guiado por la ciencia, tiende a realizar una libre 
e inteligente sociedad humana, basada en la propiedad colectiva de los medios 
de producción”. Concreta, concisa y eficiente, la definición 
precisa el alcance de un concepto, marca su objetivo y la forma de conseguirlo. 
 
EL ALCANCE 
Se trata de una lucha –de un combate, de una pugna, de enfrentar a un rival– 
en defensa y para la elevación del pueblo trabajador. O sea que estamos 
frente a una lucha que tiene dos tiempos: primero defender, digamos, un conjunto 
de derechos básicos; segundo, avanzar hacia la conquista de una mejor 
calidad de vida, ir “más allá” de lo que entendamos 
como “derechos básicos”. Y en toda esa lucha el beneficiario 
es el pueblo trabajador. Entre líneas, la lucha es una lucha de clases: 
la clase trabajadora contra la clase burguesa.
EL OBJETIVO 
La construcción de una nueva sociedad, una libre e inteligente sociedad 
humana. Nuevamente, entre líneas, Justo afirma que la sociedad burguesa 
no es libre ni inteligente. No es libre porque el obrero está sojuzgado 
sino esclavizado (pensemos los nulos derechos que el obrero tenía por 
entonces, pensemos que los derechos desde entonces conquistados no son efectivamente 
respetados en la actualidad). No es inteligente porque no se puede considerar 
como tal a una sociedad que niega que el “otro” –el obrero– 
es un igual, un ser humano que debe tener los mismos derechos que uno.
LA FORMA DE ALCANZARLO 
Guiado por la ciencia, el socialismo se propone como meta la propiedad colectiva 
de los medios de producción. Un guía es el que acompaña 
a otro para enseñarle un camino. La ciencia se propone como un conocimiento 
razonado de las cosas. El socialismo necesita ser científico como una 
forma de decir que sus propuestas no son un capricho ideológico o una 
arbitrariedad como cualquier otra. Proponer la propiedad colectiva de los medios 
de producción es el producto de la razón: sin obreros, el capital 
no produce; luego, ¿cómo puede obviarse el compartir con el obrero 
la ganancia que su trabajo ha producido? 
Tanto en el principio como en el final de la definición –lucha de 
clases y colectivización de los medios de producción– no 
debe resultar extraño que encontremos una especie de “sombra de 
Marx”, por decirlo de algún modo. Juan B. Justo, en la conferencia 
que estamos recordando, sostiene que Marx es “el teórico más 
grande del socialismo”. Sin embargo, Juan Carlos Portantiero advierte en 
Juan B. Justo. Un fundador de la Argentina moderna (1999) que el socialista 
argentino “nunca se proclamará marxista y sobre algunos puntos centrales 
de dicha doctrina mantendrá posiciones fuertemente críticas, buscando 
‘interpretar, rectificar o ampliar’ la teoría de Marx”. 
En este sentido, Portantiero hace una observación que viene a cuento 
de la definición: “La parte viva del marxismo era, para Justo, la 
práctica de la lucha de clases y no la finalidad última de la 
propiedad colectiva de los medios de producción, que sólo podía 
ser considerada como una hipótesis, como una idea regulativa para el 
desarrollo de la doctrina socialista”.
De esta lectura de Justo se desprende que la praxis socialista debe privilegiar 
la lucha de clases –defender y mejorar las condiciones de vida de la clase 
trabajadora– por sobre el objetivo final dado a esa lucha (la colectivización 
de los medios de producción). ¿Por qué? Porque, modificando 
levemente otra afirmación hecha por Justo aquella noche de 1902, esa 
lucha de clases es lo que permite extender la conciencia política del 
pueblo, ampliarla, profundizarla; y si no se cuenta con unpueblo consciente, 
no se alcanza ningún objetivo, por más claro y definido que se 
lo tenga.
CIEN AÑOS NO ES 
NADA 
Cien años después, ¿qué tipo de actualización 
demanda esta definición? Si en 1902 se podía tener clara conciencia 
de que el oprimido por excelencia por el sistema capitalista era el obrero, 
hoy debemos saber mirar las mil caras del oprimido: etnias enteras, la mujer, 
las minorías sexuales, el medio ambiente, colonias de inmigrantes, etc.; 
a todos ellos el socialismo debe dar respuesta: debe ser mujer frente al machismo, 
homosexual frente al heterosexismo, ecologista frente a la depredación 
del medio en que vivimos. En pocas palabras, tiene que saber asumir uno de los 
famosos discursos del Subcomandante Marcos, aquel que dice que, entre otras 
tantas “identidades”, Marcos es gay en San Francisco, negro en Sudáfrica, 
asiático en Europa, palestino en Israel, judío en Alemania, feminista 
en los partidos políticos, comunista en la post-Guerra Fría, pacifista 
en Bosnia, indígena en las calles de San Cristóbal, artista sin 
galería ni portafolios, campesino sin tierra, escritor sin libro ni lectores, 
editor marginal, disidente en el neoliberalismo, ama de casa un sábado 
por la noche en cualquier barrio de cualquier ciudad de México (La ternura 
insurgente. Cartas y comunicados del EZLN, 1996). 
En segunda instancia, de lo anterior se desprende que el socialismo tiene que 
aprender a transformar su viejo esquema de lucha de clases –de alguna manera 
acotado por las ideas de “lucha global”, “lucha radical” 
y “lucha centralizada”– en otro que sea entendido como una lucha 
popular que se desarrolla en muchos frentes simultáneos, que hasta pueden 
llegar a dar la impresión de ser contradictorios entre sí, o de 
que “temas menores” restan fuerza a la lucha necesaria y/o imprescindible 
que se debe dar en “temas mayores” (división jerárquica 
–mayor/menor– que ya no tiene sentido, porque no se puede decir que 
hay algunos oprimidos más importantes que otros).
Así, esta redefinición del socialismo apunta a distinguirlo como 
una práctica política que implica una investigación-acción-participativa 
que se expresa como una lucha por la defensa y la instrumentación real 
de un amplio conjunto de derechos sociales y políticos de manera tal 
que sean gozados satisfactoriamente por todo el pueblo, organizado libre e inteligentemente 
bajo la protección de un Estado que garantice la propiedad social de 
los medios de producción.
Finalmente, cabe un segundo recordatorio del pensamiento de Justo. Según 
Portantiero, aspiraba a que el socialismo “pudiera encarnar la modernización 
democrática y la transformación social, en un proyecto de sociedad 
en que ambos valores se entrelazaran en caminos simultáneos”; para 
alcanzar este doble objetivo, proponía una política de alianzas 
con otras fuerzas y un fuerte y claro trabajo parlamentario. Si lo primero se 
nos presenta como de una inusitada actualidad, lo segundo señala la vía 
democrática como opción; ahora, a la luz de la redefinición 
propuesta del socialismo, esa política de alianzas debería incluir 
a todos los movimientos sociales que luchan contra la exclusión con el 
objetivo de estructurar un instrumento electoral de base específica para 
la consecución de espacios de gestión política desde los 
cuales implementar ese doble proceso al que apunta el socialismo: democratizar 
la política y socializar la economía, así como democratizar 
la economía y socializar la política. 5
 
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